Timanfaya

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https://hdl.handle.net/11730/guatc/3383

Timanfaya es hoy el nombre específico que recibe el "Parque Nacional" de la isla de Lanzarote, pero antes lo fue solo de una serie de montañas surgidas de las erupciones ocurridas entre 1730 y 1736, y antes aun el nombre de un poblado que fue destruido por las lavas y cenizas producto de aquel episodio volcánico. El Parque Nacional tiene 51 km2 y representa un hábitat volcánico apenas colonizado por la vegetación y ajeno totalmente al poblamiento humano, dentro de los términos territoriales de Yaisa y de Tinajo.

La denominación actual de "Parque Nacional de Timanfaya" lo recibió en el momento de su declaración como tal en 1974, y así ha pasado a los letreros de carretera, a los mapas y a los folletos turísticos que circulan por todo el mundo, porque, efectivamente, atracción mundial es, y única e incomparable, este paraje de Lanzarote. Pero la denominación con que se conoció hasta esa fecha y la que sigue predominando actualmente en el habla local es la de Montañas del Fuego. Este topónimo tampoco es muy antiguo y conocemos exactamente el momento de su nacimiento. Fue a partir de las erupciones de Timanfaya entre 1730 y 1736, cuando "el fuego corrió por los lugares de Tingafa, Mancha Blanca, Maretas, Santa Catalina..., destruyéndolos todos y cubriendo con sus arenas, lava, cenizas y cascajos", según relato de Viera y Clavijo (1982: I, 788). Los lugares sepultados por los nuevos volcanes eran "las más fértiles tierras de la isla", según atestiguan todos los documentos de la época. El fuego fue el elemento destructor y el que sirvió para la nueva denominación, tal cual relata Leopold von Buch, un vulcanólogo alemán que estuvo en la isla en 1815 y allí pudo conocer el célebre relato que el Cura de Yaisa, Lorenzo Curbelo, hizo de la erupción a la vista directa del fenómeno (Romero Ruiz 1997: 101-112).

Y Montaña o Montañas del Fuego sigue llamándose al "edificio" principal surgido de aquellas erupciones. Dos singularidades tiene esta Montaña de Timanfaya o del Fuego respecto al resto de los volcanes del resto de la isla; la primera es la de poseer, no uno, como suele ser lo habitual, sino tres cráteres mayores y otros varios mucho más pequeños; y la segunda es el desprendimiento de un intenso calor geotérmico que se produce en ella, fenómeno que ha sido aprovechado como atractivo turístico con demostraciones varias por parte de los cuidadores de las instalaciones que allí se han levantado, para deleite y asombro de los miles de turistas que visitan diariamente aquel alucinante territorio. César Manrique, el artista que diseñó esas instalaciones, tuvo la feliz ocurrencia de perforar un pozo no demasiado profundo, rematado con una parrilla sobre la que puede asarse toda clase de carnes en mucho menos tiempo que el que se tardaría sobre una cocina convencional, y sin llama alguna.

Como estas atracciones son modernas, no pudo detenerse en ellas Olivia Stone, la viajera inglesa y perspicaz observadora que estuvo en aquellos parajes a finales del siglo XIX, pero sí le impresionó el silencio reinante en aquellas tierras calcinadas. Lo describió así:


El silencio es agobiante y terrible. Nada se mueve; no hay siquiera una ramita que nos indique de dónde sopla el viento; sólo aridez y desolación. Dos cuervos negros aparecen repentinamente y, cuando nos sobrevuelan, puedo oír el suave roce de sus alas por encima de nuestras cabezas. Parecen aves de rapiña aguardando a que la muerte les llegue a estos intrusos imprudentes que han penetrado en estos terribles páramos (1995: 352).


Pero el término de Timanfaya o Chimanfaya fue antes que montaña el nombre de una población, una de las más importantes de aquella región, la más fértil de toda la isla, según repiten todos los testimonios contemporáneos a aquel proceso eruptivo. Así, Antonio Riviere y Viera y Clavijo, glosando el informe de las Constitucionales que el Obispo Dávila hizo de su visita a la isla en marzo de 1733, es decir, en pleno proceso eruptivo, dicen que entre los "lugares perdidos por el fuego que ha corrido por ellos" estaba Timanfaya con 24 vecinos (Riviere 1997: 194). Así empieza el relato que el naturalista alemán Leopold von Buch hizo de aquel proceso eruptivo basado en la crónica a ojos vista del suceso del que se ha hecho famoso "cura de Yaisa" Lorenzo Curbelo:


El primero de septiembre de 1730, dice Lorenzo Curbelo, entre las 9 y las 10 de la noche, la tierra se entreabrió de pronto cerca de Chimanfaya, a dos leguas de Yaiza. Desde la primera noche, una enorme montaña se levantó del seno de la tierra, y de su cima se escaparon llamas que continuaron ardiendo durante diez y nueve días. Pocos días después, un nuevo abismo se formó, probablemente al pie de los conos eruptivos que acababan de producirse, y un torrente de lava se precipitó sobre Chimanfaya... (Romero Ruiz 1997: 106).


