Garoé

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https://hdl.handle.net/11730/guatc/1439

Traemos aquí el nombre de Garoé como un fenómeno de retoponimización, a partir de las modernas cartografías y letreros de carreteras que informan a los visitantes de El Hierro sobre el lugar en que está emplazado el árbol más famoso de esta isla y también de todas las islas canarias desde una perspectiva histórica (Trapero el alii 1997: 113).

El nombre con el que ha entrado en la historia y en la leyenda aquel árbol prodigioso "que manaba agua" es el de garoé, que se supone es con el que lo denominaban los bimbapes. Sin embargo, en la propia isla, sus habitantes actuales, cuando hacen referencia a su existencia histórica, o incluso cuando se refieren al lugar en el que estaba, utilizan siempre o casi siempre la denominación de árbol santo, pudiéndose suponer que el nombre español sea una traducción del nombre guanche, aunque convenga precisar que el significado que tiene aquí el adjetivo santo es equivalente a 'milagroso' o 'prodigioso', y no a la acepción que en el español se relaciona con la religión, como podría desprenderse de los siguientes versos de Cairasco de Figueroa:


... y es El Hierro la postrera,
donde distila hoy día el Árbol Santo
que los antiguos veneran tanto.


Tan famoso era que Árbol Santo es el único nombre que aparece escrito en el interior del mapa que Leonardo Torriani dibujó de la isla de El Hierro a finales del siglo XVI (1978 211). Es muy significativo además que los dos escritores más antiguos sobre las cosas de la isla de El Hierro, y los dos conocedores directos de su geografía y de las expresiones lingüísticas de sus habitantes, pues el uno, Bartolomé García del Castillo, vivió en la isla largos años y fue su escribano oficial, y el otro, José Antonio de Urtusáustegui, la visitó y la exploró detenidamente, ninguno de ellos mencionara la palabra garoé y sin embargo escribieron largos e imprescindibles comentarios sobre el árbol santo. Los dos hacen mención de la fecha de 1610 en que un huracán lo derribó y los dos se lamentan de la carencia de aquel prodigioso árbol del que "cada hoja destilaba como un manantial", dice Urtusáustegui, aunque opina a continuación que "todo esto cuentan por tradición" y es dudoso creer que tal así fuera (1983: 46). Más creyente fue García del Castillo que aseguraba lo que se contaba en la tradición, que "cada hoja con tanto empeño cumplía su tarea, que fuentes hay que al día no obran tanto como una sola hoja en una hora" (2003: 166), razón por la cual -concluye el escribano de Valverde- "santo fue el Árbol Santo de El Hierro, y con razón, pues no hay metáfora, no hay alegoría más propia que exprese sus virtudes como la santidad en él cantada" (ibíd.: 165).

El primero que lo llama garoe (sin acento) es Torriani (1978: 215-217), y detrás de él Abreu Galindo (1977: 83-85), siendo lo más probable que ambos tomaran el nombre de un mismo manuscrito anterior hoy perdido (el del famoso Doctor Troya), que utilizaron independientemente como fuente de sus respectivas Historias. "Al árbol llaman garoe -dice Abreu-, y al presente los vecinos Arbol Santo, que cierto parece cosa maravillosa y sobrenatural". Por su parte, Torriani, escribe que "en lengua herreña se llama Garoe" y, un poco más adelante, "que los herreños llaman Árbol Santo". Es decir, garoe -repárese que en los dos casos va sin tilde y debería pronunciarse [garóe]- es como lo llamaban en su lengua los bimbapes, y "ahora", es decir, a casi dos siglos de conquistada la isla, a finales del siglo XVI, los herreños le llaman árbol santo. El nombre antiguo viene consignado también en alguna de las crónicas primitivas de la Conquista: garao lo llaman la Ovetense y la Lacunense (cit. Morales Padrón 1978: 112 y 189, respectivamente) y gan (seguramente por errata) la Matritense (ibíd.: 232). Es muy significativo que un texto contemporáneo de los de Torriani y de Abreu, pero totalmente independiente de ellos, el del clérigo de las Azores Gaspar Frutuoso (1964: 136-137), que dedica un largo párrafo para hablar de este prodigioso árbol, nunca lo llame garoé y sí árbol santo.1

Posiblemente la descripción más detallada y primera (a finales del siglo XV o principios del XVI) que se hiciera del famoso árbol de El Hierro sea la de Andrés Bernáldez, conocido como el Cura de los Palacios, cronista de los Reyes Católicos, que incluye dentro de su obra un capítulo dedicado a las Islas Canarias, y dentro de la de El Hierro el párrafo más amplio dedicado al árbol, que ni llama garoé ni árbol santo, pero al que concede un origen maravilloso y sagrado, como regalo que Dios quiso dar a aquellas pobres gentes insulares que no tenían otra forma de proveerse de agua:


