Tarajal
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https://hdl.handle.net/11730/guatc/3111
Tarajal es un término común en las hablas populares de todo el Archipiélago para designar un tipo de arbusto tamariscáceo, identificado científicamente como Tamarix canariensis, de la familia Tamaricaceae, que crece a las orillas de los barrancos o en los lugares costeros.
Sin embargo, la presencia del término en la toponimia de Canarias es muy irregular, lo que plantea dos tipos de problemas: el primero, que la especie vegetal no se dé por igual en todas las islas y que la toponimia sea en este caso fiel representación de esa presencia; y el segundo, que la denominación de la especie tenga otros nombres aparte del de tarajal. La abundancia de tarajales, sobre todo cuando llegan a formarse pequeños bosquecillos, ha dado lugar a multitud de topónimos con este nombre en Fuerteventura y Gran Canaria; son muchos menos en Tenerife, meramente esporádicos en La Palma y La Gomera y faltan del todo en la toponimia de Lanzarote y de El Hierro. Y es curiosa la coincidencia de que la casi totalidad de esos topónimos están en territorios del Sur y del Oeste de las islas, obviamente en los lugares climáticos más apropiados para la existencia de esos árboles. Incluso dos topónimos de Fuerteventura se han convertido en importantes núcleos de población de su parte surdesde: Gran Tarajal y Tarajalejo, municipio de Tuineje.
Respecto a la derivación del nombre en la toponimia, aparece 10 veces en singular: Tarajal (en Fuerteventura, Gran Canaria, La Palma y La Gomera); 9 en plural: Tarajales (Tenerife, Fuerteventura, Gran Canaria y La Palma), siempre con un sentido colectivo; 3 con una derivación peculiar: Tarajalera (en Gran Canaria), que interpretamos también con un sentido de colectivo; y con tres formas de diminutivo: 14 como Tarajalillo (Gran Canaria y Fuerteventura), 11 como Tarajalito y 6 como Tarajalejo (estas dos últimas solo en Fuerteventura). Naturalmente todas estas derivaciones presuponen la condición apelativa del primario tarajal, pero eso no excluye el origen prehispánico del término, como en tantos otros casos de voces guanches que pasaron como tales voces apelativas al español implantado en las islas tras la conquista sucesiva de las distintas islas, muchas de las cuales pertenecen, precisamente, al mundo de la flora.
Todo ello se manifiesta gráficamente en la siguiente tabla:
| C | F | G | P | T | Total |
Tarajal | 2 | 6 | 1 | 1 |
| 10 |
Tarajales | 1 | 2 | 1 | 1 | 4 | 9 |
Tarajalejo |
| 6 |
|
|
| 6 |
Tarajalera | 3 |
|
|
|
| 3 |
Tarajalillo | 11 | 3 |
|
|
| 14 |
Tarajalito |
| 11 |
|
|
| 11 |
Total | 17 | 28 | 2 | 2 | 4 | 53 |
Son interesantes las formas derivadas que se han desarrollado en la toponimia, en dos orientaciones: con el valor de colectivo y con el de diminutivo. Es interesante el derivado Tarajalera de Gran Canaria por lo novedoso que resulta en la toponimia e incluso en el habla común; y no porque lo sea el morfema derivativo -ero/a, pues posiblemente sea el más usual o uno de los más usuales en Canarias, sino por el valor semántico de colectivo que tiene. Y respecto a los diminutivos, tampoco llaman especialmente la atención las tres formas con que se ha desarrollado, con los morfemas -ito, -illo y -ejo, totalmente normales y hasta mayoritarios en el español de Canarias, pero sí llama la atención el repartimiento casi idéntico de -illo para Gran Canaria e -ito para Fuerteventura. ¿Tendrá esto algo que ver con el distinto tiempo en que se poblaron de españoles las dos islas, la de Fuerteventura al comienzo del siglo XV y la de Gran Canaria al final de ese siglo, porque cada uno de esos sufijos fuera el mayoritario en su momento respectivo? ¿O se deberá esa diferencia tan notoria a la distinta procedencia de los españoles pobladores que arribaron a cada isla, los de Fuerteventura con mayoría del noroeste peninsular y los de Gran Canaria con mayoría del suroeste? No lo sabemos, pero alguna razón debe de haber de tipo sociolingüístico que pueda explicar este repartimiento léxico tan notorio (ver a este respecto Trapero 2000: 207-236). Por lo demás, el diminutivo Tarajalejo aparece como único y característico de la toponimia de Fuerteventura y que resulta un paralelo perfecto de Tabaibejo, otro diminutivo peculiar de esta isla y al que atribuimos un valor un tanto menospreciativo además del diminutivo de cantidad.
