ESTUDIO INTRODUCTORIO


15. La escritura de los topónimos guanches

Es cuestión importante y no menor la escritura de palabras cuya naturaleza es ajena a la lengua en que se escriben pues de ella depende, en primera instancia, su verdadera pronunciación y después la interpretación etimológica y semántica que se haga de ellas. La cuestión afecta a todo el vocabulario de origen guanche pero muy especialmente a los topónimos.

La cuestión fundamental que debe plantearse en este punto no es preguntarse "cómo se pronuncia lo escrito"? como generalmente se hace?, sino, justamente al revés, "si está bien escrito lo que se pronuncia". Se trata, por tanto, de un cambio radical de perspectiva. Comprobada en cada caso la verdadera naturaleza de cada topónimo, que es como lo pronuncian "los del lugar", el objetivo es tratar de representar por medio de la escritura lo más fielmente posible lo que en la oralidad se dice. Lo dijo bien claro Ferdinand de Saussure, el creador de la lingüística moderna: "Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero"41. Por ello la escritura debe adaptarse "en lo posible"? como recomienda la Real Academia Española? a "los usos ortográficos propios, con el fin de que su grafía refleje adecuadamente su pronunciación" (Diccionario Panhispánico de Dudas de la REA, 2005: xx). Y ese uso ortográfico propio no es sino la ortografía del español.

Pongamos por ejemplo un caso ejemplar. Ante un topónimo canario de origen guanche escrito como Jaguey o como Jagey, es lógico que se plantee la duda de su verdadera pronunciación. Pero en la oralidad lo único que se dice es [xaxéi], y esa cadena sonora como mejor se representa en la ortografía española es mediante la grafía Jajey. Podría escribirse aún mejor como Jajéi, con indicación explícita del acento tónico de la é, pero mantenemos el criterio académico de la escritura de la letra y, así como la regla 4.1.1. de la nueva Ortografía de la Academia (1999: 13 y 24).

La escritura asentada en la "tradición" de muchos topónimos guanches está guiada o por la analogía (por etimología popular o por asimilación a otras formas escritas en el español) o por la ultracorrección (por creer en algún fenómeno "dialectal", como el seseo). Pero en cada uno de estos casos, se pueden encontrar excepciones, es decir, criterios distintos o contrapuestos.

a) En el dilema z/c/s, encontramos topónimos escritos como Yaiza y Guatiza, pero también Teguise y Teseguise; y en el dilema c/s, encontramos Ceritas y Cendro, pero a la vez Seima y Sansofé. Llamamos la atención sobre la cantidad de veces que tenemos que corregir esas escrituras con c o con z y que no representan sino falsas escrituras por tratar de corregir lo que creen que es un fenómeno de seseo canario. Pero no hay tal en tales casos, sino correcta pronunciación de la verdadera /s/ de esos términos. Esas falsas escrituras de los nombres guanches son especialmente llamativas en las palabras que empiezan por el fonema /s/ pero que sin embargo se escriben con c o con z, como es el caso de Cendro, Cerés, Ceritas, Zamora o Zonzamas, y otros que cuando son nombres comunes y aparecen en los diccionarios dialectales producen despistes en su consulta, como es el caso de una hierba de La Gomera de nombre arsila, que en el DDECan hay que buscar por un existente arcila.

b) En el dilema b/v, por una parte, por asimilación de b, se escribe Bentaiga y Benchijigua, pero Veneguera y Visvique; y por otra, por asimilación de v, se ven escritos Valterra, Vascos o Verodal, pero a la vez Bascamao, Bejeque y Benijos.

c) En cuanto a la h- inicial se ven escritos Hechedo, Hermigua y Herques, pero también Epina, Erjos y Erque; Himeche, pero Imada; Himache pero Igueste, etc. Y en cuando a la -h- intercalada, se ve escrito Butihondo y Tahodio, pero sin embargo Taoro. Ejemplo paradigmático de la escritura con h- inicial de un topónimo guanche es el palmero Us, que es la forma más exacta de su oralidad, convertido después en Hus y finalmente en Huso, acomodado ya totalmente al apelativo español.

d) En el dilema g/j, se ven escritos con g: Geneto, Geria, Gerián y Gitagana, pero se escriben con j: Jedey, Jerduñe y Jicanejo; además, se escribe Ginijinámar pero, en cambio, Jinama y Jinámar. Etc.

