Tindaya

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https://hdl.handle.net/11730/guatc/3405

El nombre de Tindaya es quizás uno de los topónimos de Fuerteventura que más suenan en la actualidad en el exterior de la isla, y eso por una serie de acontecimientos que, en esencia, nada tienen que ver con el término toponímico, sino con uno de los accidentes que lo llevan, la Montaña de Tindaya, que en sí misma considerada es un verdadero prototipo de "construcción volcánica", con toda la fuerza y la belleza de estampa que emanan de su naturaleza, una montaña imponente de dimensiones gigantescas y que domina toda la región (mejor cabría decir que toda la región está dominada por ella), además de concentrar en su cima el mayor conjunto de grabados podomorfos de Canarias y del Norte de África de la época guanche, lo que le hace ser un lugar de referencia arqueológico-patrimonial de primera importancia. La fama nacional e internacional del topónimo Tindaya a que nos referimos se debe al proyecto que el gran escultor vasco Eduardo Chillida concibió de horadar la montaña en dos direcciones, en la vertical y en la horizontal, hasta que ambas oquedades se encontraran creando un gran vacío telúrico. El proyecto ha tenido sus fervorosos defensores y sus obstinados detractores, pero se ha estancado por culpa de una serie de conflictos jurídicos y económicos que se han enredado de tal manera que parece muy difícil su resolución y que el proyecto se lleve finalmente a cabo.

Pero Tindaya no es solo el nombre de la montaña, sino el de un pueblo, el de un barranco y en general el de una región cercana a la costa de la parte noroeste de Fuerteventura perteneciente al municipio de La Oliva. De todos ellos es de suponer que el primer accidente que lo llevara fuera la montaña, por ser el más eminente, y que de él lo tomaran de forma subsidiaria todos los demás. Y de todos ellos, al menos el nombre del pueblo y el de la montaña figuran en todos los registros cartográficos de la isla por muy pequeños que sean.

Sin embargo, en la historia de Canarias y en los registros catastrales, quien toma protagonismo es el poblado, y así aparece de continuo en los Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura del siglo XVII (Roldán y Delgado 2008: I). No aparece sin embargo en la relación que Antonio Riviere hizo de las poblaciones de la isla en 1741, aunque sí inscrita en el interior del mapa que él mismo dibujó de la isla como L[ugar] de Tindaya (Riviere 1997: 182); y con el solo nombre de Tindaya parece en el mapa de Quesada Chaves (2007: 65). En la relación que un siglo más tarde aparece en un Acuerdo del Cabildo no se cita el número de sus habitantes, pero se dice que tiene alcalde y ermita (Cerdeña Ruiz 2008: ac. 227). Igualmente aparece en el listado de poblaciones de Fuerteventura que Viera y Clavijo hace en su Historia de Canarias (1982: I, 841). Y lo mismo en la Memoria que el majorero Ramón Castañeyra hizo de su isla, señalándolo como "nombre de un caserío" (1992: 96) y en las listas de términos guanches de Bethencourt Alfonso (1991: 365). En el Diccionario geográfico de Madoz se describe a Tindaya "situada en un llano calizo a la falda de las montañas de la Oliva: su vega es fértil en los años abundantes en lluvias" (1986: 219). Y añade Madoz una noticia que nos resulta totalmente inédita: dice que las mujeres de este caserío "son las más laboriosas de toda la isla, pues no satisfechas con ayudar a sus maridos en las labores del campo, se salen a apacentar sus ganados sin dejar la rueca, ocupándose en hilar todo el tiempo que invierten en andar tras ellos; y es más singular todavía verlas sentadas sobre camellos con su talla o cántara de agua en la cabeza e hilando lana ó lino para hacer cuerdas de pita y tejer, lo que después van a vender a los demás pueblos de la isla, y aun a los de Gran Canaria y Sta. Cruz de Tenerife" (ibíd.).

Castañeyra y Bethencourt Alfonso citan además un valle llamado Tindayejas ("nombre de un valichuelo", dice Castañeyra), hoy desaparecido o desconocido. No dan ellos más localización que la de ser de Fuerteventura, pero este término había aparecido antes en las listas de Álvarez Rixo (1991: 83) como un "vallecito de Jandía". Si estamos en lo cierto, el diminutivo español -ejas que caracteriza a este nombre podría interpretarse en uno de estos dos sentidos: o en el tamaño del accidente nombrado o en el diminutivo del significado atribuido a Tindaya, y en este caso debemos de suponer que tal término tuvo que llegar a ser apelativo en época hispánica.

El mismo término Tindaya (aunque escrito Tindaja) fue topónimo también de Lanzarote, hoy desaparecido, pero que dio nombre a una fuente famosa que debió estar en el macizo de Famara, llamado antiguamente La Montaña. Aparece en un documento del Cabildo de Lanzarote de 1719 en que se hace inventario "de los términos, dehesas, fuentes y demás" de Lanzarote: "Yten, otra fuente, que se dice de Tindaja, con todo lo a ella pertenesiente" (Quintana y Perera López 2003: 128). Y también en Tenerife, según aparece con el mismo nombre de Tindaya en un documento de la isla en la región de Guía de Isora, según testimonia Bethencourt Alfonso (1991: 444).

Mas del significado que pudo tener Tindaya nada sabemos. Wölfel trata de este término en dos lugares de sus Monumenta (1996: 979 y 989), pero en ninguno de los dos ofrece una interpretación que vaya más allá de su estructura morfológica, caracterizada por su inicial tin-, siendo ti- el indicio del femenino singular y -n- el nexo prepositivo equivalente a la preposición española de. Por nuestra parte añadimos que en el elemento léxico daya es posible interpretar la vocal final -a como paragoge española y el segmento day recurrente en otros topónimos como Aday, Guardaya, Tamadaya y Tigaday.

Lo que raya en el disparate son las traducciones que algunos autores diletantes, sin crítica ni fundamento, y sin base alguna, han dado de la etimología de algunos topónimos guanches, como hace Juan Francisco Delgado, autor del libro Canarias, islas y pueblos, que el Gobierno de Canarias editó con motivo del Día de Canarias de 2007 con una tirada de muchos miles de ejemplares, y donde dice literalmente que Tindaya significa 'la de sobrecoger o impresionar' y que la tradición oral la denomina 'montaña embrujada' (pág. 12).

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