Sobre la correspondencia del término tarajal en el habla común de las Islas y su presencia en la toponimia es muy significativo el caso de La Gomera, estudiado con detenimiento y minuciosidad por Perera López (2005: 22.208). Dice este autor que la voz tarajal es de uso corriente en aquella isla para la denominación del árbol Tamarix canariensis, sin embargo, en la relación que hace de sus fuentes orales esta voz alterna con otras varias como balo, ensalado, salado, charajal, talajal, talajate, tajaral, tarajale y tarajaste. Cada una de estas formas tiene su propia explicación, pero el conjunto de tal diversidad léxica manifiesta claramente tres cosas: primera, que no es tan "común" el nombre de tarajal; segunda, que las variantes últimas juegan en tales formas porque no está bien fijada en la tradición oral la única voz tarajal; y tercera, que los nombres primeros de balo, ensalado y salado manifiestan a su vez que no es bien identificada la especie Tamarix canariensis, ya que esos nombres nombran especies vegetales diferentes. Y prueba de esa irregularidad denominadora, a la vez que de la escasez de la especie vegetal en la isla, está la toponimia (a no ser que en la toponimia esté con otros nombres), que solo da cuenta de una Playa del Tarajal en el litoral de Taso, municipio de Vallehermoso, y un no muy bien identificado Los Tarajales en el pago de Borbalán, municipio de Valle Gran Rey. Especial interés tiene el nombre de charajal recogido por Perera, que debemos considerar como variante perfecta de tarajal por la alternancia casi constante entre t-/ch- como elementos morfológicos de las voces de origen guanche; por tanto nos preguntamos si esta alternancia léxica procede de la época guanche o de una época ya hispana, porque si fuera originaria sería prueba que determinaría de una manera casi definitiva la etimología aborigen del término.
En el largo artículo que dedica Viera y Clavijo a este término en su Diccionario de su historia natural de las Islas Canarias (2014: II, 498-500) podemos encontrar las cuatro cuestiones que acabamos de enunciar:
a) la identificación de la especie vegetal;
b) su distinta presencia y abundancia en los suelos de las islas;
c) el nombre con que popularmente se denomina; y
d) el origen de este nombre.
Introduce Viera su artículo con la forma tarahal y dice que es la voz popular que se usa en las islas para la denominación del taray de Castilla y del tamarisco de Aragón; es decir, que identifica como una misma especie vegetal lo que en la lengua tiene tres nombres: tarahal en Canarias, taray en Castilla y tamarisco de Aragón. Describe la especie canaria como un arbusto que se levanta en corto tiempo 4, 5 o más varas del suelo, que arraiga y medra con facilidad en terrenos húmedos, mayormente si son fronterizos al mar, y que abundan especialmente en las islas de Gran Canaria y Fuerteventura. Dice que en esta última isla, a falta de otros árboles de montaña, hicieron mucho uso de él "no solo los antiguos majoreros, sino también los primeros pobladores que vinieron de Europa". De ello se concluye que al menos la especie canaria es autóctona, aunque no podamos decir lo mismo respecto del nombre que lo designa. Y que de la abundancia de los tarajales en Gran Canaria y Fuerteventura es fiel reflejo la toponimia, señalando también Viera la presencia de los tres principales topónimos que en Fuerteventura llevan su nombre: Gran Tarahal, Tarahalejo y Morro de Tarahal de Sancho. Y llama la atención la escritura que hace siempre Viera de tarahal cuando la forma tarajal estaba ya del todo normalizada en los documentos canarios desde el siglo XVI, como puede verse en el DHECan.