Es este un trabajo de revisión general y sistemático que debe hacerse en las respectivas toponimias de todas las islas, pues "el mal" es general, y está generando, además, una distorsión grave de muchos de los verdaderos nombres de Canarias, los más genuinos y los más antiguos, por cuanto pertenecen al substrato prehispánico. Ese mal tuvo su origen en una cartografía descuidada, hecha por gentes ajenas a los hábitos lingüísticos de las islas, que en tiempos anteriores apenas si tenía influencia, pues pocos consultaban los mapas, pero que ahora, cuando tantos millones de visitantes del mundo entero llegan a las islas cada año, y que se mueven por ella no preguntando cómo se llaman sus pueblos, sino guiados por los mapas turísticos que en todas partes les ofrecen o por los grandes letreros de las carreteras, tiene un efecto devastador: los turistas (sean extranjeros o peninsulares) se marchan del Archipiélago y llevan en su memoria y en su léxico nombres de lugares inexistentes y por tanto falsos: Yaiza, Órzola, Zonzamas..., ¡impronunciables para cualquier canario! Por lo demás, tales nombres no siempre se han escrito así, sino más bien como se pronuncian, y así constan en los registros más antiguos.42

15.1. El fetichismo de la letra impresa

El gran lingüista venezolano Ángel Rosenblat escribió un magnífico ensayo con el título ajustadísimo de Fetichismo de la letra (1971: 41-81), en el que con múltiples ejemplos de la lengua común pone de manifiesto la jerarquía que casi siempre impone la escritura sobre la oralidad. Lo inicia con una pregunta clave y esencial: "¿Hay que escribir como se pronuncia o pronunciar como se escribe?" Y lo concluye con un aserto indiscutible: "La lengua hablada tiende a mirarse en el espejo de la lengua escrita? Fetichismo de la letra... ¡Miseria y grandeza de la letra! [...] La letra tiende a adquirir siempre carácter reverencial -sigue diciendo Rosenblat-. El siglo XIX escribía con hermosas mayúsculas Libertad, Igualdad, Fraternidad, Derecho, Progreso, Revolución, etc. y hasta las pronunciaba con mayúsculas. Hoy tienden a escribirse con más llaneza y hasta a pensarse con más relatividad [?] ¿No era consecuente aquel curioso maestro de Fray Gerundio de Campazas que quería se escribiera con una M grandísima monte y con una m muy pequeña mosquito?" (1971: 76).

En cuanto al primer interrogante, no puede caber la menor duda: la lengua es por naturaleza primariamente oral y solo posterior y ocasionalmente puede manifestarse por escrito. La escritura no es, pues, otra cosa que un secundario recurso -aunque maravilloso e ingeniosísimo invento- por reparar las dos carencias principales de la voz: su "momentaneidad" y su "presencialidad". La lengua suena solo en un "aquí" y en un "ahora"; tiene por tanto la virtualidad de un presente evanescente que se acaba en cuanto acaba de sonar la voz. Es la escritura la que la hace duradera y lejana, que llega hasta confines nunca imaginados por quien "habló" y que se hace "eterna" en cuanto dure el soporte en que se estampó. El objetivo pues de la escritura no es otro -no puede ser otro- que reflejar lo más fielmente posible la oralidad. "De manera -dijo con toda claridad Nebrija- que no es otra cosa la letra, sino figura por la cual se representa la voz" (1980: 111).

Voz y escritura son pues de naturaleza distinta, y hacer que se manifiesten siempre y en todo momento de manera acordada resulta ser uno de los intentos permanentes de las Academias de la Lengua a través de la ortografía. Intentos decimos que son, plausibles sin duda, y necesarios, pero siempre imperfectos: nunca caminan en paralelo. La ortografía se llena de reglas, pero por muy cercanas que estén al valor de los sonidos de la lengua, no habrá una que no tenga sus excepciones. Toda ortografía es tradicionalista por esencia, mientras que la naturaleza de la lengua (oral, se entiende) es la de vivir en continuo cambio. De ahí el desajuste permanente en que oralidad y escritura se manifiestan. La ortografía -dice con razón Rosenblat- "no responde al sentido progresivo y renovador de la lengua, pero testimonia hasta qué punto el alma queda prisionera en el misterio de la letra" (1971: 58).

