ESTUDIO INTRODUCTORIO


14. Topónimos dudosos: distintos tipos y distintos fenómenos lingüísticos

En el estudio de la toponimia canaria son muchos los casos en donde la posición más prudente es la de la duda. En el análisis de cada término no basta para determinar su origen o su pertenencia al español o a una lengua románica conocer la fonética y la morfología del nombre, es tan necesario o más conocer su significado y, si esto no es posible, conocer al menos la designación que tiene en las toponimias insulares, y aplicar sobre todo ello el criterio toponomástico.

En el caso del estudio sobre los guanchismos se han dado dos posturas extremas entre los investigadores: los proclives exagerados a considerar como guanchismo a cualquier palabra canaria que no figurara en el diccionario académico del español y los tendentes a descartar o disminuir ese origen. Nada tiene de reprochable ninguna de las dos posturas siempre que en cada caso haya argumentos objetivos para mantenerlas, pues la lengua guarda muchas veces secretos que son del todo inescrutables, más en cuestión de etimologías, y lo que hoy parece ser evidente de una manera, mañana resulta serlo de otra (caso del término guanche, por ejemplo, creído durante cuatro centurias de origen guanche). Lo que importa, pues, en filología es el rigor, el método, la objetividad y, a ser posible, los datos.

Cada término toponímico tiene su problemática particular, pero en todos ellos el conocimiento de la geografía nominada, el de la especie animal o vegetal de que se trate, incluso el de la materia designada, así como la recursividad del topónimo, resultan ser fundamentales para una correcta interpretación. Pongamos por ejemplo la voz guirre. Todos los que han tratado de ella están de acuerdo en considerarla un "canarismo", incluso el DLE y los diccionarios dialectales. El DDECan añade que es voz onomatopéyica, afirmación y teoría que sus autores toman de Alvar, "por considerarla la más probable", al emparentarla con las voces salmantinas guirle, guirre o guirri(o), que según un dialectólogo provincial salmantino se usan para designar al vencejo. Pero todos los indicios que marca la toponimia de las Islas se concitan para considerar a la voz canaria guirre no solo un canarismo, sino específicamente un "guanchismo". Primero, el guirre es una especie endémica, el Neophron percnopterus, aunque se la compare con el alimoche peninsular. Segundo, tiene un nombre exclusivo; su proximidad con los nombres salmantinos no puede pasar de ser una mera similitud o coincidencia homonímica: es impensable que el nombre de un vencejo pudiera servir para identificar a esa especie de buitre canario que es el guirre. Tercero, la manera en que aparece en las primeras citas de esta voz por parte de cronistas e historiadores canarios demuestra que les era extraña, ajena a su vocabulario, como propia de los aborígenes (así en Abreu Galindo 1977: 270). Y cuarto, es muy improbable que un término procedente de un habla local minoritaria, como sería en este caso el guirle o guirre salmantino, se generalizara en las islas ?en todas las islas del archipiélago? en tan poco tiempo y en tiempos tan tempranos como demuestran las crónicas e historias de Canarias del siglo XVI, hasta el punto de llenar la geografía del Archipiélago de topónimos con el nombre del Guirre.

Nos enfrentamos, pues, en la toponimia canaria con muchísimos términos que tienen apariencia hispana o romance y que sin embargo proceden de un étimo guanche. En ese proceso de "españolización" de los topónimos guanches han operado una serie de fenómenos fonéticos, morfológicos, léxicos y semánticos que merecen destacarse por su protagonismo y por su productividad. Y podría hablarse de tres tipos principales.

14.1.La etimología popular

La etimología popular implica siempre un cambio del significante guiado por una nueva interpretación semántica; afecta, por tanto, en primer lugar al plano del significante, pero repercute finalmente en el plano del contenido. Es un fenómeno general en la evolución de las lenguas, de cualquier lengua, de todas las lenguas, pero es fenómeno frecuentísimo e importantísimo en la toponimia, seguramente más que en ningún otro sector del léxico. Decía Menéndez Pidal que la etimología popular "hacía de las suyas" en la toponimia. Y Vendryes argumentaba que cuando aparecía la etimología popular se abandonaba la filología para adentrarse en el mundo del folclore. Ello es cierto, pero la etimología popular, aunque efectivamente pertenece al mundo del folclore, al de las creencias populares, opera en la lengua como una de las "causas" de los cambios lingüísticos. Y últimamente Xaverio Ballester ha dicho que la etimología popular es "un contundente antídoto contra la desmotivación léxica", a la vez que propone denominar a este fenómeno "caricatura"40, pues, en efecto, nada hay en él de verdadera etimología y sí mucho de "tendencia a remotivar el signo" (Ballester 2014a: 58).

