Gofio
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https://hdl.handle.net/11730/guatc/1472
Gofio pasa por ser la palabra más común y conocida de la lengua aborigen de Canarias, una palabra que tiene la plena funcionalidad apelativa en todas las islas y que es, además, con toda seguridad, el canarismo más extendido y característico fuera de las Islas, en la España peninsular, en la isla portuguesa de Madeira y también en varios países de América. Tan canaria es que hay un dicho popular que se tiene como la quintaesencia de la canariedad: "más canario que el gofio". Otros dichos hay, sin embargo, que expresan dos estados contrapuestos: el uno, decaído y cansado: "estar hecho gofio", y el otro, levantado y alegre: "estar de gofio", que es estar muy bien, perfectamente. Aparece como canarismo en el Diccionario de la Academia desde la edición de 1925, y según el TLCA es común en los siguientes países hispanoamericanos: Argentina, Bolivia, Cuba, Ecuador, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. Incluso en alguno de estos países se han formado determinadas frases fijadas sobre el término gofio, como en Cuba comegofio, que es expresión despreciativa para personas de poco valer.
La definición que da el DDECan es la de "harina de millo, trigo o cebada tostados", pero es lo cierto que podría ser también de otros granos; de donde el significado básico es simplemente el de 'harina de granos previamente tostados'. De hecho este mismo diccionario se extiende diciendo que "el elaborado con cebada fue el único conocido por los antiguos habitantes de las islas. Se ha hecho también de otros granos, como garbanzos, arvejas, chochos o semillas de cosco e incluso raíces de helecho". Valga traer aquí lo que decía del gofio el historiador López de Ulloa a mitad del siglo XVII, y tanto por lo que atañía a los antiguos como a los modernos canarios: "Su pan hera gofio, que hacían de harina de cebada tostada, y la amasaban con leche y caldo de la olla, y otros con agua y sal, como oy día lo usan muchos de las islas" (cit. Morales Padrón 1993: 314). Y mucho antes de iniciada la conquista de las Islas, por vía de las pocas pero muy reiteradas noticias que de la vida y costumbres de los aborígenes isleños nos dejaron los relatos de los marineros italianos, portugueses y castellanos que las frecuentaron durante todo el siglo XIV, muchas insisten en que sus naturales no conocían el pan, "sino que tuestan la cebada, la trituran con una muela de mano, diluyen el polvo en agua o en leche, y de esta suerte comen y beben al mismo tiempo", como así dice el humanista, médico, geógrafo y cartógrafo alemán Jerónimo Münzer a partir de las noticias que obtuvo de unos esclavos canarios que encontró en Portugal en 1494 (cit. Quartepelle 2015a: 140). No se menciona ahí la palabra gofio, pero la referencia a su objeto es inequívoca.
En todos los registros donde se trata de su etimología se dice inequívocamente que la voz es de origen prehispánico, a lo que cabe añadir que posiblemente sea el más característico e importante elemento material que la civilización española implantada en las Islas después de su conquista heredó de las culturas aborígenes. Pero es también indiscutible que la generalización de la palabra en todo el Archipiélago es un hecho de la época hispana. Álvarez Rixo dice que la palabra gofio se encontró en las islas mayores "que tenían granos para hacerlo" (1991: 30). Pero ya se sabe que la harina triturada la hacían no solo de las gramíneas, sino de otros muchos productos naturales, como de las raíces de los helechos.