Creemos que todos estos topónimos de Canarias que llevan este nombre, o al menos la mayor parte de ellos, son de tradición antigua. Concretamente uno ahora desaparecido o inidentificado, Valtarajal, en Fuerteventura, aparece ya en la primera crónica de la conquista de Canarias escrita por los capellanes de la expedición normanda Boutier y Le Verrier a principios del siglo XV. Y a finales del siglo XVI aparece ya en el mapa de Torriani el Gran Tarajal de Fuerteventura. Incluso, cuando en el cuarto viaje Colón hizo aguada en Maspalomas, y tomó de allí la leña (y carne) que necesitaría para su travesía, bien puede imaginarse que la tomó de los abundantes tarajales de aquellas costas. No obstante, modernamente se han repoblado de tarajales lugares cercanos a la costa con la intención de que sirvan como seto ante plantaciones de plataneras, de tomateras o de otros cultivos, para quitar el salitre del aire del mar, pues una de las características del tarajal canario es captar la humedad salina del ambiente para exudarla después en forma de gotas con una alta concentración de sal.
La especial frecuencia de este término en la toponimia de Fuerteventura debe entenderse no solo por la abundancia de tarajales que hubiera allí de manera natural, sino también por la importancia que estos tuvieron para la vida de la isla, pues, ante la escasez de arbolado, las matas de tarajales (junto con otras especies arbóreas semejantes, como ramones y acebuches) se convirtieron en bienes que había que proteger y cuidar para proveer de los "aperos" necesarios a los agricultores y a la vida campesina de la isla. De ahí que en los Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura de los siglos XVI y XVII aparezcan de continuo disposiciones nombrando guardias para el cuidado de estas matas de tarajales (Roldán y Delgado 2008: I, 49).
Curiosamente algunos de estos lugares aparecen escritos en letreros de carretera como Tarahales, muy probablemente corrigiendo la forma oral original, por entender que tarajales estaba "mal pronunciado". Pero lo más curioso es que esa escritura ha influido en la pronunciación de mucha gente que ya dice [los taraháles], con notoria aspiración, como es el caso del topónimo que está en las afueras de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en dirección a Tamaraseite. Caso que puede compararse a la influencia que la "mala" escritura de determinados topónimos guanches (como Yaiza, Azofa o Guatiza) está llevando a pronunciaciones absolutamente anómalas en el español de Canarias.
Un poco más de detenimiento requiere la primera documentación del desaparecido Valtarajal de Fuerteventura. Algunos autores han querido ver en este lugar citado por Le Canarien el actual Gran Tarajal de Fuerteventura, pero las minuciosas investigaciones hechas por Elías Serra (1965) sobre la cronología y topografía de la conquista bethencouriana, haciendo casar los hechos descritos en la crónica francesa con la geografía donde estos ocurrieron, descartan esa identificación1. En efecto, tanto el castillo de Valtarajal como el de Rico Roque fueron fortalezas que los franceses construyeron en Fuerteventura, el primero para defensa de Gadifer y el segundo para defensa de Béthencourt, pero en lugares que según los textos de Le Canarien resultan muy imprecisos; y de ahí el mérito grande de las indagaciones del profesor Serra Ràfols por reconstruir con exactitud sus antiguos y respectivos emplazamientos. El de Rico Roque lo sitúa el recordado investigador en las cercanías del actual Pozo Negro, gracias a la localización de unas ruinas que hay en la ladera de un lomo y a la existencia de un topónimo que lleva el nombre de Fuente Roche.