La etimología popular (o "caricatura") opera en la evolución de los topónimos siempre en el sentido de ir desde un término opaco, desconocido en su valor semántico, hacia otro interpretable semánticamente, por analogía. Por tanto, en el caso de la toponimia de origen guanche el cambio consiste en un proceso de hispanización, de un término original guanche a otro que se siente afín al vocabulario actualizado del español hablado en las Islas. Rarísimo es (aunque no imposible) que el proceso sea a la inversa: que un término de origen hispano o románico acabe convirtiéndose en un guanchismo, y eso solo podría darse en el caso de que ese guanchismo sea un apelativo plenamente asentado en el habla popular. Solo un caso claro hemos advertido en nuestro corpus: el topónimo herreño Gofiaderos procedente de Bufaderos, pero incluso aquí funciona el principio general de ir desde lo desconocido a lo conocido: en el habla popular de El Hierro es un término mucho más común gofio, absolutamente conocido por todos, que bufadero, exclusivo de la toponimia y conocido por muy pocos.

Otros ejemplos muy evidentes son el cambio del topónimo grancanario Góngaro 'nombre de una planta' a Góngora 'apellido español'; de los herreños Gorona a Corona, de Timanasén a Tío Manasén y de Tomperes a Ton (Antonio) Pérez; de los gomeros Agulo a Angulo y finalmente a Ángulo, de Tamargada a Amarga, de Igualero a Igual, de Ifante a Infante, de Guandasa a Juan Dasa y de Epina a Espina; del lanzaroteño Paretén a Padre Ten, etc. Pero consideramos los más llamativos y clamorosos ejemplos los siguientes, por cada isla, en la mayoría de los cuales ha sido posible incluso documentar variantes intermedias que manifiestan claramente el proceso evolutivo: en El Hierro de Joanil a Juanil y finalmente a Juan Gil, y de Julan a Julán y finalmente a Julián; en La Gomera de Acano a Roque el Cano, y de Merica a Mérica y finalmente a América; en La Palma de Us a Use y finalmente a Huso; en Tenerife de Autindana a Juandana y finalmente a Juan Dama, y de Marajuana a Madre Juana; en Gran Canaria de Ñubro o Nubro a Roque Nublo, y de Ansite a El Sitio o Los Sitios; en Lanzarote de Guatesía a Guantesibia y finalmente a Juan Tesía, de Guantebés a Bien te ves y a Juan Estévez, y de Emine a Montaña la Mina; en Fuerteventura de Jesa a Dehesa, de Aseitún a Aceituna y de Bayebrón (que es como lo pronuncian todos los habitantes de Fuerteventura) a la escritura normalizada Vallebrón o incluso Valle Ebrón, por asimilación a valle. Otro caso que intuimos como evolución de un término guanche a un topónimo actual español es el de Imada a La Medida, nombre de una región de Güímar, en Tenerife: Imada es hoy un topónimo bien conocido de La Gomera, por nombrar, entre otros accidentes, un pequeño poblado del mun. ALO, pero antes también fue el nombre de una región de Güímar, registrado por Bethencourt Alfonso (1991: 430); ese Imada ha desaparecido del todo y el mismo lugar se llama hoy La Medida (GAC 27 E2).

Valga aquí un ejemplo de nuestra propia experiencia recolectora. En El Hierro recogimos un topónimo que nuestros informantes nativos pronunciaron [garsisél] y que nosotros interpretamos como si fuera un antropónimo hispano y que catalogamos y escribimos como Garcisel (Trapero, Domínguez et alii 1997: 145). Pero después de ello, descubrimos que ese topónimo estaba registrado en documentos de principios del siglo XVIII y escrito allí como Garacisel (García del Castillo 2003: 180 y 182). Esta es, sin duda, la forma originaria, aunque habría que corregir al escribano herreño (como también a nosotros) de esa c ultraculta y escribir Garasisel, y poner en relación este topónimo con todos los canarios guanches que llevan el componente léxico gara, con el previsible significado de 'roque' o 'elevación rocosa'.