Y si esto ocurre de manera permanente en la lengua común, en donde el hablante es conocedor del valor tanto fónico como semántico de las palabras, ¿qué no ocurrirá en el dominio de la toponimia en donde generalmente el valor semántico de las palabras se ha perdido y hasta el sonido de muchos de los topónimos resulta también del todo desconocido para quienes no son del lugar? Aquí radica el principal problema de cualquier corpus toponímico cuando no ha sido confeccionado con el rigor que la dialectología requiere, cuando no se tienen en cuenta, por desconocimiento o por descuido, las características lingüísticas de la región en que esa toponimia vive. ¿Qué podrá hacer cualquiera de los millones de turistas que vienen a Canarias cada año y ven escritos en los letreros de carretera nombres como Orotava, Guaza, Hermigua, Veneguera, Guatiza, Guarazoca, Izaña, Yaiza, Zonzamas, Butihondo, Jinamar, Mogan, Julán, etc., sino leerlos y pronunciarlos tal cual están escritos? En algunos de ellos la ortografía no tiene repercusión fónica, pero sí en otros. Y en cualquier caso en la memoria de esos turistas quedará la imagen de una escritura errónea y falsa, que no representa la verdadera naturaleza oral de esos topónimos. "El desconocimiento del valor de la letra -sigue diciendo Rosenblat- convierte ese respeto en culto fetichista. Y el fetichismo conduce fácilmente a la aberración" (1971: 76). Así es. Falsos y "aberrados" andan muchos de los topónimos canarios por el mundo por causa de la mala escritura en que aparecen en carteles de carretera, mapas turísticos y soportes de todo tipo, porque las autoridades públicas canarias (Gobiernos, Cabildos y Ayuntamientos) no han tomado el asunto como tema de importancia patrimonial, que también patrimonio cultural y lingüístico es la toponimia, aunque por ser de naturaleza inmaterial no se le dé tanta importancia como a los otros patrimonios materiales y tangibles, como puede ser el medio ambiente, la laurisilva o los yacimientos arqueológicos. Y esta mala escritura de los topónimos de Canarias afecta de manera especial a los de origen guanche, que son, por otra parte, los más característicos de las Islas, por ser exclusivos dentro del dominio del español.

Por eso nos proponemos una revisión radical de la toponimia de Canarias, y en este caso concreto de los topónimos de origen guanche, de acuerdo a los criterios lingüísticos que exponemos a continuación. Tratamos de restituir la mala escritura de muchos de los topónimos guanches por la buena escritura que corresponda a su verdadera naturaleza oral. Sabemos de la resistencia que esto puede provocar en quienes tienen las competencias en el cambio de escritura, y aun de la gente común, acostumbrada como está a leer esos nombres como los escribieron. Pero ha de saberse que esa escritura es en todos los casos relativamente reciente, y que el fetichismo de la letra tanto afecta a la mala como a la buena escritura. Esperamos, pues, que los cambios que proponemos fijen un nuevo fetichismo en la buena y recta dirección.

15.2. Influencia de la historiografía

Desde la historiografía, vamos a llamarla "clásica", referida a las antigüedades canarias no está muy bien visto eso de la oralidad, tan variable, tan voluble -según ellos-, frente a la contundencia y "cientificidad" que proporcionan, por ejemplo, las fuentes escritas o la arqueología. Y así, la obra de Bethencourt Alfonso, que nosotros consideramos, al menos en el aspecto concreto de la toponimia de origen guanche, como lo mejor y lo más serio que se ha hecho en ese campo, muy por encima incluso de la obra de Wölfel, no ha sido muy bien considerada por los que siguen apegados al dato material (los arqueólogos) o al dato documentado por escrito (los historiadores)43. Pero en ese juicio no se tiene en cuenta que toda la información sobre las antigüedades canarias, y más específicamente sobre los guanches, en su origen no fue sino una información oral. Las historias primitivas de Espinosa, de Torriani y de Abreu Galindo -las tres más importantes fuentes de las antigüedades canarias- tienen su origen y principal fundamento en las informaciones que sus autores lograron obtener de los guanches supervivientes en su tiempo. Y si se dice que las de Torriani y de Abreu amplifican una supuesta fuente anterior escrita, esta no pudo tener otra base que la oralidad transmitida por los aborígenes contemporáneos a la conquista. Como lo fueron las primeras noticias que sobre los guanches dieron los marineros italianos, portugueses y castellanos, o los cronistas de la expedición de conquista de los normandos. Aquellas crónicas escritas no fueron otra cosa que "opinión personal" de sus respectivos autores, descripción y valoración de lo que vieron u oyeron sobre la vida de los primitivos habitantes de las Islas. Y esa opinión personal, en el caso concreto de la toponimia, no puede tener más valor "científico" que lo que la tradición oral -que es consenso y conciencia colectivos- ha logrado conservar, con las lógicas variaciones a que la lengua se ve sometida en su vida histórica.