Respecto al castillo de Valtarajal, aparece citado muchas veces en Le Canarien, y en momentos muy diferentes, sobre todo en el texto B, aunque solo el texto G ofrece datos de su situación, y justo en la única cita que de él hace esta segunda crónica. Dice: "Cuando Gadifer llegó al Puerto de los Huertos, empezó a fortificarse y levantó una torre a dos leguas de él, en un hermoso terreno llano junto a unos bosques y a un río, que se llama torre de Valta". Pero aquí termina la última línea del folio 32v y justamente falta la hoja siguiente, así que nos quedamos con una información incompleta, interrupta y del todo imprecisa, al desconocerse el emplazamiento de ese Puerto de los Huertos, por también desaparecido. Incluso el texto de G parece estar describiendo un lugar absolutamente impropio de los suelos de Fuerteventura, vistos con ojos de hoy. ¿Dónde hallar un lugar que sea hermoso y llano, que tenga cerca un bosque y que lo cruce un río, y que esté cerca de un Puerto de los Huertos? Todo ello nos obliga a pensar en un vergel, pero ¿dónde encontrar en Fuerteventura algo que se parezca a ese "locus amoenus"?
Las investigaciones del profesor Serra son concluyentes: el castillo de Valtarajal "vino a convertirse en núcleo originario de la posterior villa capital de la isla [Betancuria]", y es posible que, años más tarde, una vez decidida la ubicación del Señor de la isla en aquel lugar, alguno de los elementos de aquella fortaleza sirviera para la construcción del templo de la nueva ciudad, singularmente la planta, y que la bella imagen gótica, de alabastro, de N.S. de la Peña, tan francesa, fuera la que el propio Béthencourt trajera de Francia para su capilla, "de donde fue desplazada ante una invasión agarena y luego milagrosamente reencontrada" (1965: 223). Y concluye Serra que Val de Tarajal era el nombre con que se conocía antes el actual "Valle de Santa María" (id.: 224).
Los problemas lingüísticos que suscita el nombre de Valtarajal no son menores que los geográficos. ¿Se trata de un nombre español, francés o aborigen? Considerando el topónimo tal cual ahora lo escribimos y tal cual lo escribieron en español los traductores de las varias ediciones de Le Canarien, no dudaríamos en considerarlo una lexía compuesta del español formada por el componente val, variante apocopada de valle, presente en infinidad de topónimos españoles antiguos (incluso de Canarias, para no tener que salir fuera de nuestra tierra a buscar ejemplos: Valsequillo, Valsendero, Valverde, Valderrama, etc.), y el colectivo tarajal, que según todos los diccionarios dialectales es un canarismo que nombra a la especie vegetal Tamarix canariensis o africana, descrita, por ejemplo, en el DDECan como "arbusto tamariscáceo que crece a orillas de los barrancos o en los lechos de valles secos, de corteza negra o púrpura, con flores sésiles, rosa claro o blancas".
Pero en este caso debemos proceder a partir no de la traducción española, sino de las escrituras que de ese nombre se hicieron en el original de la crónica. Y de nuevo nos encontramos en este caso casi con tantas formas variantes como veces se menciona: Baltarhayz (B53v), Baltarhais (B53v, 55r), Baltarhays (B56v, 67v, 69v), Baltar hays (B61v), Vau ta [Valta] (G32v). ¿De dónde tomaron los clérigos de Le Canarien estos nombres? ¿Se los oyeron a los aborígenes de Fuerteventura o se los pusieron ellos a partir de un nombre preexistente en el francés a la vista de los previsibles bosquecillos de tarajales que había en el lugar? Opinan los nuevos editores de Le Canarien (2003: xxxii) que "las grafías francesas parecen aproximarse a la pronunciación de tarahe o de taraje", y que estas formas proceden del andalusí tarahe, con pronunciación andaluza taraje.