14.2. La homonimia

Los fenómenos de la homonimia y de la polisemia siempre andan juntos en la historia de la evolución de las lenguas, aunque con muy distinta presencia y repercusión. La homonimia es un fenómeno que afecta en primer lugar al significante, mientras que la polisemia es sobre todo un problema semántico. Más importante y mucha más influencia tiene en el hablar común el problema de la polisemia que el de la homonimia. Y sin embargo en el léxico de la toponimia ocurre justamente al revés: la polisemia apenas si existe mientras que la homonimia es el pan nuestro de cada día, sobre todo cuando se trata de analizar corpus toponímicos resultados de la confluencia o de la sucesión de lenguas distintas. Y ello tiene su razón de ser. Un topónimo es un nombre designativo que pretende identificar un lugar geográfico concreto y real, sin equívoco. Procedimiento, pues, que excluye y que huye de la polisemia, fenómeno que en la lengua se dispone a la interpretación subjetiva del hablante. Podrá darse la polisemia en el léxico de la toponimia en su función de "léxico secundario", es decir en cuanto que ese léxico pertenece al vocabulario común de la lengua, la palabra valle, por ejemplo, abierta a realidades geográficas muy varias, pero perderá cualquier dispersión semántica en cuanto se convierta en un "topónimo primario": Valle de Agaete, por ejemplo, imposible de ambigüedad frente a Valle de Güímar, por ejemplo (Trapero 1995a: 33-38).

Por el contrario, los casos de homonimia o cuasihomonimia en la confluencia de dos significantes de procedencia diversa son muchísimos en la toponimia canaria de origen guanche. En el fondo se trata del problema de los términos homónimos, de procedencia varia, en este caso del guanche y del español, que vienen a confluir en un sincretismo fonético y léxico. Entre ellos los hay que pueden haber sido homónimos perfectos desde su origen, como puede ser Tara (topónimo guanche de Gran Canaria y apelativo del español, entre otros con el significado de 'defecto'), pero nos parece indudable que la gran mayoría ha evolucionado desde su naturaleza prehispánica primera hasta confluir fonéticamente con el término homónimo español. Y en este proceso evolutivo ha tenido un papel fundamental el fenómeno de la etimología popular, responsable de tantísimos cambios en el léxico de la toponimia canaria. Podrían ponerse innumerables ejemplos: los casos de Dar y Dares en El Hierro; la serie Igual, Iguala e Igualero en La Gomera; posiblemente Garajao en Lanzarote, Tenerife y La Gomera; de Hacha / Jacha, Jache y Ajache en Lanzarote y Tenerife; de Mercadel en El Hierro y Mercadela en La Gomera; de Misa y Musa en La Gomera; de Oliba en Fuerteventura, El Hierro, La Palma y Gran Canaria (y escrita así con b para llamar la atención sobre su condición guanche); de Pájara en Fuerteventura, La Gomera y Tenerife, etc. Caso muy llamativo es el de la serie Carisuela, Causuela, Cochiruelas, Corihuelas y Cusuela de Fuerteventura, de Casuela y Chasuelas de Gran Canaria, de Gordejuela y Cuchuelas de Tenerife y de Quinsuelas de Lanzarote, para los que considerados aisladamente no tenemos explicación alguna pero que la hallan a la luz de la información obtenida en El Hierro sobre las palabras Cuchuela, Corchuela o Carchuela que sirven para designar una especie vegetal endémica.

La consideración de uno solo de estos topónimos de manera aislada puede ofrecer una visión deformada e irreal, muy diferente si se le considera en el conjunto de toda la toponimia del Archipiélago. Así por ejemplo en el topónimo Talavera, que escrito con v y como nombre de un pueblo del sur de Tenerife de inmediato puede interpretarse como trasplante de uno de los varios topónimos de la Península que lo tienen o como el apellido de un personaje local. Pero la interpretación sobre ese mismo término cambia radicalmente si conocemos los muchos Talabera que hay en la toponimia canaria, y si además conocemos los lugares en los que están y el tipo de accidentes a los que nombra. Es ahí cuando adquiere verdadero valor la toponomástica, como ciencia con fines y métodos propios, en donde se juntan la lingüística y la geografía (con razón puede decirse que la toponimia es "la lengua de la geografía"), y exigen del investigador los mismos conocimientos de una como de la otra. En el estudio particular que hacemos de este topónimo explicamos todos los pormenores que afectan a este término. Por lo demás, la escritura de esos términos inclina mucho hacia una consideración u otra. Escribir Talavera con v es acomodarla a la ortografía del español e interpretar ese término como tal, pero escribir Talabera, con b, es romper esa tendencia y acomodarla a la fonética de la lengua de la que creemos procede.