Ya hemos señalado que en muchas ocasiones los autores repiten -cuando no copian- lo escrito por sus predecesores, y así plasman en la escritura lo que ya han escrito otros sin atender a la realización oral genuina expresada por el hablante. En la mayor parte de las ocasiones sin haber sometido a análisis si lo escrito debía -o podía- ser representado de otra manera. Parece claro que esa transmisión se ha realizado con unos criterios no fijados de representación gráfica, variables de un escribiente a otro y -mucho más- de un siglo a otro. Esa carencia de análisis mencionada ha dado lugar al mantenimiento de muchos nombres con formas que suponen un mero respeto supersticioso a representaciones escritas que están muy lejos de merecerlo. Se trata en estos casos del respeto indebido a la letra impresa y antigua, como si lo impreso transmitiera un valor del que no se puede dudar, y como si lo antiguo -por el hecho de serlo- representara lo genuino de la existencia. Es el caso de palabras como faya, tagoror, julán, bimbache, crece o Yaiza, que representamos a partir de la expresión oral como haya o jaya, tagoro o goro, julan, bimbape, cres o crese y Yaisa.

15.3. Propuesta de escritura basada en la oralidad

En nuestro deseo de respetar la expresión oral de aquellos topónimos de los que no hay constancia indubitable sobre su auténtica representación escrita, hemos procedido a su corrección, conscientes del choque visual que producirá la lectura de estas formas, pero conscientes también de que se trata de la representación más respetuosa con la tradición oral que las ha mantenido vivas durante siglos. El cambio de la escritura resultará más chocante, si cabe, en aquellos casos en que, siguiendo las normas de la ortografía acentual, requieran el uso de tilde unos topónimos de los que tenemos una imagen visual en que no aparece el acento gráfico, o también del caso contrario, en el que la presencia de la tilde no se justifica ortográficamente en nuestras correcciones. Ejemplos de ambos tipos son: Máguez, Mézquez, Sagaz o Túnez, que nosotros representamos como Magues, Mesques, Sagás y Tunes.

En cualquier caso, ese "choque visual" resultará del todo pasajero si, como deseamos, se propone y se lleva a cabo desde las esferas políticas y administrativas del Gobierno de Canarias, de sus Cabildos insulares y de los Ayuntamientos la revisión y corrección de los topónimos de todo el Archipiélago, como con toda razón se ha hecho en otros territorios de la España peninsular para acomodarlos a su verdadera naturaleza oral. Esta revisión afecta especialmente a los topónimos de origen guanche y que han pasado modernamente a los mapas y a los letreros de carretera ortografiados "a la castellana", perturbando en muchos casos y falseando siempre su verdadera naturaleza. Ya advirtió Nebrija que en la escritura "es cosa dura hazer novedad" en aquello que hay común consenso (1980: 120), pero esos "consensos" han de cambiar y de hecho cambian de continuo, acomodándose a las normas ortográficas que impone la Academia y a las escrituras que en el caso de los topónimos aparecen por doquier en cualquier soporte gráfico. Y ello porque, como también dijo el sabio gramático lebrijense, "no otra cosa es la letra sino figura por la cual se representa la voz y la pronunciación" (ibíd.: 116).

