ESTUDIO INTRODUCTORIO


16. Características de este diccionario

Con todas las carencias y errores que puedan señalarse, estimamos que este nuestro Diccionario de toponimia guanche representa el corpus actual, vivo, y el más completo y verdadero de la toponimia canaria de origen guanche. Y estimamos que una de sus cualidades mejores es la de representar una visión de conjunto: la explicación de cada topónimo guanche en este Diccionario no interesa tanto por lo que individualmente se dice de cada uno de ellos como por la visión conjunta de todos como pertenecientes a un mismo sistema lingüístico. Esta visión de conjunto ha sido posible por contar con un corpus previamente informatizado de toda la toponimia de Canarias (toponimiacanarias.ulpgc.es) que nos ha proporcionado cuantas búsquedas y comparaciones nos fueron precisas.

Otra de las características que estimamos fundamental en nuestro Diccionario es el conocimiento que tenemos (hasta los límites lógicos que deben suponerse) de la geografía de las Islas y de los lugares particulares referidos en la toponimia guanche, unido al conocimiento de la dialectología canaria. Esa conjunción del conocimiento de la geografía nombrada y de los propios topónimos es lo que nos ha permitido elevar la consideración al nivel de la toponomástica como ciencia teórica específica del estudio de la toponimia. Además creemos haber contemplado con exhaustividad tanto las fuentes históricas e historiográficas de Canarias de interés para el tema de estudio de este Diccionario como los repertorios toponímicos disponibles más importantes de cada una de las islas.

Una de las aportaciones teóricas más importantes y originales que estimamos en el tratamiento filológico de las voces estudiadas en este Diccionario es la deducción de los modelos morfológicos que operan en la toponimia guanche (y por extensión en la lengua guanche) como sustrato fosilizado que ha quedado de la lengua bereber que fue el guanche. Esos tipos de componentes morfológicos (y también léxicos) que podemos identificar como procedentes de modelos de una parte del sistema morfológico de la lengua originaria, y que aparecen específicamente en los componentes morfológicos prelexicales, pero también, en algunos casos, en la parte postlexical de algunas voces guanches, ha sido la aportación que debemos en un primer momento a Abrahan Loutf, filólogo berberófono a quien tuvimos como becario de nuestro proyecto en los tres primeros años de la investigación.

La carencia mayor la estimamos en la debilidad de las interpretaciones filológicas, especialmente en el aspecto semántico, y eso debido a las escasísimas comparaciones que pueden hacerse con cierto grado de seguridad entre el léxico canario de origen guanche y el disponible en los repertorios lexicográficos del bereber: las referencias desde el bereber procedentes de la lexicografía disponible son muy poco fiables y desde la oralidad son muy limitadas. Por otra parte, la extraordinaria variabilidad del vocabulario del bereber hace muy difícil la comparación, pues las fuentes de que disponemos proceden casi todas de Marruecos y el área geográfica del que previsiblemente procedían los guanches era otra (de las zonas costeras mediterráneas), y la variabilidad del vocabulario (junto con el aspecto fonético) es una de las características que más destacan todos los estudiosos de la(s) lengua(s) bereber(es). Por todo ello nuestras interpretaciones filológicas, en su gran mayoría, no constituyen más (no pueden ser más) que una tentativa de análisis, en absoluto determinantes, necesitadas de una comprobación desde el lado del bereber (del bereber en general y de cada lengua bereber en particular) por quienes estén en condición de hacerlo. Al menos nosotros ofrecemos a la investigación futura desde el bereber la identidad exacta actual de las voces toponímicas canarias, a diferencia de las que se han divulgado por las fuentes escritas, muy poco fiables y por ello descartables casi en su totalidad.