La narración del párroco de Yaisa -al decir de Antonio Rumeu- "es extremadamente sucinta, aunque la brevedad se vea compensada por las excepcionales facultades de síntesis, espíritu de observación y curiosos detalles. Tiene además el defecto de ser incompleta, pues el clérigo en unión de sus aterrorizados feligreses abandonó Lanzarote, con rumbo a Gran Canaria, al finalizar el año 1731" (1982: 17). Pero esa concisión de la noticia del cura de Yaisa se vio también compensada con el relato que de las erupciones ofreció la Gaceta de Madrid con "una minuciosidad y casuismo sorprendentes en extremo", texto que se publica íntegro en el trabajo citado de Rumeu.

También el gran naturalista alemán Alexander von Humboldt se hace eco de las erupciones del Timanfaya al pasar rodeando la isla de Lanzarote en su viaje hacia América, con una parada de varios días en Tenerife, y con cuyas memorias dejó una muy valiosa visión de las Islas Canarias de finales del siglo XVIII. De toda la parte occidental de Lanzarote que divisaron desde el barco de cerca dice que poseía "los caracteres de un país recientemente trastornado por el fuego volcánico. Todo es negro, árido, y denudado de tierra vegetal" Y del volcán Timandaya que "arrasó la región más fértil y mejor cultivada; nueve villas fueron entonces destruidas por completa con el desbordamiento de las lavas" (1995: 68).

Chimanfaya y Timanfaya son nombres que alternan constantemente en las escrituras antiguas, mientras que en la tradición oral se ha impuesto el segundo con exclusividad, de manera que cuando algún autor actual usa el primero lo hace desde el conocimiento que tiene de la documentación histórica.

Wölfel (1996: 705) estudia este término en la parte de sus Monumenta dedicada a las palabras de significado conocido y dentro del epígrafe encabezado por el significado 'risco' en que se relacionan voces como el apelativo time, el antropónimo Tinguafaya (hijo de Sonsamas) y el topónimo Timanfaya. La gran variabilidad con que se ha escrito este término en las fuentes de que se sirve Wölfel no es obstáculo -dice- para identificar en él el modelo tin-wa-n- de muchos topónimos bereberes que tienen el significado 'el lugar de...', y el segmento léxico faya que pudiera significar 'fuego'. Pero descarta que la parte inicial de este topónimo contenga la raíz léxica time 'risco'. Otros autores, entre ellos Pascual Madoz en su Diccionario geográfico (1986: 202), habían vinculado el topónimo con el hermano (o hijo, según distintas fuentes) y sucesor de Sonsamas, llamado Tiguafaya, Tinguafaya, Tingyanfaya o Timanfaya, quien finalmente fue preso por los expedicionarios españoles de 1393 al mando de Gonzalo Peraza Martel. El relato primero de este episodio está en la Historia de Abreu Galindo (1977: 43 y 62), pero se desarrolla sobre todo en la de Viera y Clavijo (1982: I, 187); y desde el relato de Viera dice Pascual Madoz que el nombre del lugar de Temanfaya (sic) se debe a haber sido "la mansión del desgraciado rey Tinguafaya". Pero en un artículo posterior Álvarez Delgado (1979: 20) niega que el topónimo tenga algo que ver con el personaje hecho cautivo por los españoles.

Nuestro colaborador Abrahan Loutf lo analiza de una manera muy parecida a la de Wölfel. Se trata -dice- de un topónimo constituido de tres elementos: ti-man-faya, siendo los dos primeros morfológicos y solo léxico el tercero. El prefijo ti- constituye el indicio morfológico del femenino singular correspondiente al artículo la del castellano; en el segundo se reitera el elemento nasal -n- que tiene aquí la función de conector prepositivo equivalente al castellano de, y el tercer elemento puede traducirse por 'fuego'; o sea, literalmente 'la del fuego'.

Es decir que también nuestro colaborador berberólogo descarta que el primer componente de este topónimo sea el término time interpretado como 'la parte alta de un risco o acantilado' que con tanta regularidad vemos en la toponimia de varias islas. Sin embargo, encontramos una contradicción entre estas interpretaciones desde el bereber y el hecho histórico de las erupciones históricas ocurridas en el lugar de Timanfaya en la primera mitad del siglo XVIII. Si las dos denominaciones que tiene hoy ese espacio, la una popular de Montañas del Fuego y la otra oficial de Parque Nacional Timanfaya, son coincidentes en cuanto a su significado, el nombre de Timanfaya no puede deberse a las erupciones de 1730, puesto que en ese tiempo ya la lengua guanche había desaparecido. Y por tanto si era preexistente a ellas, y sin embargo significa lo que dicen que significa, es porque en su origen tuvo una misma motivación; es decir, que el lugar de Timanfaya ya tenía que ser 'el lugar del fuego' en la época guanche.

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ISLA   LANZAROTE


MUNICIPIO    Yaiza, Tinajo


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