Pero cabe otra interpretación. Comenta Elías Serra que Valtarajal está compuesto de val 'valle' "y lleva yuxtapuesto el nombre indígena de un arbolillo o arbusto característico de la isla, que luego dio en castellano la forma tarajal, que más bien parece un colectivo, como tal vez era la forma indígena" (1965: 212). Por dos veces menciona el profesor Serra Ràfols en tan breve párrafo que ese nombre es indígena, descartado el primer componente val. Es necesario decir aquí que, aparte del topónimo, el término taraje aparece en otro contexto de Le Canarien, justamente en el momento de describir la naturaleza de la isla de Fuerteventura, en el texto B. Se dice que en cuatro o cinco sitios de la isla se encuentran arroyos, y que "sobre esos arroyos hay unos sotos poblados de arbustos llamados tarajes, que dan una resina de sal buena y blanca, pero su madera no sirve para hacer ningún trabajo de calidad, pues es retorcida, y sus hojas son parecidas a las del brezo" (B49v). Los modernos editores de Le Canarien traducen el nombre del original tarhais por tarajes, que es palabra española peninsular, pero mejor hubiera sido por la palabra canaria, que es tarajales, tal como había hecho anteriormente Cioranescu2.
En este texto podemos encontrar la clave. Se dice que esos arbustos de Fuerteventura "son llamados tarhais", y para ello utilizan la fórmula típica del lugar, a la vez que ajena y extraña para quienes la escriben. Supongamos que, en efecto, la forma tarhais era indígena guanche, aunque escrita "a la francesa" (quiere decirse según la oyó un hablante francés). La formación del topónimo Valtarajal presupone entonces que la forma indígena fue asumida de inmediato por los franceses y formaron con ella un compuesto anteponiéndole el componente léxico val, de acuerdo a una formulación toponímica prototípica de las lenguas romances (al menos del francés y del español, y también del portugués y del catalán). Esa conciencia de los escribanos de Le Canarien de estar escribiendo una sola palabra (aunque compuesta) explicaría la mayoría de las variantes registradas: Baltarhayz (B53v), Baltarhais (B53v y 55r), Baltarhays (B56v, 67v y 69v); incluso explicaría la escritura del texto G32v, que separa el componente léxico inicial: Vau ta [interrumpido]; aunque dejaría sin explicar la escritura de B61v, que divide la palabra de una manera totalmente anómala: Baltar hays.
Y decimos que los nuevos editores de Le Canarien debieron traducir -a nuestro juicio- la palabra tarhais por el canarismo tarajales y no por el castellanismo tarajes porque muy posiblemente la forma canaria tarajal sea un guanchismo de origen3, mientras que la peninsular taraje sea un arabismo, independientes por tanto la una de la otra.
Sobre el origen de la voz tarajal existe en la filología canaria disparidad de opiniones. La mayoría de los autores que se han pronunciado sobre ello considera el término como un arabismo plenamente asimilado por el español, cual es el caso, entre otros, de Álvarez Delgado (1954: 33), Navarro Correa (1957: 82), Alvar (1959a: 241), Morera (1994: 305) y el DDECan. Pero hay otros autores que lo consideran un guanchismo seguro o muy probable, aunque sean estos los menos: Álvarez Delgado (1942a: 141), Álvarez Rixo (1991: 111, y 1992: 124) y Afonso (1997: 52).
Entre todas ellas hay dos voces especialmente significativas en este caso, por cuanto sus respectivas investigaciones se centraron en los guanchismos, y las dos se muestran a favor de la españolidad del término. Primero la de Bethencourt Alfonso que nada dice de tarajal, pero que ese silencio puede interpretarse como señal de que no lo consideraba digno de entrar en un libro dedicado a la lengua guanche. Y después la de Wölfel quien dice claramente que tarajal no es voz aborigen, "aun cuando todos los compiladores lo indiquen como tal" (1996: 681). Y dice además que de la misma forma que el DLE da la forma taraje como variante de la palabra española taray 'tamarisco', de igual forma el canarismo tarajal es variante del español tarayal, este con el significado colectivo 'sitio plantado de tamariscos'.