Por muy próximos que desde el plano de la expresión se nos presenten dos topónimos guanches, como pueden ser Abona y Arona o Mogán y Mocán, en absoluto podemos deducir que lo fueran también en el plano del contenido, como no lo son en español mesa y misa o tapa y taba u hombre y hombro. En el caso de la toponimia canaria de origen guanche podrían citarse multitud de casos de sinonimia o de cuasisinonimia; uno entre ellos muy espectacular podría ser la serie Acara, Adara, Afara, Amara, Araca, Arasa, Araya, Atara, Fara, Ifara, Igara, Itara, Jara, Mara y Tara, todos ellos vivos en la actualidad en diversas islas del Archipiélago. Y en casos como estos es donde no podría aplicarse la famosa frase atribuida a Voltaire que dice que "la etimología es una ciencia en la que las vocales no son nada y las consonantes muy poca cosa". En muchos casos no lo serán, pero en otros son determinantes.

De los problemas de todo tipo y de la complejidad interpretativa que contiene cualquier palabra de origen guanche que se considere pueden ser ejemplos las entradas siguientes, todas ellas pertenecientes al modelo t- del femenino singular: Tabaiba, Tarajal, Tirajana, Tara, Tamaduste, Tegue, Teguise, Teide, Tejeda, Tenerife, Time, Tinajo o Tunte. Y entradas que rompen determinados tópicos sobre los guanchismos pueden ser las siguientes: Ansite, Guanche, Guañac, Esquén, Nublo, Tamarán, Tinamar, Titerroy y Umiaga.

Es posible que el nombre de autor más citado en nuestro diccionario sea el de Wölfel, y eso porque lo consideramos -como en realidad es considerado generalmente- la máxima "autoridad" en el tema de la lingüística guanche, y porque hemos revisado sistemáticamente lo que él ha dicho sobre cada palabra -sea topónimo, antropónimo o nombre común- que aparece en sus Monumenta, en lo que se refiere a su documentación en las fuentes históricas e historiográficas siempre para confirmarlo, pero en lo que se refiere a la identificación de esas palabras como topónimos verdaderos, más para rectificarlo, y eso por lo generalmente errados que andan los topónimos de origen guanche en las fuentes canarias internas y aún más en las fuentes de autores extranjeros. Y en cuanto a la interpretación que Wölfel hace de los topónimos guanches desde su comparación con las lenguas bereberes, unas veces para coincidir con él y otras para disentir desde el conocimiento que nosotros tenemos de la realidad geográfica de las Islas y de la identidad de los nombres de su toponimia. En definitiva, con toda modestia pero con todo rigor, creemos que nuestro diccionario supera a los Monumenta de Wölfel en todo lo referido a la toponimia de Canarias de origen guanche, objetivo exclusivo de nuestro diccionario, aunque no decimos en cuanto a todos "los materiales lingüísticos" heredados de los guanches, puesto que nosotros no hemos considerado aquellas palabras que siendo de ese origen y funcionando como nombres comunes no han pasado a la toponimia. Decir esto no puede concebirse como un pecado de soberbia. Si no fuera así estaríamos reconociendo implícitamente que nuestro trabajo no ha valido la pena, que hemos dedicado quince o más años de nuestras vidas, con muchas horas al día de investigación, en una tarea inútil. Por tanto no tiene especial mérito esa superación: fue la condición primera y explícitamente manifestada en el comienzo de nuestra investigación al advertir las grandes deficiencias que esa obra monumental (le viene bien el título de Monumenta) tenía especialmente en la identificación de los topónimos tal cual en la realidad son y no tal como habían sido citados en las fuentes usadas por Wölfel.