El caso de Tara es paradigmático. Hoy se ha convertido en un populoso barrio de Telde, en Gran Canaria, pero en tiempos de los aborígenes ya era un poblado de cuevas. Por tanto es guanchismo seguro. En una de las cuevas del poblado aborigen de Tara se halló una de las figuras antropomórficas más bellas de todo el arte prehispánico canario; además, si hemos de creer a Marín y Cubas (1993: 204), tara significaba entre los aborígenes de Gran Canaria las "rayas en tablas, pared ó piedras" que hacían para guardar memoria de sus sementeras. Pero tara es también voz castellana que aparece en el DLE con tres entradas, la primera de ella con los significados muy generalizados de 'peso del continente' y de 'defecto físico o psicológico'. Además, Tara es el nombre de un poblado del sur de la isla de Chiloé de cultura mapuche (conocido personalmente por nosotros); tara es término apelativo que en quechua nombra un determinado arbusto; y finalmente Tara es topónimo famoso de la Irlanda céltica, desde donde, con toda probabilidad, se trasplantó a América para designar la hacienda de la famosa película Lo que el viento se llevó. Y seguro que en Internet se encontrarán otras muchas referencias geográficas con este mismo nombre repartidas por el mundo.

Muy llamativos son los casos de homonimia (o de cuasihomonimia) que se producen en la toponimia canaria de origen guanche con nombres de países o de ciudades del extranjero, como Angola, Arjel, Brasil, Guinea, Meca, Orán, Niágara, Perú, Troya, Tunes, etc., que hemos mencionamos más arriba.

Un caso de verdadera homonimia es el topónimo Jaragán o Aragán de La Gomera: con esas dos formas se conoce una zona muy aislada del noroeste de la isla que tiene como principal accidente un pequeño poblado con el nombre de Casas de Jaragán. La palabra jaragán o haragán es un canarismo que designa una planta, la Ageratina (Eupatorium) adenophora, una especie de agrimonia, de la familia de las rosáceas. Advierte cuerdamente el DDECan que la forma jaragán es variante aspirada de haragán y que la primera forma nombra una planta de La Palma, mientras que la segunda designa una fiesta, la fiesta del haragán, que se celebra en Santa Lucía de Tirajana, en Gran Canaria, "protagonizada por aquellos que han faltado ese día deliberadamente a su trabajo". Aquí tenemos un caso de verdadera homonimia: el jaragán primero es un guanchismo y el haragán segundo una voz del español general con el mismo significado que le da el DLE "que rehúye el trabajo".

Hay que resaltar en este punto la importancia que tiene contar con un amplio corpus toponímico que muestre la diversidad de recurrencias y sus especiales combinatorias: no es lo mismo el análisis que puede hacerse de un término aislado en un único topónimo, que no ofrece otras agarraderas interpretativas que su exclusivo lexema, que ese mismo término en una diversidad de situaciones toponímicas. Pongamos por ejemplo el caso de Hija, escrito así, con h-, en todos los casos en que aparece en la toponimia canaria, por una, en principio, lógica interpretación desde el español. Pero llama la atención la gran cantidad de topónimos que contienen este término, si no anómalo, sí extraño al mundo referencial toponímico, y con presencia además en cuatro islas del Archipiélago.

Topónimo

Isla

Mun.

