Taro

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https://hdl.handle.net/11730/guatc/3132

Un taro es un "armazón hecho de cuatro cuerdas pendientes del techo de las casas, que sirve de sostén a tres o cuatro andamios o cañizos sobrepuestos, que se usaba especialmente para curar los quesos". Así lo define el DDECan, en su segunda acepción, diciendo además que es voz desusada en Tenerife. Y este es el sentido que los mismos autores trasladan después al DHECan como acepción primera. Pero es obvio que una referencia así, tan doméstica y tan de interior, no puede pasar al lenguaje toponímico, pues este está para referir todo lo contrario, lo que es exterior, público y bien notorio. El mismo DDECan apunta otra primera acepción de taro (que pasa a ser segunda en el DHECan), la que dice que es una "torre circular de piedra seca y sin argamasa, que se usaba para conservar las legumbres, curar los quesos, refugiarse el pastor, etc., o bien para vigilar desde los puntos altos".

Estas dos clases de taros las reflejó perfectamente Bethencourt Alfonso en su estudio sobre el vocabulario guanche, en una época en la que todavía existían con plena funcionalidad. El primero como "edificio de piedra seca, de forma conoidea, que recuerda los hornos de cal, de una sola puerta, destinada principalmente a curar y guardar el queso"; y el segundo como "armazón hecha con cuatro cuerdas pendiente del techo de la casa" (1991: 253); y de las dos clases de taros dice Bethencourt que quedaban en su tiempo huellas suficiente en Tenerife. Y en Fuerteventura, por los mismos años, Ramón Castañeyra anotó para taro la descripción de ser una "casa redonda" (1992: 95). Una descripción muy precisa de los taros nos proporcionó Agustín Pallarés, profundo conocedor de la toponimia y de la geografía toda de Lanzarote, en donde abundan: son construcciones de origen prehispánico, en forma de torreón redondo, formados por lo general de piedra seca, con un tablado interior de pared a pared, situado a conveniente altura para que no alcancen las alimañas, en que se colocaba el queso, la carne o cualquier otro alimento que se quería airear; también se han usado como apostaderos desde los que vigilar alguna propiedad particular, especialmente los campos de cultivo. Lo más característico de estas construcciones es su planta circular y el techo abovedado, por lo que tienen una técnica de construcción similar a las "casas hondas", como dice León Hernández (2008: 254). Pero nada encontramos en la literatura sobre la cultura de los aborígenes que pueda atribuir a los taros una función religiosa como dice Leoncio Afonso en su libro Góngaro (1997: 66).

Naturalmente los taros que han pasado a la toponimia de las Islas son los primeros, los que son una construcción, y con unos registros muy significativos en las islas de Fuerteventura y Lanzarote, en primer lugar, y de Tenerife y Gran Canaria después.

Sin duda, el topónimo más famoso de todos ellos es el Taro de Tahíche de Lanzarote (Trapero y Santana 2011: 270) por haber construido César Manrique su casa en el lugar así llamado con anterioridad (y no al revés, como se empieza a decir, invirtiendo el orden de los acontecimientos), y por ser ahora la sede de la Fundación de su nombre y haberse convertido en uno de los puntos turísticos de la isla de obligada visita. También otro topónimo con el nombre de Taro tiene resonancias literarias: La Rosa del Taro de Fuerteventura (GAC 228 C1), convertido en el título que Pedro Cullen (1984) puso a su libro sobre los romances y coplas de aquella isla. Con tal título y con tal contenido bien puede interpretarse al término "rosa" con el sentido figurado de 'flores poéticas', al estilo de los tantos cancioneros y romanceros de los siglos XVI y XVII, pero en la toponimia de Canarias el término rosa es un orónimo referido a los terrenos que fueron "rozados", es decir, primero desforestados y después acondicionados para el cultivo; y la apropiación que Pedro Cullen hace de este topónimo para el título de su libro es porque allí tenía una casa familiar donde pasaba los veranos.

Así pues, la presencia del término taro en la toponimia lo es por ser una construcción que ha podido servir en determinados lugares como punto de referencia geográfica. En nuestro Diccionario de toponimia canaria (Trapero 1999a: 79) clasificábamos el término taro en el grupo perteneciente a las 'construcciones elementales que sirven de refugio en el campo', al lado de albarrada, caserón, caseta, choza, goran, goro, gorona, mojón y tagoro, todos ellos términos que aparecen en la toponimia de las Islas. Restringiendo ahora la comparación a los términos de origen guanche, desde el campo de las referencias, si el taro se toma por su forma circular habría que emparentarlo con goro; si por la función de refugio y punto de vigilancia del pastor, con gorona, tagora y tegala; y si de construcción de piedra seca, con todos los anterires y con esquén y afines y derivados. Y desde el punto de vista del significante cabría relacionarlo con otros topónimos de las islas: con Tao en Lanzarote y Fuerteventura, con Tauro y Taurito en Gran Canaria (Mogán), con Taoro y Tarucho en Tenerife y con Tara en Gran Canaria.