La escritura del fonema /s/. Este es, sin duda, el fenómeno más frecuente y reiterado en la escritura de los topónimos de origen guanche que tiene su origen en el seseo generalizado de las hablas canarias y en la ultracorrección que se hace en la escritura, "a la castellana", por considerar que, en efecto, es solo un fenómeno de pronunciación, no de etimología. Pero nadie podrá demostrar que voces como Yaisa, topónimo de Lanzarote, Guarasoca, topónimo de El Hierro, o Tesén, topónimo de Gran Canaria, etc., en la lengua de sus respectivos aborígenes se pronunciaban con la interdental sorda /?/, pues entonces deberíamos corregir todos los otros topónimos de origen guanche que se han escrito con s, como Teguise, Teseguise, Masca, Seima, etc., y que son muchos más que los primeros. Debemos escribirlos tal cual se pronuncian, con /s/, y tal cual se han pronunciado siempre en Canarias.44

Ya lo advirtió con toda claridad Viera y Clavijo en 1764 en El Síndico Personero General: "Nosotros [los canarios] pronunciamos con un mismo sonido tres letras que los castellanos saben distinguir bastantemente. La c cuando precede a e ó i, la s y la z son en nuestras bocas una misma cosa... Nuestros escribanos unos escriben sertificación, otros zertificación, y otros que son los que aciertan certificación [...] Pero adviértase que incluso en quien pretende mostrar "errores" no acierta en todo, llevado por su cultura ortográfica castellana, y así las dos formas primeras de los escribanos debieran haber estado escritas como sertificasión y zertificazión [...] Con la sustitución en la escritura de s por c ó z de muchos topónimos guanches, se nos quiere hacer a los canarios ceceantes" (1994: 90).

Por tanto, en todas las ocasiones en que aparece el sonido alveolar fricativo sordo /s/, lo representamos con s, aun cuando en muchas cartografías aparezcan con c o con z. Son ejemplos de topónimos escritos generalmente con c, y que corregimos, los siguientes: Asebe, Aseitún, Asentejo, Balsera, Benigasia, Cagaseite, Chobisenas, Gasia/s, Gasio/s, Garsey, Guasimara, Guasimeta, Igonse, Meseñe, Pesenescal, Sendro, Sirión, Tamaraseite, Tanse, Tause y Trisias. Y son ejemplos de topónimos escritos generalmente con z, corregidos por nosotros, los siguientes: Artaso, Ansofé, Asanos, Asoca, Bausas, Botaso, Bujas, Busanada, Eriaso, Esquinso, Esque, Gambuesa, Gasá, Guarasoca, Guatisa, Guasa, Isaña, Iscado, Iscagua y Discagua, Isaña, Ismaña, Isque, Jamáis, Lagarsa, Magues, Marsagán, Masacote, Maso, Mesques, Mosaga, Niasa, Nis, Órsola, Osoneche, Sagás, Samora, Sonsamas, Tasacorte, Taso, Tenaso, Tinisara, Tiramasán, Tisalaya, Tonaso, Transa, Tunes, Utesa, Yaisa. No incluimos en este grupo el topónimo Añaza por tratarse de un neotopónimo implantado recientemente.

Debe precisarse esto bien. No podemos hablar de "seseo" en los nombres de origen guanche pues nunca podremos saber cuál era su verdadera pronunciación. El seseo canario solo es aplicable a aquellas palabras castellanas que teniendo en su morfología el fonema interdental sordo /?/ en Canarias se pronuncia con /s/, caso, por ejemplo, de rosa, procedente del español roza (y que está ya plenamente normalizado con s en la toponimia canaria), pero en absoluto se puede calificar de seseo al hecho de pronunciar /sebadál/ al mencionar el topónimo El Sebadal de Las Palmas de Gran Canaria. Lo que sí era un hecho de claro hipercultismo, por creer que con ello se resolvía el seseo de las hablas canarias, era la falsa escritura de El Cebadal que aparecía en todos los registros. Falsamente, decimos, porque la referencia de ese topónimo es a la seba (las algas marinas que las mareas depositan en las playas) y no a la cebada, cuyo cultivo nunca pudo darse en ese lugar45. Los nombres guanches que han llegado a nosotros y que en su configuración contienen el fonema /s/ les es tan consultancial como cualquier otro fonema de su nombre, y debe respetarse, pues cambiarlo significa perturbarlo, deturparlo, convertirlo en nombre espurio.

Naturalmente aplicamos esta norma a los términos que son de origen guanche en su plenitud, pero no a aquellos que por haberse convertido en apelativos en el español de Canarias han recibido determinados sufijos netamente españoles, como Esquencito o Esquencillo,Luchoncillo,Goroncitas, etc.