En esta isla ay una gran maravilla de las del mundo, que es que el pueblo bebe de la agua que un árbol suda por las ojas. Ay un árbol de manera de un álamo, e es verde todavía, que nunca pierde la oja, y su fruto que da es unas bellotitas que amargan como hiel, e si las comen son medicinales e no hazen daño al cuerpo; es de altura de una lanza mediana, e tiene grandes ramas e copa; es de gordor cuanto pueden abarcar dos hombres; el pie de él suda maravillosamente gotas de agua continuamente, que caen en una alberca que está debaxo dél, de tal manera, que una gota de agua no se puede perder. De allí han abastado de agua toda la que pueden beber todos los de la isla, que solían ser ochenta vecinos, e todos e sus casas son hartos e abastados de aquel árbol. Son las hojas y color como de laurel, sino que son un poco mayores. No ay en todas siete islas árbol de aquella natura, ni en toda España, ni hay honbre que otro tal aya visto en parte alguna. E por esto parece bien que es misterio de Dios, e que quiso dar allí aquella agua de tal manera, por dar consolación a las gentes que en otro tiempo allí fueron echadas, donde otro poço ni fuente dulce no se falló jamás, ni se falla (cit. Morales Padrón 1993: 508-509).


Thomas Nichols, el comerciante inglés que estuvo por las Islas hacia 1583, también escribió sobre el garoé unos 30 años antes de que el huracán lo derribara:


Esta isla no tiene ninguna agua de beber, sólo en medio de la isla se levanta un árbol grande con las hojas como las del olivo y que tiene una gran cisterna al pie. Este árbol está en todo momento cubierto de bruma, y gracias a ella las hojas del árbol, de modo muy suave y continuamente, destilan en la cisterna agua, que por atracción pasa al árbol de la bruma. Y esta agua cubre todas las necesidades de la isla, tanto para el ganado como para los habitantes (Castillo 2004: 110).


En la descripción que Briçuela y Casola hacen de la isla del Hierro hacia 1635, destacan por encima de todo el garoé, unos pocos años después de haberse derribado:


En esta isla no ay fuentes ni arroyos solo se sustentan los naturales y animales de una humedad que distila de las ojas de unos arboles que nacen en aquella isla que llaman Garre, o til, y es tanta la humedad que a gotas se llenan poças y dellas sacan agua, en tanta cantidad que basta para su sustento, un solo Arbol hauía en la Villa que dava agua para toda ella, este se cayo y se aprovechan de otros de la misma naturaleça, esta humedad es causada de una nuve que se le pone encima y la hace destilar (Briçuela y Casola 2000: 67)


Desde las grafías antiguas hasta el nombre actual hay un cambio de acentuación que no se explica desde una transmisión oral natural. Quien primero escribe garoé con acentuación aguda es Viera y Clavijo (1982: I, 142), con lo que nos planteamos uno de estos supuestos: o la tradición oral actual se constituyó a partir de la escritura de Viera, cosa muy difícil de creer si de verdad ha llegado a ser denominación tradicional, o las grafías antiguas de las crónicas y de las historias de Abreu y de Torriani son todas erróneas (o por mejor decir, descuidadas, puesto que la no acentuación era "la norma" de entonces) o la forma correcta fue siempre la pronunciada como aguda, de donde la escritura de Viera sería la correcta. Pero ya decimos que en la tradición popular de la isla de El Hierro la denominación más espontánea es la de árbol santo, sintiéndose la de garoé como un cultismo.

Más se refirió Viera y Clavijo a este "árbol de la isla del Hierro" dedicándole una entrada particular con este mismo título en su Diccionario de historia natural (2014: I, 241-244), reiterando lo dicho por Abreu Galindo de que el nombre antiguo era garoé (aquí ya con acento) y el moderno árbol santo, transformando el lugar de Tigulahe donde según Abreu se encontraba por el de Tigulaje, nombre que no se ha conservado en la tradición oral, y diciendo sobre él todo lo más importante que hasta sus días se había dicho.

Un visitante de la isla a finales del siglo XIX tan cualificado como el antropólogo y arquéologo Rene Verneau lo nombra como garoé o árbol santo y se lamenta de su pérdida, pues de haber continuado en pie no hubiera tenido que beber él las aguas nada recomendables a las que se vio obligado (1981: 272).

Wölfel dedica en exclusiva una entrada de sus Monumenta a la voz garoé (1996: 517), reuniendo primero las distintas grafías con que aparece escrito en textos que él toma como fuentes, que son garoa, garao, garoe, garoé, garse, garsw, gareo y gan, y que representan un buen ejemplo de lo disparatados que andan en las escrituras los nombres guanches, a pesar de ser este tan breve y simple. Y lo interpreta desde varios paralelos bereberes: gere-t 'estar humedecido', agri 'humedad' y tegert 'hilo de agua permanente'.