La documentación de la palabra gofio es muy temprana, existiendo un documento de 1495, un año antes incluso de haberse terminado la conquista de Tenerife, en que se menciona. El TLECan y el DHECan ofrecen una amplísima documentación de la palabra, con sus usos particulares a lo largo de toda la historia, siendo con toda probabilidad la palabra que mayor espacio ocupa en esos diccionarios. Pero es en la Historia de Abreu Galindo en donde podemos hallar las noticias primeras y más provechosas sobre esta palabra. Hoy es una palabra pancanaria, decimos, pero no lo era en la lengua de los aborígenes. Si creemos a Abreu, la palabra gofio era exclusiva de las islas orientales de Lanzarote y Fuerteventura y de Gran Canaria (1977: 58 y 160, respectivamente), con la especificación de que ese era "su pan", mientras que los herreños al producto sustituto del pan lo llamaban aguamames y haran (ibíd.: 88), los palmeros amagante (ibíd.: 269) y los de Tenerife ahoren (ibíd.: 297), voz esta última que los cronistas López Ulloa y Gómez Escudero (cit. Morales Padrón 1978: 314 y 431, respectivamente), a la vez que Marín y Cubas (1993: 222), escriben como ajoren; nada dice Abreu a este respecto de los aborígenes de La Gomera1. Respecto de los naturales de Lanzarote y Fuerteventura dice Abreu que "manteníanse de harina de cebada tostada y molida, que llaman gofio... y esta harina mezclaban con leche y manteca, y este manjar llaman gofio" (1977: 58); y respecto de los de Gran Canaria dice que "era su pan común, y es al presente, cebada, que llamaban azomotan, que tostaban en unas cazuelas grandes de barro y la molían en unos molinillos de mano, y esta harina llamaban gofio" (1977: 159-160). Incluso podría pensarse que la palabra gofio no fuera originaria de Gran Canaria, a raíz de la anotación que hace Abreu en ese contexto de que "es al presente", o sea, en el tiempo que Abreu escribe su Historia, y que, por tanto, en su origen fuera solo propia de Lanzarote y Fuerteventura, o aun solo de Lanzarote, pues aunque el capítulo X de su libro I se dedica a "los ritos y costumbres que tenían los de estas dos islas, Lanzarote y Fuerteventura", las noticias de este capítulo se dedican específicamente a Lanzarote y se continúa en el capítulo XI siguiente con la isla de Fuerteventura.
El caso de la palabra gofio puede aplicarse también a todas las otras palabras de origen guanche que se han hecho pancanarias: puesto que no había ni una sola palabra que fuera común a todas las "hablas" insulares, las que han llegado a serlo tuvieron que difundirse tras la conquista y por obra de los nuevos "canarios" instalados en las Islas, es decir, por quienes ya no hablaban la lengua de los aborígenes pero que sin embargo habían asumido -propiamente "adoptado" y "adaptado"2- parte de su vocabulario. Y el centro difusor en estos casos, debió ser Lanzarote, en primer lugar, y Fuerteventura, después, las dos primeras islas conquistadas y desde las que se iniciaron todos los intentos de conquista del resto del Archipiélago, con el establecimiento primero en El Rubicón, en Lanzarote, y después en Betancuria, en Fuerteventura, de la sede institucional del Señorío que gobernó las "islas de señorío" desde 1402. Y piénsese que la conquista de las "islas de realengo" no llegó hasta muchos años más tarde (el final de la de Gran Canaria no llegó hasta 1483, la de La Palma fue en 1494 y la de Tenerife, la última isla conquistada, en 1496); o sea, casi un siglo después de la llegada de la expedición normanda de Bethencourt y Gadifer de la Salle a Lanzarote. Y esta hipótesis viene reforzada por el hecho de que un buen número de voces de origen guanche que se han hecho pancanarias tienen su primera documentación por parte de Abreu Galindo y de Torriani, los dos "historiadores" mejor informados de la primera época, precisamente en las islas de Lanzarote y de Fuerteventura. Además de gofio, entre otras, las siguientes voces: tamarco,majos, guapil, gánigo, guirre, tabaiba, tarajal, gambuesa y guanil.
Y no solo las palabras de origen guanche, otras varias voces de origen español, o más propiamente románico, que hoy consideramos como verdaderos canarismos, debieron nacer en Lanzarote para nombrar a nuevas realidades existentes en la isla para las que nos expedicionarios de la conquista bethencouriana3 no tenían el nombre exacto y "adaptaron" los más próximos de su propia lengua. Así, llamaron maretas a "los charcos grandes hechos a mano, de piedra" para recoger el agua de lluvia, pues "la isla de Lanzarote es falta de agua" (Abreu 1977: 58), y Torriani añade que el agua de estas maretas "es excelente, sana, limpia y muy ligera, por estar descubierta y agitada por los vientos" (1978: 46). No están en esos capítulos iniciales de las respectivas obras de Torriani y de Abreu dedicados a Lanzarote y Fuerteventura las palabras jable y malpaís, pero es lo más probable que las dos nacieran también en esas dos islas y desde ellas se extendieran y generalizaran en el resto del Archipiélago, pues en ninguna otra isla se dan en igual condición las circunstancias de su realidad material, sobre todo en el caso de jable, como hemos estudiado en nuestro Diccionario de toponimia canaria (Trapero 1999a: 249-251).