La escritura de la h. La grafía h no tiene repercusión fónica en el español; es, como se dice, una letra "muda"; sin embargo en la dialectología canaria se ha usado como signo de aspiración o incluso como sustituta del fonema velar fricativo /x/. Un caso muy llamativo y "ejemplar" de este último uso es el topónimo Jilda de Tenerife, que nombra una degollada y un cruce de caminos entre la cara sur y la cara norte del Macizo de Teno, incluso a un minúsculo caserío en la parte alta de Masca, pero que en todos los letreros de la moderna carretera del lugar se escribe como Hilda, aparentando ser un nombre de mujer.

En dos tipos diferentes de combinaciones se ha registrado la letra h como componente de topónimos guanches: al comienzo de palabra y en su interior iniciando sílaba. En ninguno de ellos se justifica su escritura, por no corresponder a los tres usos que de esta grafía se hace habitualmente en español: los casos procedentes de f- inicial latina, los hiatos iniciados con semiconsonante, o la representación fricativa en palabras de procedencia extranjera.

Consecuentemente, representamos sin hache inicial, topónimos como Ermigua, Erques, Ábiga, Artaguna, Imeche, Omisián, Oyala u Oyaba, Ija, Urgaña, etc. Exceptuamos el caso de Haría, porque en este caso podría estar representando una posible aspiración, justificada en expresiones recogidas por nosotros como Jaría y jarianos.

De la misma manera, tampoco la representamos en los casos de inicial de sílaba interior: Beloco, Butiondo, Chaorra, Taodio, Tapaúga, Goín, Gúa, Niquiomo, Maón, Tamaúche, Tajaiche, Talaijas, Tamaraoya, Benama, Moíno, etc., en algunos de los que se pueden reconocer fácilmente las etimologías populares que han dado lugar a escrituras como Butihondo (por interpretar un compuesto con -hondo), Mahón (como la ciudad menorquina) o Tamarahoya (al reconocerse el componente -hoya). Pero los casos de Goín, Gúa, Niquiomo, Talaíjas o Benama no justifican de ninguna manera la escritura de Gohín, Gúha, Niquihomo, Talahíjas y Benhama. Por motivos de ultracorrección se recogen topónimos escritos con doble grafía: la que sustituye a la velar fricativa: Tarahal y Tarajal, y a la combinación de velar oclusiva + u: Juragüebo y Jurahuevo.

Exceptuamos los casos de Tahíche, Tahona, Tahose y Tahosín, por las mismas razones de la excepción anterior, pues también hemos registrado las formas Tajiche, Tajona, Tajose y Tajosín.

La escritura de /b/. Cierto es que en el español no hay diferenciación fonética entre las grafías b/v, de manera que la escritura de determinados topónimos guanches con v solamente estaría justificada por motivos de carácter diacrónico y etimológico, lo que no viene al caso. Por tanto escribimos siempre con b los topónimos guanches en los que aparece el fonema bilabial sonoro /b/, pues representa mejor la tradición ortográfica del español.

Es el caso, por ejemplo, de Añabingo, Balterra, Bascos, Bayaquería, Beguipala, Beloco, Beneguera, Belgara y Bergara, Berodal, Bigaroy, Bijible, Birama o Binama, Bisbiques, Buentebés y Guentebés, Chimichibito, Esteba, Jobero, Nibal, Oliba, Orotaba, Sirbián, Silbián, Tabibejo, Triquibijaque, Uba y otros. Llamará la atención esta propuesta especialmente en aquellos nombres que son conocidos de todos por ser topónimos famosos y escritos modernamente como Orotava y Oliva, pero nada hay que justifique en el caso del primero esa v con la que se ha impuesto en la escritura frente a otro topónimo como Tamadaba que tiene la misma terminación; y lo mismo respecto del segundo, siendo como creemos un término de origen guanche.