Por su parte, Álvarez Delgado (1944c: 246-247) relacionó el nombre del árbol con el nombre de la isla, a partir de la forma eres, de donde la palabra Hierro derivaría (por confusión fonética o por etimología popular) de una forma primitiva como Hero o Esero y, a su vez, aquella, de eres. Con lo cual, el nombre de la isla de El Hierro vendría a significar etimológicamente algo así como 'lugar de los charcos'. Y si se considera que garoé es también derivación de eres, entonces la palabra haría referencia no tanto al árbol del que "manaba el agua", como a los charcos que la recogían.

Reyes García (en un artículo periodístico en La Gaceta de Canarias, 10 de junio de 2001) lo hace derivar de "la forma primaria garaw 'río', la misma que explica el topónimo tinerfeño Aguere (< agaraw 'laguna'), pues ambas se relacionan con el verbo cualitativo geret 'estar muy mojado, húmedo'. Expresiones emparentadas -sigue diciendo este autor- se mantienen vigentes en las hablas de Níger occidental y central, Malí y Sahara argelino". En un estudio posterior este mismo autor (2002a: 120) traduce garoé por 'río, laguna'.

Nuestro colaborador Abrahan Loutf contesta a estas afirmaciones de Reyes García en tres aspectos importantes. Primero, el concepto genérico de "río", tal cual tiene el español, no existe en los dialectos saharianos citados; segundo, la voz agaraw se usa en esos dialectos para referirse a lugares con grandes cantidades de agua, tales como océanos, mares o grandes lagos, no a cursos de agua; y tercero, la palabra geret solo tiene en los mismos dialectos el significado de 'estar húmedo por razones atmosféricas', en oposición a la palabra ebdog 'estar mojado por razones no atmosféricas'. Por tanto, no parece verosímil el paralelismo que Reyes García hace entre el término garoé y los dos vocablos propuestos; como tampoco lo parece la propuesta de Wölfel; mucho más cuando el árbol designado por tal término no existe en el espacio botánico del dominio bereber.

Lo que raya en el disparate son las traducciones que algunos autores diletantes, sin crítica ni fundamento, y sin base alguna, han dado de la etimología de algunas palabras guanches que han pervivido como apelativos en el español de Canarias, como hace Juan Francisco Delgado, autor del libro Canarias, islas y pueblos, que el Gobierno de Canarias editó con motivo del Día de Canarias de 2007 con una tirada de muchos miles de ejemplares, y donde se dice literalmente que garoé significa 'los reunidores o recogedores de agua' (pág. 12), lo que demuestra que confunde la historia con la lingüística, y uno de los aspectos de la realidad con el verdadero significado lingüístico.

Sobre el descubrimiento que de este prodigioso árbol hicieron los primeros conquistadores europeos en llegar a la isla, los normandos de Jean de Bethencourt, ya que del conocimiento del lugar de su emplazamiento dependía su subsistencia en la isla, existe una leyenda, viva en la tradición oral actual de la isla, que tiene, sin embargo, un oscuro origen historiográfico, pues ninguna de las fuentes españolas primitivas da cuenta de ella. De ello hemos hablado en nota en la entrada Afara de este diccionario. Fueron dos extranjeros, el milanés Girolamo Benzoni y el cosmógrafo francés André Thevet, en la segunda mitad del siglo XVI, quienes a su paso por las Islas camino de las Indias escribieron algunas cosas referidas a Canarias, y entre ellas la leyenda de una "princesa" aborigen herreña que por sus amores con un conquistador traicionó a su pueblo revelándole el lugar en que se ocultaba aquel árbol santo capaz de abastecer de agua por sí solo a los pocos pobladores que por entonces tenía la isla. Y por ello pudieron los conquistadores normandos continuar en la isla.

1 Dice que su agua "es tan buena y sana, que la llaman santa y al árbol también santo". Una de las noticias más interesantes y originales que incluye el relato de Frutuoso sobre el Árbol Santo de El Hierro es identificarlo botánicamente. Dice: "Un serrador de madera o carpintero que fue a parar allí de la isla de la Madera afirmó que era til, así en la hoja como en la corteza" (1964: 136). La especie del árbol es una más de las laureáceas, propias y exclusivas de los montes de laurisilva de Canarias y de Madeira, pero el nombre de til es portugués, como la mayoría de los nombres de las especies arbóreas de la laurisilva (acebiño, viñátigo, barbusano, loro, paloblanco, etc.), introducidos en Canarias (los nombres, no los árboles) por los portugueses de Madeira.

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