1. Presentación: Más dudas que certidumbres
Queremos manifestar en estas primeras líneas que la sensación que tenemos al publicar una obra como esta, con las pretensiones de rigor y de cientifismo que nos son obligadas, raya en la temeridad. Y que la seguridad que un autor tiene cuando da a conocer el fruto de una investigación largamente tenida entre manos y meditada hasta el límite de la obsesión se convierte en este caso y en nosotros en zozobra, en desasosiego y en incertidumbre. No por el método que hemos adoptado en el estudio de los materiales lingüísticos de este Diccionario de topónimos guanches, que en eso creemos haber actuado con el procedimiento más adecuado, sino por la propia "identidad" de esos materiales. Se trata de una parte muy particular y reducida del léxico de una lengua perdida, el guanche, la lengua que hablaron los primeros habitantes de las Islas Canarias; solo del léxico y solo de la parte de ese léxico que ha quedado en la función toponímica, es decir, en la de designar determinados accidentes geográficos del archipiélago canario.
Cuando una lengua se pierde, generalmente no se pierde del todo, ni menos se pierde de golpe, en un solo momento. Como piezas aisladas, resultado de un naufragio, quedan flotando determinados elementos, sobre todo léxicos, que son recogidos y aprovechados por otra u otras lenguas y en ellas siguen viviendo por siglos. Los ejemplos podrían ser interminables, y de cualquier lengua del mundo antiguo o incluso moderno que se considere. Pero no necesitamos salir fuera de nuestro ámbito lingüístico: ¿quién podría dar cuenta de las lenguas todas que se hablaron en la Península Ibérica antes de la llegada de los romanos? Se perdieron del todo, se dice. Pero aún seguimos usando palabras que los diccionarios etimológicos nos dicen que en su origen fueron preceltas o celtas o iberas o púnicas, etc. Y aun después de la romanización otras lenguas se hablaron en la Península que igualmente se perdieron, aunque dejando vivas en el español actual unas cuantas palabras aisladas, como testimonio de su existencia. Y es fácil suponer que ese vocabulario superviviente se refiera a los ámbitos más elementales de la vida humana y a los sectores considerados más primarios de cualquier lengua, como es el mundo vegetal, el reino animal y los objetos materiales de uso común y ordinario, y también, y en mayor medida, en el léxico de la toponimia; un léxico meramente designativo.
Existe en la teoría de la toponomástica un principio que Eugenio Coseriu cifró como "Principio de la motivación objetiva" y del que dice lo siguiente:
El principio de la motivación objetiva requiere que el nombre de lugar se entienda como una descripción abreviada, o sea, que se justifique por alguna característica del lugar al que corresponde (o antropónimos, o hechos históricos relacionados con el mismo, etc.); que presente, de algún modo, la verdad de la cosa (en el sentido entendido por la etimología antigua) (1999: 17-18).
Si este es un principio de la toponomástica general, y lo es sin duda, debemos deducir que los nombres que han pervivido en la toponimia canaria como procedentes de la lengua guanche también nacieron en su lengua como nombres motivados, es decir, que se pusieron a cada lugar por la característica o características más notorias que ese lugar tenía en consonancia con lo que ese nombre significaba en su función primaria. En realidad, podemos asegurar que así es en muchos casos, pero solo cuando los topónimos de origen guanche están constituidos por palabras que aun teniendo ese origen siguen siendo funcionales en la lengua que se habla en Canarias, que no es otra que el español. Este es el caso, por ejemplo, de time o letime para el límite de una altura, un risco o un precipicio; de gambuesa para un corral colectivo donde se recoge el ganado guanil; eres es un charco en el fondo de un barranco que contiene el agua durante cierto tiempo; guirrera se llama a los lugares en donde suelen anidar o posarse los guirres; tabaibal, tajinastal o mocanal a los lugares en que abundan las tabaibas o los tajinastes o los mocanes, etc. Pero estos topónimos, aunque no son pocos, son la inmensa minoría respecto del léxico que ha quedado en la toponimia canaria de origen guanche. Lo común es que no sepamos nada del significado que tienen y menos del que tuvieron esos nombres en la(s) lengua(s) de los aborígenes canarios. Pero por aplicación del principio de la "motivación objetiva" debemos suponer que el significado de esos topónimos debería coincidir en el momento de su imposición con la designación, es decir, con la característica geográfica (o botánica, o zoológica, o antropológica, o de historia social y cultural, etc.) más destacable del lugar.