No da el autor datos y cifras concretos de las palabras estudiadas en su obra, pero estimamos que el "glosario del material de la lengua aborigen canaria, extraído de las anotaciones de las fuentes y ordenado alfabéticamente" que inserta en el volumen I de sus Monumenta (1996: 221-385) puede estar compuesto por unas 6.500 entradas, contando todas las variantes escrituradas (la gran mayoría de ellas erradas o falseadas), de las cuales solo unas 1.500 son unidades léxicas reales, y de ellas solo a la mitad ha dado algún tipo de interpretación semántica; es decir, a unas 750 voces de origen guanche. Pero, a la vez, se puede calcular que en los Monumenta de Wölfel falta bastante más de la mitad de los topónimos de origen guanche que están vivos en la actualidad (bien fundamentalmente porque no estuvieran registrados en las fuentes por él utilizadas o porque no los considerara guanches, caso de Maneje, por ejemplo, que sí estaba en el Diccionario de Madoz).

Nuestro diccionario contiene 3.615 voces toponímicas, contando todas las variantes, de las cuales solo 2.883 son unidades léxicas básicas, es decir topónimos en los que aparece un término guanche. Pero todas ellas, incluso las variantes, son voces reales, existentes y confirmadas por la tradición oral actual. Y a ellas deberán sumarse las 873 entradas que en el Apéndice estudiamos de topónimos perdidos de la tradición oral pero de los que existe una documentación escrita fiable. En total son 4.488 los términos de origen guanche los estudiados en este diccionario.

16.1. Dentro de un proyecto global

La idea de este Diccionario de toponimia guanche no nació de manera directa y autónoma, sino que forma parte de un proyecto global de investigación que pretende, en primer lugar, recoger, en segundo lugar, inventariar y cartografiar y, en tercer lugar, estudiar la toponimia viva y funcional de las Islas Canarias. Cada uno de esos objetivos, en cada una de las fases y en cada una de las islas del Archipiélago, tiene problemática particular, pero para todos ellos y para todas las islas hemos pretendido utilizar una misma metodología que permitiera al culminar todo el proyecto tener una visión científica del conjunto de la toponimia canaria para hacer los pertinentes cruces y las correspondientes comparaciones numéricas y porcentuales, lingüísticas y toponomásticas, etc.

El proyecto se inició en los primeros años de la década de 1990, y en las diferentes fases y en los distintos aspectos de estudio ha participado un equipo interdisciplinar de personas (lingüistas, geógrafos, botánicos, etc.) vinculado a las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y de La Laguna, dirigido por Maximiano Trapero, Catedrático de Filología Española de la Universidad de Las Palmas. Atendiendo a la naturaleza archipielágica de Canarias y partiendo de la unidad territorial que significa cada isla, hemos procedido a partir de tres fases sucesivas de actuación:

1. Nueva recolección sistemática de la toponimia de cada isla, recogida de la tradición oral.

2. Cartografiado e inventario del corpus toponímico de cada isla.

3. Estudio lingüístico (fonológico, morfosintáctico, léxico y semántico) del corpus toponímico de cada isla. Dentro de este punto, es fundamental el sistema clasificatorio que da cuenta de cada uno de los términos del corpus, bajo los siguientes aspectos particulares: el geográfico, el biológico, el histórico y socio-cultural y el lingüístico.

El proyecto global no ha concluido pero bien podemos a estas alturas dar cuenta de resultados que si no del todo concluyentes se pueden acercar bastante a ese desideratum. Tampoco hemos participado nosotros directamente en todas y cada una de las fases de estudio mencionadas, sobre todo en la primera, en la de la recolección de la toponimia de todas las islas, pero sí hemos contado con los corpus toponímicos disponibles más autorizados e intervenido en el inventario y en la fijación del corpus básico de la toponimia de las Islas Canarias a partir del cual hemos realizado los estudios lingüísticos que referiremos a continuación.