La escritura de /x/. Por las mismas razones de etimología no románica, el sonido velar fricativo sordo /x/ lo representamos en todas las ocasiones como j, pues reservamos la grafía g para el velar oclusivo sonoro /g/. La tradición escrita también alterna en el uso de las dos representaciones en la mayoría de los casos que hemos recogido, y entendemos que así como la escritura de la g puede dar lugar a vacilación o duda entre la expresión oclusiva y la fricativa, no ocurre lo mismo con la escritura de la j que tiene una sola posibilidad fonética. Son ejemplos de este grupo topónimos como Amojio, Chijinique, Chirijel, Jajey, Jeneto, Jeria, Jesa, Jiburetes, Jinojea, Jirafalo, Jitagana, Jitana, Jis, Tembárjena o Tabajoste.

La escritura de /y/. Las dos posibilidades fonéticas de la letra y (y griega) la convierten o en la consonante palatal fricativa /y/, con presencia en topónimos como Marjinayosa, Gayo, Almiya o Armiya, Tahoniya o Tajoniya o Chinchiyojo (que en ocasiones vemos escritos con ll), o en la semivocálica /i/ de diptongos o triptongos, como en los casos de Guaycague, Iboybo o Payba. Por nuestra parte generalizamos la escritura con y el sonido /y/ y con i el sonido /i/ sea vocal o semivocal.

En palabras como Ajúi, Jadúi, Taigúi o Tetúi, con hiato fonético en posición final absoluta, proponemos la escritura de i, y no de y, con el fin de que exista la posibilidad de señalar gráficamente la acentuación y evitar así la pronunciación anómala como diptongo [á.jui] o [a.juí]. Esta representación ortográfica no contradice la mencionada regla académica 2.5.1. de la escritura de la letra y, ya que la norma se refiere exclusivamente a las palabras que terminan con el sonido /i/ precedido de vocal con la que forma diptongo, y no hiato, como es el caso. Incluso el Diccionario Panhispánico de Dudas de la REA (2005: xxi) recomienda escribir los topónimos extranjeros que tienen este mismo final como Shangái o Taipéi.

Igualmente escribimos con y aquellos topónimos que han sido interpretados "a la castellana" y escritos con una ll que representa el sonido palatal africado [?] pero que por lo común no se pronuncia en las hablas populares canarias, salvo en El Hierro y en otras muy pequeñas zonas de otras islas. Y son ejemplos claros los topónimos Almiya o Armiya, Chinchiyojo, Marjinayosa, Gayo, Tajoniya y otros.

La escritura antigua de x. En las fuentes antiguas aparecen muchos topónimos guanches escritos con una x que no representa otra cosa que la velar fricativa sorda que hoy representamos por la grafía j. Pueden ser ejemplos Maxorata, Texeda, Tiraxana y Tixera, entre otros muchos.

Ya hemos dicho que en la dialectología canaria ese sonido ha estado transcrito desde antiguo tanto con x como con j o con una h que pretende representar una cierta aspiración. El caso más ejemplar de todo ello es el topónimo Maxorata o Majorata o Mahorata. Aún hoy se sigue escribiendo Maxorata por la conciencia que se tiene de que esa es la manera "antigua" de llamar a Fuerteventura, pero todo el mundo escribe majorero (y nada más que majorero) para referirse al gentilicio de esa isla. Y sin embargo la primera vez que aparece ese nombre en la literatura canaria se hace como Mahorata por la mano del poeta Viana (1991: canto I, vv. 38-39), creador de ese nombre a partir de la voz majos o mahos que es de la que dan cuenta Espinosa, Torriani y Abreu. La escritura del primitivo nombre que según se cree tenía la isla de Fuerteventura como Maxorata tiene su origen en Viera y Clavijo (1992a: I, 67), que modifica (haciéndolo más exótico) la escritura de Viana. Y lo mismo hizo Viera con otros nombres guanches: acentuó Garoé que en la Historia de Abreu se escribe siempre sin acento, lo mismo que hizo con Aceró el nombre que según Abreu Galindo tenía la isla de El Hierro (Acero, sin acento), y escribió juaco por juaclo, y bimbache por bimbape, que es lo que pervive en la tradición oral de la isla, y Toyo por Hoyo, el nombre de un barrio de Tigaday, en El Hierro, dando pábulo a considerar ese inexistente Toyo en un guanchismo que aparece en toda la bibliografía posterior a Viera.