Ello exige, naturalmente, conocer muy bien el lugar, cada uno de los lugares que han sido identificados por un topónimo, cosa del todo imposible cuando se trata de una geografía más que amplia y de un corpus de miles de topónimos. Pero ni aun con eso bastaría, porque la geografía ha podido cambiar y haber desaparecido el accidente que en su origen mereció el topónimo, o no acertar en identificar el tipo de accidente motivador del topónimo cuando este es de tipo zonal o regional y no simplemente puntual. Podemos deducir con cierta fiabilidad lo que motivó un topónimo como Teide porque no es más que una "montaña", aunque la más eminente de todo el Archipiélago y modelo incluso prototípico de lo que en el español de Canarias se nombra por la palabra montaña2 , pero ¿cómo saber el motivo del topónimo Tenerife siendo una isla entera, el de Tirajana siendo una amplísima región donde se dan todos los tipos de accidentes imaginables, o el de Guiniguada siendo un barranco que recorre toda la geografía del Norte de Gran Canaria y siendo todos ellos hoy nombres totalmente desemantizados? Y no se olvide que perseguir el significado primero de las palabras es el objeto último de la etimología. Y que la historia de las palabras no se puede inventar, hay que descubrirla.
¿Será necesario confesar que muchas veces tuvimos la tentación de abandonar este proyecto de investigación y estudio? Se entenderá por lo gigantesca que es la empresa y por las dificultades de todo tipo y que por todas partes nos asaeteaban, ni siquiera completamente cuantificables. Hasta de arrojo podría juzgarse nuestro propósito. Y si una y otra vez nos disuadimos del abandono fue por la conciencia plena que hemos tenido de la trascendencia del propio proyecto, en caso de que los eventuales resultados logrados llegaran a confirmarse o a demostrarse al menos como verosímiles.
En el estudio de la lengua guanche (no de la lengua en sí, sino del léxico de origen guanche, que es lo único que queda de aquella lengua) todo son problemas. Y en el caso de la toponimia está en primer lugar el problema de la "identificación" de los nombres guanches; o sea, determinar cuáles verdaderamente lo son, como Guiniguada, y cuáles no, como Chafarís, y argumentar sobre los que se presentan como dudosos, como es el caso de Berode. Está después la dificultad de averiguar el grado de "adaptación" que todo topónimo de origen guanche ha tenido al pasar a la lengua en la que ha sobrevivido, en este caso el español que se habla en Canarias, caso ejemplar de la calificación de Nublo que se da al "roque" más famoso de Gran Canaria y que se constituye, a su vez, en el prototipo geológico del accidente que en el español de Canarias llamamos roque3. Está después la consideración que pueden merecer los aspectos morfológicos que rodean al léxico guanche como supervivencia de unas marcas de origen de la lengua a la que el guanche perteneció, en este caso el bereber (o proto-bereber o líbico-bereber), y que de ser ciertas ayudarían mucho en determinar la configuración morfológica y léxica de cada término toponímico, caso, por ejemplo, de los muchísimos topónimos canarios de origen guanche que empiezan por a-, por ch- y por t-. El comparatismo entre lenguas afines o de procedencia afín es un método que se ha manifestado muy eficaz en la historia de la filología, y de ahí la comparación que debe hacerse del guanche con el bereber, pero la dificultad consiste en determinar con qué "bereber", demostrado que esa denominación no es propiamente la de una "lengua", sino la de un "tipo lingüístico" (según la caracterización hecha por Coseriu 1990: 27-28), extendido desde tiempo inmemorial en el inmenso territorio que es el Norte de África, desde el Nilo hasta la costa atlántica y desde el Mediterráneo hasta el Níger, hoy repartido en media docena de países instituidos constitucionalmente como países árabo-islámicos (Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania) y por otros países también de confesión musulmana, pero no árabes, llamados países subsaharianos o países del Sahel (Mali, Níger y en cierta medida Burkinafaso y Chad), donde existen todavía algunos grupos de berberófonos desplazados.
Y demostrado, a su vez, que esas lenguas bereberes fueron esencialmente orales, sin conocimiento de la escritura, la comparación solo puede hacerse o bien sobre los bereberes modernos vivos que han sobrevivido en regiones minoritarias de determinados países del Magreb (especialmente en Marruecos y Argelia) o sobre los estudios (fundamentalmente lexicográficos) que determinados autores europeos han hecho en el siglo XX sobre esas lenguas, en cualquier caso profundamente influenciadas por el árabe que se ha impuesto desde hace trece siglos como lengua "oficial" de todos esos países, incluso con un comportamiento hostil sobre las comunidades berberófonas por parte de la administración oficial de esos países. Y con todos esos elementos a disposición viene después la dificultad de imaginar o proponer un significado a cada una de las palabras estudiadas que, salvo en el caso de aquellas que han quedado como apelativos funcionales en las hablas canarias, resultará siempre incierto y solamente probable. Y viene por último la escritura de esos nombres, la mayoría con una fonética muy ajena a la del vocabulario del español, con la dificultad añadida de que muchos de ellos cuentan ya con una tradición escritural equivocada que les hacen aparentar con una pronunciación distinta a la que verdaderamente tienen en la tradición oral, que es el ámbito natural y verdadero en el que viven los topónimos, caso, por ejemplo, de los impronunciables para los canarios Yaiza, Guatiza, Zonzamas o Guarazoca, y de las arbitrariedades de escribir Bentaiga con b pero Veneguera con v, o Hermigua con h pero Imada sin ella.