Ese corpus toponymicum de las Islas Canarias, compuesto por cerca de 40.000 topónimos, está ya publicado y dispuesto "en abierto" en Internet en el Portal web de la Biblioteca de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria <toponimiacanarias.ulpgc.es>. En su presentación decimos que es el fruto de muchos años de trabajo y de una dedicación a la toponomástica general y, en particular, a la toponimia de Canarias que raya en la devoción. Con todas las imperfecciones que puedan señalársele, porque en esta materia ningún corpus puede ser perfecto y considerarse definitivamente acabado, por cuanto puede modificarse en cualquier momento, tanto en el número de topónimos que lo componen como en la identificación -en el ser mismo- de cada uno de ellos. Pero sí lo damos por representativo y cercano a la realidad, y tanto, también, en el número de topónimos como en el nombre que verdaderamente tiene cada uno de ellos. Por representativo, porque la recogida de topónimos ha llegado a un nivel que va mucho más allá de lo que los mapas ordinarios y aun los más especializados suelen contener, y por verdadero, por cuanto la identificación de cada uno de los topónimos se ha hecho desde la tradición oral, es decir, desde la denominación exacta que cada lugar recibe por parte de los hablantes más cercanos a él, o sea, de sus usuarios habituales. Nadie conoce mejor los topónimos locales que los habitantes de esos lugares, y nadie sabe mejor cómo se llaman verdaderamente los nombres de un lugar que quienes de continuo los están nombrando. De ahí que la mejor fuente de información que pueda hallarse sobre la toponimia sea justamente la de los propios informantes de cada lugar. Es cierto que el lugar más idóneo para leer un topónimo no es un listado, sino el punto exacto que le corresponde en un mapa, y en la escala adecuada, pero antes de aparecer escrito en el mapa ha debido ser oído de los labios de quienes mejor lo conocen y saben pronunciarlo, y esos son, no cabe duda, las gentes de cada lugar.

Desde ese corpus global y básico46 se han podido realizar distintos estudios de tipo filológico y lingüístico que reseñamos. Centrados en las estructuras morfosintácticas de la toponimia, y los tres bajo un mismo método, han sido estudiados los corpus toponímicos de Gran Canaria, por parte de Eladio Santana Martel (2000), de El Hierro, por parte de Manuel Domínguez Llera (1999, inédito), y de Fuerteventura, por parte de Genoveva Torres Cabrera (2003), los tres como objeto de las respectivas tesis doctorales de sus autores. Esos estudios significan una absoluta novedad en el campo de la toponomástica general en lengua española y se convierten en referencia teórica inexcusable. También debe citarse como aportación teórica importante a este respecto la tesis doctoral de Salvador Benítez Rodríguez sobre la formación de palabras en la toponimia de Canarias (2011, inédita) que pone de relieve los procedimientos lexicogenéticos de los que la toponimia ha echado mano a lo largo de la historia para la configuración de su particular léxico y que van mucho más allá de los que el léxico común manifiesta.

También desde ese corpus básico hemos planificado la publicación de un Diccionario de la toponimia de Canarias dividido en los tres "mundos" designativos a los que hace referencia la toponimia de cualquier lugar:

a) el geográfico (el poblamiento, las vías de comunicación, la morfología del terreno, la naturaleza del terreno, la hidrotoponimia, etc.);

b) el biológico (la botánica y la zoología); y

c) el antropológico, el histórico y el socio-cultural (antropónimos, actividades socio-económicas, aspectos míticos y religiosos, referencias histórico-culturales, etc.).

Y naturalmente desde el punto de vista lingüístico interesa la etimología de cada término, la valoración aspectual que tiene, la calificación metafórica, etc., y en el caso de Canarias muy especialmente la procedencia del vocabulario toponímico. De ellos ya hemos publicado el primero, el referido al léxico oronímico (Trapero 1999a) y esperamos culminar las partes referidas al léxico toponímico de las especies vegetales y animales y al de las referencias históricas y socio-culturales.