Sin embargo, queda una duda razonable sobre su etimología. Apunta Álvarez Rixo (1991: 111) que el término tarajal es de origen árabe, pero que sin embargo cuando llegaron los castellanos ya había lugares en las Islas llamados así, como el Val-Tarajal de Fuerteventura que recoge Le Canarien. Dicen Corominas y Pascual (1997: V, 417) que el término español taray deriva del antiguo tarahe y este del árabe vulgar taráf (siendo en el árabe clásico tarfa), y que en castellano taraf pasó a *tarafe y luego a tarahe y taray; es decir, que las dos formas castellanas son (o han sido) únicamente tarahe (se supone que con una h aspirada, cuya primera documentación está en Nebrija) y taray. Por su parte, el diccionario de la Real Academia da entrada a las dos voces de manera independiente pero como verdaderos sinónimos: taraje (ya con la aspiración plenamente desarrollada) y taray, remitiendo en la primera a la segunda, en donde se hace todo el desarrollo del artículo lexicográfico.
Como el DLE no incluye el canarismo tarajal nos quedamos sin saber la equivalencia que el Diccionario académico podría hacer entre estos términos de la polémica. La descripción que el DLE hace del arbusto llamado taray ("arbusto de la familia de las tamariáceas...") parece coincidir básicamente con la que el DDECan da de la especie canaria llamada tarajal ("arbusto tamariscáceo..."), pero no dice el DLE el nombre científico de la especie peninsular, y bien se sabe que tratándose de especies botánicas es la única forma de identificar inequívocamente esa realidad. Eso lo hace el botánico Ceballos Jiménez (1986: 406) con el nombre Tamarix africana. Por su parte, las especies canarias de Tamarix son llamadas generalmente Tamarix canariensis (Bramwell 1990: 194), aunque Kunkel (1986: 245) recoge una especie llamada con nombre vernáculo tarajal negro y que coincide con el Tamarix africana.
Así las cosas, cabe preguntarse si las especies botánicas llamadas en Canarias tarajal y en la Península taray son las mismas. Claramente no, desde el momento en que a la especie canaria se le da la particularidad de Tamarix canariensis, es decir, especie particular de la familia de las tamariáceas, y más cuando hay importantes biólogos que han proclamado el carácter autóctono de la especie canaria, entre ellos dos de los más importantes: Kunkel (1998: 245) y Bramwell (1987: 216). Porque, además, si el tarajal canario fuera la misma palabra que el taray español, ¿cómo se explica ese cambio en el significante? Y si el tarajal canario procede del colectivo español tarayal, ¿cómo se explica que haya cambiado el sentido del colectivo español para pasar a nombrar la planta individual? Es decir, que en la comparación del término canario y español peninsular nos enfrentamos a tres cambios: uno extralingüístico, el de la especie botánica, y dos lingüísticos: el cambio de significante (de taray a tarajal) y el cambio de significado (de 'colectivo' a 'individual'). Demasiados cambios parecen para una sola especie vegetal.
Otra cosa sería si se considerara que el término canario tarajal procediera del español taraje (no hemos hallado ningún diccionario que nos indique si las variantes taray y taraje son variantes dialectales, si existen diferencias diacrónicas o si son meramente sinonímicas, pero sí hemos hallado otras variantes dialectales, como la castellano-leonesa tamarí), porque entonces sería fácil de explicar el tarajal canario como una derivación con valor de colectivo, paralelo a cardonal o mocanal o tantos otros. Pues, en efecto, tarajal puede también designar a un colectivo de tarajales, como es el caso del topónimo de Fuerteventura Gran Tarajal, en cuyas cercanías existe todavía una buena población de Tamarix canariensis. Pero en este caso habría que decir que no solo se ha perdido en el habla canaria el término originario taraje, sino que nunca se ha documentado, y que, por tanto, tarajal, a pesar de su forma derivada de colectivo, sirve también para nombrar a la especie individualmente. Bien es verdad que los ejemplares de esa especie botánica suelen aparecer siempre en densas formaciones donde no se aprecian los individuos aislados.