Ante tales dificultades, con el añadido del poco o nulo conocimiento que nosotros tenemos del bereber, se comprenderá que en muchas ocasiones nos sintiéramos como seres "espantando sombras". Por eso los tiempos verbales que más abundan en nuestro texto son los del condicional, como en el del modo verbal predominan los subjuntivos: "es posible que", "puede ser que", "podría ser", "de haber sido así", "suponiendo que", "quizás fuera" y otras por el estilo son las expresiones a las que nos hemos tenido que acoger para protegernos de abultados disparates. Así que no dudamos en asumir que los resultados de nuestra investigación se sitúan en un campo intermedio entre el moderado optimismo y el temeroso dislate. Pero nada más podemos decir porque mucho más necesitaríamos saber de las lenguas de los aborígenes canarios y de las lenguas bereberes de su procedencia para andar con más tino en estos caminos llenos de incertidumbres. Para detectar y establecer relaciones e influencias entre dos lenguas en contacto es necesario conocer, y bien, las dos, y esa ha sido una circunstancia que ha faltado en el estudio del guanche, bien porque los que lo han hecho desde el lado de Canarias no conocían el bereber, bien porque los europeos que conocían "algo" del bereber no hablaban bien el español y menos conocían las características dialectales del canario. En la primera de estas situaciones nos hallamos nosotros, y si bien nos hemos visto auxiliados por un hablante natural del bereber del Sur de Marruecos, a la vez que filólogo, tampoco esa colaboración ha resultado ser plenamente satisfactoria por cuanto los problemas que encierra el guanche exceden con mucho al conocimiento de una única variedad del bereber.
Puede llamar la atención y hasta parecer extraordinario que un topónimo canario de origen guanche o una simple palabra de ese origen que vive con plenitud funcional en el español de Canarias tenga relación y hasta parentesco con palabras y topónimos de países del Norte de África. Pero eso es lo más lógico. Hemos de pensar que los primeros habitantes de las Islas procedían de algunos lugares de aquel inmenso territorio y que la lengua que ellos trajeron no podía ser otra que la que allí se hablaba. Y que por consiguiente, una vez instalados en las Islas, los nombres que poco a poco fueron poniendo a los accidentes que empezaron a servirles de referencia geográfica no podían ser otros que los que constituían su hablar cotidiano. Es decir, los mismos nombres que se habían quedado en sus territorios de origen. O sea, que los primeros topónimos que existieron en Canarias no podían ser otros que los formados con el vocabulario común del bereber. Bien es verdad que no sabemos ni de qué lugar procedían ni en qué tiempo arribaron a Canarias, por lo que no está de más hablar de un "protobereber", o sea, de un bereber muy antiguo, sin fecha posible de cifrar. Pero desde esta realidad indudable, más rentable desde el punto de vista filológico resultaría estudiar el bereber desde el punto de vista del léxico canario, que ha quedado como fosilizado al perderse la lengua, que no al revés, el vocabulario canario de origen guanche desde el punto de vista del bereber moderno, que ha sufrido las lógicas superposiciones de la lengua que se impuso como oficial en todo el Norte de África desde hace trece siglos, el árabe, incluso en aquellas regiones minoritarias en las que el bereber ha seguido siendo una lengua viva hablada.