Jable es la voz que en Fuerteventura y Lanzarote se refiere a las arenas blancas de naturaleza conquilífera que salidas del mar se introducen en la tierra movidas por el viento hasta formar verdaderas montañas, y es en estas dos islas donde la toponimia da cuenta de su presencia en mayor medida que en ninguna otra. No es Abreu Galindo el primer testimonio documental para esta palabra, pero es curioso y sintomático que la primera vez que Abreu la cita es para nombrar un topónimo de Fuerteventura: "en la punta del Xable Gordo, en Jandía" (1978: 176), que es el mismo lugar que hoy llamamos Morro Jable. Así que es lo más probable que derive del galicismo sable, voz que incluso pervive tal cual en la toponimia de Lanzarote4. Y es curioso que la palabra jable a la vez que se expande por el resto de las Islas va perdiendo su identidad originaria: sigue siendo arena, pero no ya la procedente del mar, sino la procedente de los volcanes.
Y otro tanto sucede con la palabra malpaís, término tan canario que ha derivado en las hablas populares insulares a un sinnúmero de realizaciones dialectales: malpaís, malpeís, malpeis, malpei, malpés, maipés, maipé, etc., y que incluso se ha traslado a algunos países de América con el mismo significado básico que tuvo desde el principio: 'terreno cubierto de lavas volcánicas e impracticable para el cultivo'. Tampoco en este caso las primeras documentaciones de esta palabra proceden de Torriani y de Abreu Galindo, y ni siquiera vinculada a las dos islas de Lanzarote y de Fuerteventura, pero eso porque cuando ellos escriben (a finales del siglo XVI) ya la palabra estaba del todo "canarizada". En Torriani aparece en el capítulo dedicado a la fortificación del pueblo de Garachico, en Tenerife, que tiene grandes dificultades porque "en dirección del mar es muy fuerte, porque está rodeada por piedras quemadas de los antiguos volcanes (que aquí llaman malpaís)" (1978: 194). Y en Abreu en el capítulo en que explica la manera en que los aborígenes de Gran Canaria enterraban a sus muertos, generalmente en cuevas, "Y, si no había cuevas, procuraban hacer sus sepulturas en lugares pedregosos que llaman malpaíses" (1977: 162). Es de destacar en los dos casos la manera de nombrar: "que aquí llaman", como si la palabra no fuera ni italiana ni española, las dos lenguas naturales de sus respectivos autores. Y es por eso que algunos autores hayan tenido a malpaís por palabra de origen incierto. Pero es lo más cierto que deriva del francés y que es en Le Canarien y con relación a la isla de Fuerteventura donde se encuentran los primeros registros de esta palabra, todavía no en la forma en que finalmente se constituyó en español (en francés fort pays y mauvais pays), pero sí con los dos componentes léxicos que la forman y con el significado inequívoco que hoy tiene, como demuestran los autores del DHECan.
Y aunque no se cite ni en Le Canarien ni en los capítulos de las obras de Torriani y de Abreu Galindo dedicados a Lanzarote y Fuerteventura, la más segura de todas debió ser la palabra guanche, y tuvo que ser en Lanzarote en donde por vez primera se introdujo en Canarias, dado que es de origen francés, y tuvieron que ser los franceses los que bautizaran a los aborígenes con ese nombre al advertir en ellos las extraordinarias cualidades físicas que tenían para lanzar y sobre todo para esquivar piedras, que eso era lo que significaba la palabra guanche (con las variantes guenche, ganche y gaianche) en el francés medieval de la época (Godefroy 1892: s.v.); o sea, que guanche fue desde el primer momento, más que un gentilicio, un etnónimo, que denomina a un grupo humano por una característica física o por la creencia de que pertenece a un territorio, como ocurrió cuando los españoles bautizaron con el nombre de indios a los nativos de lo que creyeron eran las Indias.