Por lo que respecta a su registro en la documentación escrita, cabe decir que aparece muy tempranamente, en la crónica francesa de la conquista de las Islas, Le Canarien, como hemos dicho y comentado. Este registro de nuestra palabra en Le Canarien es de suma importancia para el problema que estamos tratando, puesto que aparece en una época presumiblemente anterior a la expansión del léxico hispano en las Islas. Lo que no sabemos es si la voz tarhais que escribieron los cronistas de la expedición normanda Boutier y Le Verrier es la que oyeron de los aborígenes de Fuerteventura, lo que probaría que es un guanchismo, o la que existía en su propia lengua para denominar aquel tipo de arbustos, lo que demostraría que el arabismo ya había pasado al francés, o que los cronistas normandos utilizaron una palabra española dictada quizás por alguno de los soldados españoles de la expedición bethencouriana. Porque es muy posible que la forma tarhais escrita en Le Canarien sea la misma voz española taray (quitadas la -h- intermedia y la -s final), y que de ser así habría que adelantar en más de siglo y medio la fecha de documentación de esta voz, que Corominas y Pascual atestiguan por vez primera en 1555 en Laguna (Aut.).
Aparte esta primera documentación en Le Canarien, el DHECan da cuenta de multitud de otras citas muy antiguas en Canarias, a partir de los repartimientos de tierras tras la conquista, y siempre con formas como tarajal, tarajales o tarahales, prefiriéndose el plural para el sentido colectivo.
A favor de la etimología guanche del canarismo tarajal juegan los siguientes elementos:
a) La existencia en los suelos insulares desde antes de la llegada de los europeos de la especie tamarix, como demuestra el texto de Le Canarien, y en una modalidad endémica, como ha demostrado la botánica, y además en una gran abundancia, como queda patente en la toponimia. Por tanto, es del todo previsible que esa especie tuviera un nombre en la lengua de los aborígenes. Según nos dice nuestro colaborador Abrahan Loutf, buen conocedor tanto de la lengua bereber, por ser la suya materna, y del español, por ser licenciado en Filología Hispánica, como de la especie vegetal que aquí estamos tratando, el llamado tarajal y el llamado tamaris son especies distintas y fácilmente diferenciables, y que el tarajal canario es el que se corresponde con el marroquí; por tanto la palabra tarajal sería un guanchismo procedente del bereber, y no un arabismo.
b) El significante tarajal, que es peculiar y exclusivo de las Islas.
c) El sentido primario de 'especie individual' que tiene tarajal.
d) La existencia de una variante charajal que se usa en La Gomera (por palatalización de t-), propia de otros muchos guanchismos de esta isla y de Tenerife.
e) La morfología típica del guanche: t-ar-ajal, siendo la t- inicial la marca del femenino singular, ar un elemento prepositivo equivalente al español 'el lugar de' y ajal el elemento léxico de la palabra, que podría derivar de la forma azal que en el bereber designa al Cupressus sempervirens (una especie de ciprés) por permutación dialectal de la z/h. En definitiva, tarajal podría interpretarse etimológicamente como 'lugar de cupressus sempervirens'.
f) El parentesco que tiene con otras muchas formas guanches, tanto del léxico común (tarabaste, tarajallo, taragontía, tarambuche) como del toponímico (Tarajate, Tarabates, Tilarajo, Tinarajo, Tagarajita, etc.).
Existe otra posible explicación del origen de esta palabra: la de un étimo bereber *taraje, asimilado primero por los árabes tanto en el Norte de África como en la Península, y castellanizado después. Es bien sabido que la conquista musulmana de España fue realizada muy mayoritariamente por bereberes norteafricanos nada arabizados, y que continuaron llegando en etapas posteriores a través de otras tribus bereberes (almorávides, almohades y benimerines), lo que explicaría que muchas palabras tenidas por arabismos sean en realidad berberismos de origen. En el caso de Canarias el étimo bereber *taraje pudo mantenerse sin influencia de ninguna otra lengua, puesto que los guanches arribaron a las islas en épocas muy anteriores a la islamización del Norte de África, hasta la llegada de los españoles en el siglo XV, que adoptaron el término y le añadieron el morfema del colectivo -al. De lo que se trataría, pues, es de una confluencia del origen bereber y de la asimilación árabe.
