Tamarco
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https://hdl.handle.net/11730/guatc/3041
Tres topónimos quedan en Tenerife con este nombre. El primero es una población situada entre Tegueste y Tejina, que aunque en la actualidad está unida sin interrupción a ambas poblaciones principales, en otros tiempos tenía su independencia geográfica, municipio de Tegueste. El GAC (81 H2) lo escribe como Tamarco pero en la guía telefónica de la provincia de Santa Cruz de Tenerife viene como Tamargo. El segundo topónimo es Volcán de Tamarco situado en la parte alta del municipio de Guía de Isora, cercano al Parque Nacional del Teide (GAC 122 A3); es esta una zona de suelos cubiertos por malpaíses intransitables y salpicados de pequeños conos volcánicos que por ser resultado de erupciones históricas y recientes reciben el nombre de volcán. Y son tres los "volcanes" que hay en esta zona: el de Tabite, el de Adara y este de Tamarco. El tercer topónimo lo registra el corpus de barrancos de Tenerife de Pérez Carballo (2011: 18 F5) con el nombre de Tamarco, siendo un tramo del Barranquillo las Piteras, en la zona alta de Teno, municipio de Buenavista del Norte.
La palabra tamarco es, junto a majo, gánigo, gofio, tabaiba, tarajal, gambuesa y guanil, entre otras, de las primeras voces de origen guanche que aparecen en los capítulos iniciales de las "historias" de Leonardo Torriani y de Abreu Galindo dedicados a las costumbres y ritos que tenían los habitantes de Lanzarote y de Fuerteventura, las dos primeras islas conquistadas. Y si todas ellas han llegado a convertirse en comunes y generales en todo el Archipiélago es lo más lógico pensar que en su origen fueran exclusivas de estas islas, o lo que es más probable, de una de ellas en particular, pues, como tantas veces hemos dicho, no existe constancia de que ni una sola palabra fuera común a todas las islas (no decimos que no existiera, sino que no tenemos constancia de ello). Así que Lanzarote y Fuerteventura se convirtieron en el centro difusor de los primeros guanchismos pancanarios. Y esa difusión tuvieron que hacerla no ya los aborígenes, sino los nuevos pobladores, razón por la cual son voces ya plenamente "españolizadas". De ahí que en las citas de Abreu Galindo respecto a tamarco aparezca ya como voz plenamente asumida. De los de Lanzarote dice lo siguiente:
Vestían los desta isla de Lanzarote un hábito de cueros de cabras, como tamarcos, hasta las rodillas, los cuales cosían con correas del mismo cuero muy sutiles. Cortábanlas con rajas de pedernales tan delgadas, que hacían la costura muy prima. Al vestido llamaban tamarco (1977: 57)
Y de los de Fuerteventura:
El vestido y hábito de los de esta isla era de pieles de carnero como salvajes, ropillas con mangas hasta el codo, calzón engosto hasta la rodilla, como los de los franceses, desnuda la rodilla, y de allí abajo cubierta la pierna con otra piel hasta el tobillo... Las mujeres traían tamarcos de cueros de cabras, y encima pellicos o ropillas de cuero de carnero, y los mismos bonetes pelosos del mesmo cuero (1977: 60-61).
Así que tamarco se convirtió en la palabra común y general que todos los autores usaron cuando del vestido de los aborígenes trataban, ya sin distinción de islas. Pero mucho antes de que Abreu Galindo escribiera su Historia, a la que, como dijo de ella Viera y Clavijo (1982: I, 11), "siempre citaremos con aplauso", la forma de vestir de los aborígenes fue una de las pocas noticias que sobre los usos y costumbres de los aborígenes repitieron una y otra vez los marineros italianos, portugueses y castellanos que durante el siglo XIV visitaron las Islas, aunque nadie dijo cómo se llamaban sus prendas. Así, un editor de manuscritos y cartógrafo italiano Benedeto Bordone en un libro que escribió sobre "todas las islas del mundo" (en 1528) dijo de los aborígenes canarios que muchos andaban desnudos, pero que otros andaban "cubiertos con pieles de cabra y otros de manera similar para protegerse no tanto de las armas como del frío, si bien poco o ningún frío hay en ellas, obtienen un ungüento, mezclando grasa de macho cabrío y jugo de hierba, con el que se untan para hacer sus pieles más gruesas" (cit. Quatarpelle 2015a: 177).