Nada, pues, debe extrañar que siendo gofio una palabra común en la lengua común de las Islas, esté también en la toponimia; lo extraño es que solo se haya documentado en una sola, la de Gran Canaria, aunque con cinco topónimos pertenecientes a tres lugares de tres municipios distintos, los siguientes: Barranquillo del Gofio, municipio de Tejeda; Gofio de Millo y Barranquillo del Gofio de Millo, municipio de Agaete; y Alto de Llora por Gofio y Cañada de Llora por Gofio, municipio de San Bartolomé de Tirajana (La toponimia de Gran Canaria 1997: II, 165 y 201).
Desconocemos la motivación que pudo haber en cada uno de estos topónimos, que bien podría ser por la existencia de un molino de agua en esos lugares, y por eso los genéricos de barranquillo y cañada, pero los damos todos por ser de época hispánica. El curioso y hasta poético "Llora por Gofio" bien podría considerarse una expresión metafórica que añadir a las citadas anteriormente en la lengua común.
Otra cosa curiosa y digna de anotarse es la falta de correspondencia que hay en las lenguas bereberes actuales para explicar el guanchismo gofio, cuando este en un alimento típico de los pueblos bereberes del Norte de África, y que incluso allí (al menos en Marruecos y Tánger, visto personalmente por nosotros) se usan para moler los granos tostados los mismos molinos de mano de piedra que se usaron en Canarias en la época prehispánica (y se siguieron usando hasta épocas muy modernas). Abercromby (1990: 59) clasifica gofio entre las palabras canarias inexplicables desde el bereber. No obstante, Wölfel (1996: 604) propone como paralelos léxicos una serie de palabras bereberes desde el significado de 'tostar', como eggw âren del Snus, ogg, ugg / togg del Siwa, etc., que nada tienen de cercanía fonética con gofio. Y nuestro colaborador Abrahan Loutf nos dice que en bereber se llama buffi a una sopa gruesa hecha a base de harina de granos tostados, lo que parece una palabra más cercana a nuestro gofio, tanto desde el punto de vista de la expresión como del contenido.
Un dato interesante es la pervivencia de la palabra gofio en la isla de Madeira, aunque allí con las formas principales de gofe o gofo, según el Padre Fernando Augusto da Silva (1950: s.v.). En cuanto a los países americanos que hemos citado nos parece indudable que la palabra debió llegar con los canarios emigrados tras las respectivas conquistas de las Islas y de América, pero la presencia de gofio en Madeira ha de atribuirse sin duda a los aborígenes canarios que los portugueses llevaron como esclavos a aquella isla y al continente luxo en la segunda mitad del siglo XV, según han estudiado Lothar Siemens y Liliana Barreto de Siemens (1974: 111-143). Y hasta es posible que esas formas léxicas predominantes allí de gofe o gofo sean más cercanas al étimo guanche que nuestro canario gofio, pues hasta el Dicionario da Lingua Portuguesa (1993) recoge la palaba gofo como propia de Madeira y con el significado de "cevada torrada e mal pisada".
Y otra anécdota sobre la fama del gofio fuera de Canarias. Uno de los muchos países de América a donde los canarios emigraron y fundaron colonias "de isleños" fue Uruguay, concretamente en la provincia de Canelones, y allí sigue elaborándose el gofio, convertido en comida cotidiana. Pues un payador uruguayo (poeta improvisador) de nombre Abel Soria ha compuesto un "Himno al gofio", que canta en ocho décimas al son de su guitarra y al ritmo de una milonga5, y cuya primera estrofa dice:
Cuando Tata Dios pobló
los distintos continentes
hizo razas diferentes
que a su antojo modeló.
Y a cada pueblo le dio
los recursos necesarios:
pa Italia sancochos varios,
pa los griegos uva y nueces,
arroz pa los japoneses
y gofio pa los canarios.