Es justamente Viera y Clavijo el mayor implantador de la escritura de los nombres guanches, por dos razones: la primera porque es su Historia de Canarias el texto que mayor número de palabras guanches contiene, y la segunda porque ha sido ese texto de Viera el que mayor difusión ha tenido de toda la historiografía de Canarias. Y es a Viera y Clavijo a quien hay que atribuir muchas de las escrituras tergiversadas de los topónimos canarios de origen guanche, guiado él por el espíritu de la época del "siglo de la razón", del que fue destacadísima figura, e influido por la ortografía del castellano, y que dada su autoridad fue imitado por todos los autores posteriores.

La acentuación. Siendo la acentuación tan fundamental en la fonología del español, y más en términos que como en el caso de la toponimia canaria de origen guanche son totalmente desconocidos en su inmensa mayoría, hemos procurado en este aspecto ajustarnos en todo a las reglas ortográficas de la Academia, poniendo acento gráfico en aquellos topónimos que generalmente aparecen sin él, como en el caso de Jinámar de Gran Canaria, que lo diferencia del Jinama de El Hierro y del Jinijinámar de Fuerteventura, pero a veces quitándoselo a términos que no lo llevan, como Julan de El Hierro, que empieza a aparecer en la mayoría de los mapas turísticos e incluso en las cartografías más oficiales con un Julán acentuado que desvirtúa por completo la verdadera naturaleza oral del topónimo. En este sentido las fuentes librescas de la toponimia canaria, y tanto en la de origen hispano como sobre todo en la de origen guanche, están llenas de errores. Pero incluso esos errores de acentuación llegan a los grandes carteles anunciadores de las modernas carreteras de las islas, que poco importunan al viajero canario, porque ni presta atención a la escritura, pero que tiene un efecto perturbador en los miles y millones de turistas que cada año vienen a las Islas, ya sean extranjeros o españoles, y que desconocen los verdaderos nombres de la toponimia canaria. Pues de la misma manera que la lengua oral tiene sus reglas fonéticas, sintácticas y semánticas, la escritura tiene también sus reglas, que obligan a todos, y especialmente a quienes tienen la responsabilidad de escribir esos nombres conforme a su verdadera naturaleza, y no tengamos que estar leyendo en Gran Canaria, por ejemplo, en un viaje desde Las Palmas hacia el sur la isla, una sucesión de Jinamar, Marzagan, Tecen, Cendro, Arguineguin y Mogan, en vez de los verdaderos Jinámar, Marsagán, Tesén, Sendro, Arguineguín y Mogán.

El artículo. La ausencia del artículo en la toponimia canaria de origen guanche (y en la toponimia general, sin marca de origen) es más significativa que su presencia: su ausencia remite a un topónimo "primario", es decir, un término que solo tiene función toponímica, mientras que su presencia remite por lo general a un topónimo "secundario", es decir, que ha pasado a la toponimia desde su condición primera de apelativo, casi siempre español o en pocos casos guanches (ver Trapero 1995a: 34-38).

El artículo, si aparece, es siempre el determinado, en consonancia con la funcionalidad designativa del topónimo, de cualquier topónimo: sería una anormalidad semántica un topónimo precedido de un artículo indeterminado. "Un lugar de la Mancha" no es propiamente un topónimo, al contrario, es una forma perifrástica para esconder o hacer enigmático a un verdadero topónimo; el topónimo escondido o disimulado podría ser, en todo caso, Argamasilla del Alba, Tomelloso, Puerto Lápice o cuantos lugares se han atribuido para sí el alto honor de ser la patria de don Quijote.

Es digno de destacar la presencia del artículo en algunos topónimos guanches cuyos nombres nos son del todo desconocidos desde el punto de vista de su significación, y aún más si el artículo está en plural, como si se tratara de un término apelativo, caso, por ejemplo, de Las Chinijigas, La Mérica, Los Chejelipes, El Lunchón o El Teide. Ningún canario actual sabría decir qué es una *chinijiga, una *mérica, unos *chejelipes, un *lunchón o qué significa *teide. En ese último caso entre el artículo y el lexema Teide hay una clarísima elipsis El (pico del) Teide reconocida por todos por la singularidad del accidente y la nombradía que tiene. Pero en el resto de los ejemplos citados debemos suponer que esas voces, aun siendo de origen guanche, pasaron al lenguaje común de los nuevos habitantes de Canarias hasta perder el sentido de su contenido y quedar fijados en la toponimia con su solo significante.