Las Hijas

P

BAR

Lomo de las Hijas

P

BAR

Barranco de las Hijas

P

BAR

Montaña de las Hijas

P

BAR

Chapa de Hijas

F

PRO

Rincón de Hija

F

PRO

La Hija

C

TEL

Montaña de Hija

T

TAC

Barranco las Hijas

T

REA

Las Hijas

T

SIL

Hoya las Hijas

T

TEG

Llama primero la atención que haya no uno sino varios lugares que se llamen exclusivamente La Hija o Las Hijas, porque hija en español es un término que se define en su relación con otro término de parentesco, no aisladamente. En segundo lugar, llama poderosamente la atención que aparezca también varias veces sin artículo alguno, nombrando una montaña, un rincón o una chapa. En tercer lugar, que Hija e Hijas aparezcan siempre ?y solo? en el género femenino. Finalmente, llama la atención que la geografía nombrada esté al margen de la propiedad de la tierra, que es lo que justificaría un término como ese en la toponimia de las islas. Todo ello es muy anómalo en cuanto a la "norma" toponomástica. Luego es lógico pensar que tras ese término pueda ocultarse un étimo no hispánico. La presencia del artículo e incluso la forma plural de algunos de ellos pueden explicarse fácilmente por etimología popular, una fuerza lingüística que opera de continuo en la toponimia. Para más confirmación, y gracias al conocimiento de un amplio corpus toponímico de todo el Archipiélago, podrá aducirse que ese segmento sonoro [íxa] no es nada extraño a la toponimia guanche: aparece en términos muy próximos como Chija, Chijafe, Chanajija, Ijade, Manija o Pija, en otros cercanos como Botija, Dubija, Folija o Amarnija, y en otros con los que quizás también esté emparentado como Bijango, Bijara o Bijala, Guanijar, Serbijao, Tijarafe, Timirijay y Triquibijate. Desconocemos si el segmento léxico ija tuvo en guanche una identidad semántica y por tanto si emparentó a todos esos términos mencionados, pero su composición y recurrencia en la toponimia canaria nos hace pensar en su origen guanche, y por tanto deberá escribirse Ija, sin aquella h- inicial que lo hacía término español.

La homonimia en el caso de algunos topónimos canarios puede que se produzca no por la confluencia de un étimo guanche y otro español, sino de un guanchismo y un arabismo. Eso es lo que parece que ocurre en las voces toponímicas canarias Soco 'abrigo, lugar abrigado', Tarajal 'especie vegetal', Tahona o Tajona (del árabe 'piedra de molino') frente a Tabona (del guanche 'cuchillo de piedra'), Argana 'árbol oleaginoso', y alguna otra. Puede que esta confluencia de étimos guanches y árabes se haya producido por la entrada en las islas de berberismos arabizados desde la Península o directamente de algún país norteafricano, previsiblemente de Marruecos, tras la conquista de Canarias. Aunque esta segunda hipótesis parece ser la más razonable, no hay que descartar la primera, pues es evidente la existencia de un léxico y sobre todo de una toponimia verdaderamente bereber en la Península, aunque tenida por árabe, por la masiva participación de bereberes en la conquista musulmana de España.

El ejemplo más llamativo de estos casos es la voz tarajal, término común en todo el Archipiélago para designar un tipo de arbusto tamariscáceo, identificado científicamente como Tamarix canariensis, de la familia Tamaricaceae, que crece a las orillas de los barrancos o en los lugares costeros. La abundancia de este arbusto en determinados lugares de las Islas, sobre todo cuando llegan a formarse pequeños bosquecillos, ha dado lugar a multitud de topónimos con este nombre, especialmente en Fuerteventura y Gran Canaria. Incluso dos de Fuerteventura se han convertido en importantes núcleos de población: Gran Tarajal y Tarajalejo. Desde el punto de vista lingüístico, la voz tarajal es considerada por una mayoría de autores canarios, entre ellos el DDECan, como un arabismo plenamente asimilado por el español. Pero la voz que se usa en la Península para este arbusto es taray, no tarajal, y además los botánicos establecen diferencias notables entre las dos especies. Además, la especie canaria es endémica y estaba en los suelos isleños antes de la llegada de los europeos, como se demuestra en Le Canarien, cuyos cronistas escriben su nombre con variadas formas y grafías (tarhayz, tarhais, tarhays, tar hays, y otras), como si de una voz ajena no reconocida se tratara. Todo ello habla a favor de la tesis de que la forma canaria tarajal sea un guanchismo de origen, mientras que la peninsular taraje sea un arabismo, independientes por tanto la una de la otra. Además, está la configuración formal de la voz, similar a tantas otras de indudable condición guanche, tanto del léxico común (tarabaste, tarajallo, taragontía, tarambuche) como del toponímico (Tarajate, Tarabates, Tilarajo, Tinarajo, Tagarajita, etc.).

