La Candia es un lugar de El Hierro, situado al noreste de la isla, en las cercanías del Tamaduste, municipio de Valverde, por la que corre un pequeño barranco con el mismo nombre (Trapero et alii 1997: 129).

Este nombre aparece con mucha frecuencia fuera del contexto específico de la toponimia herreña, por el hecho de que en unas rocas del barranco del lugar se hallan unos importantes grabados rupestres de indudable origen guanche que han dado fama al topónimo Candia fuera de las fronteras de la isla. A este lugar se dirigió Verneau en su visita a la isla a finales del siglo XIX donde imprimió -así dice- "las inscripciones numídicas" (1981: 271). Otro viajero interesado en las inscripciones líticas de La Candia fue el clérigo José García Ortega que fue a verlas en su visita a El Hierro en 1931. De ellas, juntándolas a las cercanas de La Caleta y a las extremas del Julan, dice que en su tiempo no preocupaban a historiadores y filólogos tanto como en otro tiempo, y eso porque

su naturaleza está bien definida después de los trabajos de Faidherve; son caracteres numídicos dispuestos en escritura vertical, reductibles casi en su totalidad a las inscripciones lapidarias descubiertas en Argelia y a las rupestres del Norte del Zahara (sic); ni su valor fonético, salvo raras excepciones, ni mucho menos su valor ideológico puede conocerse, a menos que tropiese (sic) la Lingüística con una nueva piedra de Roseta que ofrezca la clave de la olvidada lengua de los numidas (1931: 113).

Dos valoraciones muy personales (y muy discutibles) añade García Ortega a estas inscripciones rupestres de El Hierro y que alcanzan a las de todo el Archipiélago. Primera, que la situación de los letreros es siempre en zonas costeras, "adentrándose a lo sumo por el cauce de un barranco, pero nunca en los parajes altos y centrales de las islas", por lo que podría deducirse que los autores de esos letreros debieron ser "extranjeros que no tuvieron interés en internarse o temieron enfrentarse con los naturales" (ibíd.: 114-115). Y segunda, que puesto que las expediciones numínidas enviadas por Juba a Canarias tuvieron una finalidad comercial y científica, el significado de esos letreros grabados sobre la dura piel del basalto no debe pasar de "un nombre y una fecha" (ibíd.: 115). Respecto de la primera valoración del presbítero García Ortega debemos decir que no es cierta; muchas inscripciones líticas están en los lugares más altos e intrincados de las Islas, como pueden ser las de la Cueva de Tajodeque de la Caldera de Taburiente de La Palma o las de la propia isla de El Hierro del Julan y de la Cueva del Letime de Isora. Y respecto de la segunda, las hipótesis interpretativas pueden ser tantas como la imaginación de cada cual quiera, pues en el fondo, y de momento, nada sabemos de la funcionalidad que pudieron tener y de su posible significado. Pero sí tiene razón al suponer que sería necesaria la aparición de un paralelo a la famosa piedra Roseta para poder iluminar los por ahora misteriosos "letreros" guanches.

Nosotros conocemos personalmente el lugar de La Candia y hemos visto sus inscripciones, concentradas fundamentalmente en la visera de roca lisa, producida por un salto de agua del barranco, que se desarrolla sobre una oquedad longitudinal que pudo servir de cueva. Los signos que allí se ven son del mismo tipo de los que hay en los "letreros" del Julan, de La Caleta, de la Cueva del Letime y de otros varios lugares de la misma isla de El Hierro, y el soporte de la roca lisa y vertical el mismo que el de La Caleta; sin embargo el lugar no nos parece que fuera un lugar de hábitat permanente por la poca habitabilidad de la cueva, a lo sumo pudo ser un lugar de refugio ocasional en la actividad pastoril de los bimbapes aborígenes.

La Candia es topónimo citado de la misma manera por Armas Ayala (1944a), Álvarez Delgado (1945-46), el catastro municipal y el GAC (65 B3), mientras que el mapa militar lo acentúa incorrectamente Candía.

Y a pesar de la fama de este topónimo herreño, el término Candia no fue conocido por Wölfel, pues no aparece en sus Monumenta, obviamente por faltar en las fuentes que él tuvo para su documentación, pues desconocía por completo las fuentes orales.