Lo que rayaen las ocurrencias más disparatadas son las traducciones que algunos autores diletantes, sin crítica ni fundamento, han dado de la etimología de algunas palabras guanches que han pervivido como apelativos en el español de Canarias, como hace Juan Francisco Delgado, autor del libro Canarias, islas y pueblos, que el Gobierno de Canarias editó con motivo del Día de Canarias de 2007 como representativa de "la cultura canaria", con una tirada de muchos miles de ejemplares, y donde se dice literalmente que gofio significa 'lo que me ahoga' (pág. 12). Suponemos que la fuente de disparate tan espolvoreado sea el largo artículo que le dedica De Luca en sus Notas de etnolingüística canaria (2004: 79-82), en donde dice que gofio deriva del verbo ghufu, presente entre los Ait Merghad, un grupo étnico de las cumbres del sureste marroquí, con el significado 'ahogarse', cuya primera persona del singular sería ghufigh 'me ahogo', y esta la forma de la que a su vez deriva la forma canaria; la evolución fonética sería: ghufigh > ghufio > gofio. De donde se puede explicar la frase canaria que aparece en el Diccionario de O'Shanahan -citada por De Luca-: "Yo no quiero gofio en polvo, lo quiero amasao, porque un viejo se ajogó comiendo gofio polviao&qu
1 Esta divergencia pone bien de manifiesto la diversidad de lenguas que había entre las islas, o al menos el léxico tan distinto para elementos tan comunes. Y es lo cierto que no tenemos constancia de que existiera una sola palabra común a todas las islas, pues ahondando en la Historia de Abreu Galindo sobre las denominaciones de las cosas materiales más elementales de la vida humana, como es la alimentación, encontramos que los palmeros comían la leche mojando unas raíces que llamaban xuesco (1977: 269); los granos eran y tenían muy distintos nombres según las islas: a las arvejas y habas en Tenerife llamaban hacichey (pág. 298); a la cebada, los de Gran Canaria azamotan (160) y los de Tenerife tamo (297); al trigo solo los de Tenerife yrichen (298); los animales ordinarios que comían eran ovejas, cabras y cerdos: a las primeras en Gran Canaria las llamaban tahatan (159), en La Palma teguevite (269) y en Tenerife haña (297); mientras que a las cabras en Gran Canaria, aridaman (159), en La Palma, teguevite (269) y en Tenerife, axa (297); y a los cerdos, en Gran Canaria taquazen (159) y en La Palma atinavina (269), no dice nada de Tenerife ni del resto de las islas; a la manteca la llamaban mulan en El Hierro (88) y oche en Tenerife (298); de la leche solo da los nombres de tres islas: achemen en El Hierro (88), adago en La Palma (269) y ahof en Tenerife (298); y del agua, solo en una: ahemon en El Hierro (88).
2 Tomamos estos términos de Manuel Alvar, y los usamos en el mismo sentido que los concibió para explicar dos de los tres procedimientos ocurridos en Canarias en el primer tiempo de su hispanización, en el momento en que empieza a configurarse propiamente "el español de Canarias" ("Adaptación, adopción y creación en el léxico de las Islas Canarias", 1993: 153-176).3 Hay que decir, además, que no todos los de esa expedición eran franceses y normandos, puesto que el conglomerado de hombres que finalmente arribó a las Islas se fue incrementando paulatinamente cada vez que tocaban en un puerto peninsular, ya fuera español o portugués.4 Son dos los topónimos que conservan el término sable: Bajo de los Sables y Risco los Sables, ambos por la costa nordeste de la isla, cerca del pueblo de Órsola (Trapero y Santana 2011: 197 y 266, respectivamente). 5 Existe una versión cantada por Julio Gallego en internet ilustrada con una serie de fotografías referentes a ciertos usos y costumbres de las Canarias: https://www.google.es/search?q=himno+al+gofio&ie=utf-8&oe=utf-8&client=firefox-b-ab&gfe_rd=cr&ei=fgPHWNHREuustgeZg5TgCQ)ETIQUETAS
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