En los estudios sobre el guanche se ha procedido generalmente entre los dos extremos de ver guanchismos por todas partes o de rechazarlos contra toda evidencia. Pero nada tiene que ver esto con las también dos actitudes ideológicas o sentimentales ante "lo guanche": la de los guanchistas furibundos y la de los antiguanchistas despectivos. Nuestra posición no es ni ideológica ni sentimental sino meramente investigadora: ni somos "guanchistas" por escribir este diccionario y por habernos dedicado a estudiar los vestigios de la lengua guanche durante más de 20 años, ni somos "antiguanchistas" por haber dicho y demostrado que la palabra guanche no es de origen guanche, que Tamarán como el nombre antiguo de Gran Canaria nunca existió, que fue un invento caprichoso (y fraudulento) de un autor tinerfeño de finales del siglo XIX, o que el grito de Aguañac o Guañac que el Frente Popular por la independencia de Canarias ha adoptado como su santo y seña tiene su origen en una licencia poética del poeta Antonio de Viana. En nuestro afán por recoger todos o el mayor número posible de términos guanches es posible que nos hayamos pasado en algunos casos, proponiendo como tales nombres guanches cuando en realidad no tengan ese origen, pero es seguro que nos habremos quedado cortos en otros casos silenciándolos, amparados en el aspecto hispánico que han llegado a tener, por la lógica evolución acomodaticia hasta la lengua en que en la actualidad se pronuncian. Caso ejemplar es el topónimo El Sitio, una mínima población actual de Gran Canaria cuyo nombre muy posiblemente sea el resultado evolutivo del término guanche Ansite, el histórico lugar de las Tirajanas donde se libró la última gesta de la resistencia de los aborígenes ante los conquistadores castellanos. Y quizás se nos pueda criticar las muchas veces que basamos nuestra hipótesis de conceder la condición de guanchismos a topónimos de apariencia hispana por "razones toponomásticas", pero esa es nuestra posición teórica: los nombres de lugar no solo pueden analizarse desde el punto de vista estrictamente geográfico o desde el punto de vista meramente lingüístico; los topónimos son los nombres de la geografía, sí, y por ello constituyen una parcela particular del léxico de una lengua gobernada por una ciencia llamada toponomástica.
Nuestro estudio en modo alguno pretende resolver los problemas enteros de la lengua guanche, que en realidad consideramos irresolubles, ni siquiera todos los problemas de la toponimia, que son los que específicamente trataremos en este estudio, puesto que nos falta en la mayoría de los topónimos la base semántica sobre la que discurrir, porque lo que el bereber actual aporta para la comparación con el guanche es menos que poco, poquísimo. Eso ya lo dijeron Wölfel y otros berberólogos que se adentraron en el estudio del guanche, pues si se analiza término por término el estudio de Wölfel, en la gran mayoría de los casos (no sabríamos decir el porcentaje exacto, pero en no menos del 60%) dice "no hallar paralelos bereberes", y en otros muchísimos se da una interpretación aproximada, estimativa, por lo que los casos en que dice tener la seguridad en la comparación no deben pasar del 10%. Nuestro propósito no es reconstruir la lengua guanche, entre otras cosas porque eso es imposible: es muchísimo más lo perdido que lo conservado; nos hemos de conformar con decir lo que se ha conservado hasta hoy, a más de cinco siglos de terminada la conquista de las Islas y de haberse consumado la decadencia de la cultura y la pérdida de la lengua de los aborígenes, y de tratar de averiguar lo que esas palabras supervivientes pudieron significar en aquella lengua.
En su conjunto, son más las incertidumbres que nos quedan en este diccionario que las certezas, pero estas vienen solo desde el punto de vista de la interpretación de las palabras convertidas en topónimos. En lo que sí creemos aportar seguridad es en la identificación de esas palabras tal cual viven en la actualidad en la toponimia de Canarias, tras un proceso largo y minucioso, pegado al terreno, de comprobación desde la tradición oral. Y desde esta realidad certera ofrecemos a la comunidad científica de ahora o del futuro interesada en desentrañar los misterios de una lengua muerta este conjunto de incertidumbres para que con mejores armas filológicas que las nuestras puedan convertirlas en certidumbres.
Y porque coincidimos tanto en el propósito como en el procedimiento (no en los méritos, desde luego) con la admirable mujer que fue María Moliner, tomamos para nosotros los argumentos que ella expone al final de la "Presentación" de su Diccionario de uso del español, porque no podríamos decirlo mejor con nuestras propias palabras. Los autores de este Diccionario de topónimos guanches sienten la necesidad de declarar que han trabajado honradamente; que, conscientemente, no han descuidado nada; que, incluso en los detalles más nimios, en los cuales, sin menoscabo aparente, se podía haber cortado por lo sano, se han dedicado a resolver la dificultad que presentaban un esfuerzo y un tiempo desproporcionados con su interés, por obediencia al imperativo irresistible de la escrupulosidad; y que, en fin, esta obra, a la que, por su ambición dadas la novedad y su complejidad, le está negada como a la que más la perfección, se aproxima a ella tanto como las fuerzas y el saber de sus autores lo han permitido. Pero somos muy conscientes de que nuestro Diccionario ni por asomo se aproxima al de María Moliner, el de ella contempla una lengua histórica entera, el español, el nuestro se dedica a una parcela muy limitada del léxico de otra, el de los "pocos" topónimos de la lengua guanche que siguen vivos en la tradición oral de Canarias.