14.3. La fonética sintáctica

Consideración especial por su gran número merecen los topónimos evolucionados por fonética sintáctica desde un étimo guanche hasta una forma de apariencia hispana, que se da especialmente en los topónimos que se inician por l-, posiblemente como resultado de su fusión con el artículo español. Así, topónimos con constitución tan aparentemente hispana como La Lajura, El Letime, Las Eresitas, Lion y Liona o El Larinés, con presencia incluso reiterada del artículo, lo que confirma la condición de apelativos (es decir, de términos con interpretación semántica por parte de sus usuarios), pueden esconder un étimo guanche: La Lajura < Arajura / Alajura; Letime < El Time; Lacardán < El Acardán; Lunchón < El Unchón o El Anchón; Laguerode < Aguerode; Lajapula < La Japula; Larinés < El Arinés; Lautaro < El Taro; Leres < El Eres; Lainagua y Linagua < Inagua; etc.

Un ejemplo muy llamativo de este fenómeno es el que se manifiesta en el topónimo Las Eresitas de El Hierro. Esta escritura resulta de una interpretación nuestra (Trapero, Domínguez et alii 1997: 141) desde la secuencia [laseresítas] que nos dijo nuestro informante local sobre el terreno de un lugar que hacía imposible la interpretación desde los castellanos cerezas y eras que pusimos en consideración; lo más probable es que detrás de ese nombre esté el étimo guanche eres cuyo significado conocemos por ser voz que pervivió hasta tiempos recientes en el Sur de Tenerife, como 'pequeños charcos que se forman en el lecho de los barrancos tras las lluvias'.

El fenómeno de la fonética sintáctica sigue funcionando, por supuesto, en la toponimia de raíz hispana, y produce topónimos que dejan desconcertados al investigador que no conoce el terreno al que se aplican. Por ejemplo, sobre el topónimo Fuente del Lapio de El Hierro, por desconocer la geografía a la que nombra y por no haber oído pronunciar ese nombre directamente de sus usuarios, se han dicho las más peregrinas cosas desde los primeros tiempos de la historiografía canaria. Torriani cita este topónimo como fuente Apio (1972: 210), sin decir nada sobre la etimología de la voz; Abreu como del Hapio (1977: 86); Viera ni la nombra ?cosa rara? en el capítulo dedicado a las fuentes de su Diccionario de historia natural; por una mala lectura del texto de Abreu, Álvarez Rixo (1991: 69) lo escribe como Gapio y le atribuye un origen guanche; y de ahí, pasando por las relaciones de topónimos guanches de Chil y de Millares, llegó a los Monumenta de Wölfel (1996: 695), quien, además de recoger las grafías señaladas, añade otro Gapo más equivocado. Ante tales nombres, y dándolos todos por buenos ?justamente por desconocer el verdadero de la tradición oral?, recurre Wölfel a suponer la siguiente evolución hapio > japio > yapio > gapio, y busca después en los diccionarios bereberes alguna palabra que se parezca a estas o que signifique 'fuente', y encuentra no uno sino dos paralelos que dice le vienen al pelo: effi con el significado 'verter dentro de algo' y ûffui 'sin especificar'. Pero lo que hay detrás de ese topónimo herreño es mucho más complejo de lo que el simple nombre apio representa desde el español general o incluso desde la identificación de una especie botánica endémica de Canarias, identificada por el DDECan como una "planta umbelífera, bienal o perenne, de tallo carnoso, hojas trifoliadas, tb. algo carnosas y flores de color amarillo (Seseli webbit)". El conocimiento de un corpus toponímico mucho más amplio, extendido a todo el archipiélago canario, nos muestra otras evidencias interpretativas, como pueden verse en la entrada correspondiente a este término.

Otra consideración seguramente merecen los topónimos que viven en la actualidad con la alternancia de al-/Ø, como son los casos de Algarabío / Garabío, Almejeras / Mejeras, Almiraje / Miraje, Almiyar / Miyar o Almusia / Musia, que no sabemos interpretar si las primeras son formas con prótesis hechas desde el español de Canarias, donde es fenómeno común, o las segundas son formas con aféresis respecto de las primeras guanches.