Bethencourt Alfonso, tan atento a las costumbres de los guanches y tan informado de todo lo referido a sus costumbres y rituales, hace un detenido estudio de esta prenda diferenciando las distintas formas que tenía según fuera la categoría social de quienes la llevaban (1994: 180-183). Dice que el tamarco lo hacían los guanches de pieles adobadas de cabras y ovejas, con pelo o sin él, "si bien los siervos los usaban siempre peludos al exterior, como la actual 'manta lagunera', cuya prenda es hija legítima del antiguo tamarco plebeyo"1. Sin embargo, el tamarco usado por los reyes "tenía la forma de chupa o levita cerrada, larga hasta media pierna... y abierta por delante en su línea media, que abrochaban por medio de una correa rehilada a través de ojales a punto de presilla o con correas fijas dispuestas en parejas". El tamarco de los hidalgos era "una especie de zamarra un poco larga ceñida a la cintura, con mangas hasta medio brazo y sin pasar el faldón de la mitad del muslo". Finalmente, el tamarco de los siervos consistía "en una túnica o camisón sin cuello, pligues ni mangas, abierto por delante, largo hasta las rodillas y que llevaban suelto sin ceñirlo a la cintura". Por su parte, las mujeres los usaban parecidos a los de los varones de sus correspondientes clases, "aunque distinguiéndose por las pieles más suaves"; pero así como los de los hombres se abrochaban por delante, los de las mujeres se hacían por un costado.
Al desaparecer la raza guanche desapareció también esa prenda de vestir, pero la palabra tamarco siguió vigente en el habla popular de varias islas con significados varios, mientras que su primer significado, como bien dice el DDECan, "sólo se registra en los textos históricos y literarios". Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII, al decir de Dámaso Quesada, la palabra tamarco se usaba "entre las gentes campesinas para ponderar lo fuerte de qualquier paño diciendo así es tan duro y fuerte como un tamarco" (2007: 305). Y a finales del siglo XIX o principios del XX, Bethencourt Alfonso constata la pervivencia de la palabra tamarco en Tenerife y Lanzarote aplicada "a las personas de alta estatura y de formas groseras" (1991: 245); en El Hierro la forma tamargo con la acepción "especie de cubo para sacar agua, hecho con la mitad de un fole con un aro de madera al borde" (ibíd.: 255); y en La Gomera "tamarco llaman por extensión la ubre grande y repleta de leche" (ibíd.: 278). Por nuestra parte podemos constatar que la acepción señalada por Bethencourt en El Hierro está totalmente perdida en la actualidad y que de nuestros muchos informantes en aquella isla solo uno reconoció la palabra tamarco como muy antigua, ya desusada, con el significado despectivo de 'panzudo, barrigudo' (Trapero 1999b: 131). A estos usos y significados, el DDECan añade para la palabra tamarco el de 'ruido fuerte, estruendo' en Tenerife.
Naturalmente no podía faltar esta palabra en los Monumenta de Wölfel (1996: 617-618) a la que dedica mucha atención reuniendo una larga serie de citas de la palabra tamarco en las fuentes canarias, con una rara unanimidad tanto en su escritura como en la descripción de la prenda de vestir de los aborígenes, que va desde el genérico 'vestido' al específico de 'capotillo de piel' o al material de que estaba hecho, 'la piel'. Entre los autores que han propuesto una etimología del término desde el bereber, Wölfel destaca la interpretación de Abercromby con la que se muestra básicamente de acuerdo; y este lo pone en relación con tres palabras bereberes: abrog 'chilaba', tabrog 'chilaba' y aberûk 'manta de lana áspera', y una árabe: barqa 'velo'; pero es necesario añadir que Abercromby clasifica la palabra tamarco entre las voces que parecen inexplicables a través del bereber (1990: 60).
Muy distinta interpretación da nuestro colaborador Abrahan Loutf a la palabra tamarco desde el bereber, como forma derivada del femenino tam-erku-t, por cambio de la segunda vocal e > a, de la última u > o y por apócope del elemento -t del morfema polivalente discontinuo t---t. El elemento léxico procede del sustantivo ark 'mal olor' y del verbo arak 'pudrir', del que a su vez derivan el adjetivo imerki 'podrido' y la expresión arak adag 'mal lugar'. El chelja ofrece el verbo erku con el mismo significado de 'pudrir, estar podrido, apestar, dar mal olor'. Un derivado nominal suyo es irkan 'residuos, suciedad' que nombra varios lugares en el Alto Atlas: una fortaleza del periodo almoravedí llevaba el nombre de Wirkan, por prefijación de wi-, lo que corrobora, según Laoust (1939: 58), la antigüedad del término; a su vez, Tinirkan da nombre a una localidad en Tifnut y puede traducirse literalmente por 'lugar sucio o de mal olor'. Esta interpretación de la palabra tamarco, de ser cierta, vendría muy ajustada al mal olor que desprenderían los tamarcos al menos durante el periodo de su curtimiento.
1 A esta afirmación se opone Diego Cuscoy diciendo: "No nos parece aceptable considerar la manta del campesino como derivada del tamarco aborigen, camisola más bien corta; acaso [la manta] sea la réplica que el hombre del campo da a la capa señorial y ciudadana, a la capa española" (en nota que el editor de la obra de Bethencourt pone a la anterior afirmación: 1994: 189, n.7). Y aquí nosotros estamos más de acuerdo con Cuscoy que con Bethencourt.
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