Esto podría explicar el hecho de que en el Nomenclátor de los pueblos de España haya varios Tarajal en provincias como Jaén, Córdoba y Lugo, y un Taraiz en Murcia.
Pero hay otro topónimo en territorio norteafricano que puede ser revelador de esta última hipótesis planteada respecto del origen de la voz tarajal, y que en los días en que redactamos este artículo se ha puesto tristemente de moda: es la Playa Tarajal, en la ciudad española de Ceuta, en donde murieron ahogados más de una docena de emigrantes de origen subsahariano al tratar de llegar a nado desde territorio marroquí a territorio español. Vinculando el nombre de esa playa a la ciudad de Ceuta, siendo en la actualidad española, aparenta ser un nombre totalmente español, equiparable a los topónimos españoles peninsulares que acabamos de citar. Pero ha de decirse que esa Playa Tarajal no está toda ella en territorio perteneciente a la ciudad española de Ceuta, sino que comparte su extensión costera casi a la mitad con el territorio marroquí (con un dique en su mitad que se introduce en el mar y que es lo que trataron de salvar los emigrantes ahogados; otros, afortunadamente, lo lograron). Y bien puede pensarse que el nombre de esa playa, como topónimo, sea anterior a la presencia de los españoles en Ceuta, tema que admite todo tipo de discusiones, pues el dominio de la pequeña península sobre la que se asiente la ciudad de Ceuta ha pasado por tantas manos a lo largo de la historia que difícil resulta decir desde cuándo pertenece definitivamente a la soberanía española, fijándose esta "oficialmente" en 1668 a partir de un Tratado entre Portugal y España. Es decir, que bien puede decirse que el nombre Tarajal de la playa es topónimo antiguo, autóctono, y por tanto de origen bereber, anterior a la arabización de Marruecos.
Si todo esto fuera así, habría que pensar en una relación directa entre el topónimo norteafricano y la presencia de la misma voz en la toponimia de Canarias con anterioridad a la llegada de los castellanos. Y esta interpretación coincidiría al pie de la letra con el elemento a) expuesto más arriba en favor del origen guanche (y antes, por tanto, bereber) de la palabra tarajal. Si por el contrario, el término tarajal se introdujo en las Islas en la época de la conquista, y por tanto a través de los castellanos, habría que pensar que el término tarajal, aun siendo de origen bereber, había sido ya asimilado por el árabe impuesto en territorio marroquí y en el resto del territorio peninsular. Pero esta segunda hipótesis dejaría sin explicar -o lo haría muy defectuosamente- la presencia de ese término en las crónicas francesas de la conquista bethencouriana, anterior a la presencia definitiva de los castellanos en la isla de Fuerteventura. Y dejaría sin explicar también esa forma variante charajal que vive en el español hablado de La Gomera, y que es -a nuestro entender- prueba lingüística muy potente del origen guanche del término.
1 Y sin embargo, muchos de los textos divulgativos de la historia de Canarias siguen manteniendo aquella identificación errónea. Por ejemplo, el último libro publicado con el apoyo institucional del Gobierno de Canarias, como si del libro "institucional" de Canarias se tratara, titulado Conocer Canarias, de Pedro Hernández (2006: 262).
2 "Y junto a aquellos arroyos se hallan grandes boscages de arbustos que se llaman tarajales, que producen una goma de sal hermosa y blanca; pero no es madera que se pueda emplear en algún trabajo de calidad, porque es torcida y se parece su hoja al brezo" (1980: B, 169).3 Y al proponer esta hipótesis somos conscientes de que nos apartamos de la opinión mayoritaria manifestada por los diccionarios dialectales. Incluso Wölfel (1996: 681) dice literalmente que "no es [voz] aborigen", sino españolismo peninsular adaptado al español de Canarias: de taraje o taray a tarajal.ISLA LA PALMA, LA GOMERA, GRAN CANARIA, FUERTEVENTURA
MUNICIPIO Firgas, Tuineje, Antigua, Mogán, Tazacorte, Pájara
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