El término taro ha sido citado en la mayoría de las fuentes históricas canarias, según da cuenta de ello Wölfel (1996: 356). Lo citó, como hemos dicho, Bethencourt Alfonso (1991: 253 y 255) diciendo que era una construcción en forma de torre circular para curar y conservar quesos. Pero antes de él, había sido Álvarez Rixo quien había descrito el tipo de construcción: "Edificio redondo, lleno de lucernitas en contorno para ser bien ventilado, una sola puerta, su techo a modo de cimborrio remata en una perilla o crucita. El diámetro de estos suele ser de 4 a 6 varas y alto proporcionado, los cuales están destinados para curar quesos en los cortijos de Lanzarote y Fuerteventura" (1992: 124). Posteriormente, Álvarez Delgado confirmaría la pervivencia del nombre y de las construcciones así nombradas en Tenerife, precisando que "antes y después de la conquista servían estos taros para convocar a los indígenas por medio de ahumadas, silbos y toques de bucio, como dicen Abreu Galindo y los cronistas. Así la asonada llegaba de taro en taro y de montaña en montaña a todos los rincones de la comarca; y es harto significativo que tanto el taro de Güímar como el de Arico se hallan emplazados en las inmediaciones de los parajes que tradicionalmente se señalan como residencia de los menceyes de Güímar y Abona. Es, pues, seguro -concluye Álvarez Delgado- que taro, aparte de su relación con turris por razón de forma, por su sentido general, para los indígenas equivale a 'torres de mensajes', 'lugar de anuncio'" (1945b: 57). Vemos que toda esta disertación de Álvarez Delgado tiene mucho que ver con la que también él mismo hizo a propósito de tegala (a cuya entrada en este diccionario remitimos) y que, como en tantas otras ocasiones, la imaginación del profesor lagunero y su propia creatividad volaban muy libremente sobre las cosas de los guanches sobre las que trataba. Navarro Artiles, por su parte, dice que en Fuerteventura ya no se usan para curar quesos, pero que muchos de ellos quedan en pie y siguen llamándose taros (cit. TLEC). Finalmente, los diccionarios dialectales más actuales nos hablan de la pervivencia de la voz en Lanzarote, Fuerteventura y Tenerife, aunque según nuestras propias encuestas personales está en franca decadencia cuando ya no en olvido total. De la misma manera que hemos comprobado el desconocimiento total que de esa voz hay en El Hierro1, en La Palma y en La Gomera2.

No hay unanimidad, sin embargo, entre los diversos autores que han tratado de la voz taro en cuanto a su origen prehispánico, cuando tan claro nos parece a nosotros, lo mismo que a Álvarez Rixo y a Bethencourt Alfonso. Los autores del DDECan y del DHECan dicen que es solo de "posible origen prehispánico", y de igual dudosa opinión es Álvarez Delgado al vincularla con el lat. turris. Y en posición decididamente contraria al origen guanche se sitúa Wölfel (1996: 651), pues -dice-: "los paralelos de esta palabra se pueden consultar en un diccionario etimológico de griego o de latino", como había apuntado Álvarez Delgado. Esto nos parece, sencillamente, un dislate.

Nuestro colaborador Abrahan Loutf cree que la voz canaria puede ser una forma alterada de un primitivo tazrot bereber, por síncopa del fonema /?/ y apócope del segundo prefijo del morfema polivalente discontinuo t---t, con el valor etimológico y genérico de 'piedra'. Y en verdad, en la toponimia canaria se aplica o a un círculo de piedras o a un lugar alto con piedras o a un lugar de descanso para el pastor hecho de piedras o para el pesquero en la costa, etc. Otra interpretación es la que ofrece otra palabra del bereber próxima a la voz canaria y que aparece en el diccionario bereber de Jordan (1934: 134): taurut con el significado de 'gran rebaño de ovejas', que no es del todo ajena tampoco al uso de los tradicionales taros canarios.

Pero a pesar del igual resultado consonántico con que han quedado tara y taro en el español de Canarias, el primero solo en la toponimia y el segundo en la lengua común y en la toponimia, debieron pertenecer a étimos distintos por las evidencias significativas tan diferentes que de ellos conocemos.

1  Y sin embargo determinados arqueólogos canarios usan indiscriminadamente el término taro para construcciones que no lo son y en islas en las que nunca se usó ese término. Es el caso de Mauro Hernández (2002) en su libro sobre El Julan que llama taros a lo que en El Hierro son y se han llamado siempre goronas. El caso es que esos libros y la autoridad que se concede casi reverencialmente a la "ciencia arqueológica" traspasan esos dislates lingüísticos a gentes que, sin otro criterio, los toman y convierten en títulos. Como lo hizo el Grupo Folklórico de Valverde que tomó el nombre de Taros (así, incluso en plural) solo porque el director "lo había leído en un libro" y porque "es una palabra guanche de El Hierro" (así me dijo literalmente), pero naturalmente sin que nadie del Grupo, ni siquiera el director, supiera lo que era un taro ni nunca hubiera oído pronunciar esa palabra en su isla.

2 Perera López en su reciente estudio sobre la toponimia de La Gomera (2005: 12.18) confirma la ausencia de este término en el lenguaje común, pero cree que la voz taro puede haber quedado insertada en el topónimo de aquella isla Lautaro que estudiamos en su entrada correspondiente.

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ISLA   TENERIFE, GRAN CANARIA, FUERTEVENTURA, LANZAROTE


MUNICIPIO    Arrecife, Arico, Puerto del Rosario, Teguise, Santa Lucía de Tirajana, Antigua, Haría, Güímar, Candelaria


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