La valoración sobre nuestro trabajo de dos eminentes filólogos, Manuel Alvar y Eugenio Coseriu, nos animan a completar este magno proyecto. Alvar la expresó en el prólogo a La toponimia de Gran Canaria: "Nunca se ha intentado en España una obra toponímica como esta... El estudio es de una riqueza impresionante y, además, llevado a cabo con el más implacable rigor; ello permite tal cantidad de análisis que el lector queda anonadado..." (1997: I, 49 y 50). Y Coseriu escribió en el prólogo a nuestro Diccionario de toponimia canaria las siguientes palabras: "Creo que no exagero en absoluto al afirmar que la lingüística toponímica de Trapero representa una revolución en la toponomástica, [...por cuanto] hace de la toponomástica una disciplina lingüística efectivamente autónoma, con objeto propio y con la finalidad en sí misma, en cuanto estudio lingüístico de los topónimos, que se pregunta cómo son los nombres de lugar y cómo se hacen en las lenguas y, en cada caso, en una lengua determinada; con lo cual proporciona un fundamento mucho más sólido también para la toponomástica histórica y aplicada" (1999: 15).

No estaba pues en nuestros planes iniciales un diccionario específico referido al léxico guanche, por cuanto este afecta a esos tres mundos referenciales de que hablamos. Pero el léxico de origen guanche tiene tal singularidad que merece y necesita de un tratamiento particular diferenciado, por más que no todos los términos de esta procedencia podrán figurar en los tres diccionarios referidos y solo podrán hacerlo las voces guanches que han pervivido como apelativos, es decir, las que se han incorporado al español de Canarias con plenitud funcional, tanto desde el plano de la expresión como desde el plano del contenido. Y estas son, según hemos estimado más arriba, no más del 10% (un 15% sumando los antropónimos). ¿Cómo dar cuenta del 85% restante de las voces de origen guanche conservadas en la toponimia de las Islas Canarias si no es a través de un diccionario específico como el que aquí presentamos?

16.2. Toponimia oral viva: Corpus toponímicos y fuentes documentales

Insistimos en el hecho de que todos estos estudios reseñados así como los de la configuración del corpus toponymicum de cada isla están basados en la toponimia viva, vigente en la actualidad y extraída de fuentes orales. Y por tanto también el del léxico de este Diccionario de toponimia guanche. De la inexorable pérdida del léxico guanche ya hemos hablado en uno de los primeros apartados de este estudio introductorio, y de la noticia de cerca de 900 topónimos guanches perdidos en la tradición oral pero que constan en la historiografía y en otras fuentes documentales canarias de la primera época tras la conquista de las Islas damos cuenta en un Apéndice final.

El lapso de tiempo en la configuración de este corpus toponymicum de Canarias recogido desde la tradición oral va desde 1971 hasta 2011. La fecha inicial se debe al comienzo de las investigaciones de campo de Manuel Alvar en la isla de Lanzarote, y la fecha final la de la publicación del Rescate de la toponimia cartográfica de los barrancos de Tenerife dirigido por Miguel Pérez Carballo.

Los diccionarios geográficos de mitad del siglo XIX. Hemos consultado sistemáticamente y los hemos tenido en cuenta los Diccionarios geográficos, de hacia la mitad del siglo XIX, de Pedro de Olive (1885) y de Pascual Madoz (1986), por cuanto ellos contienen los nombres de las poblaciones y de algunos otros topónimos territoriales de mayor importancia geográfica. Y de la misma manera los nomenclátores de finales del siglo XIX sobre las ciudades, pueblos, villas y aldeas de las Islas Canarias. De los catastros municipales la cantidad de errores en la identificación de los topónimos es tal que les hace casi inservibles.

Por lo que tiene de ejemplar en cuanto a la "visión" que de la geografía canaria en general y de sus nombres de lugar en particular, desde el exterior, nos detendremos en considerar algunos aspectos del Diccionario geográfico-estadístico-histórico que Pascual Madoz dedicó a las Islas Canarias, que por la gran difusión que esa obra tuvo se convirtió en la imagen de Canarias en la España peninsular. Está llena de contrastes y de paradojas: a las descripciones generalmente exactas de los lugares de que trata se corresponden unos nombres (especialmente los de origen guanche) también generalmente errados o mal escritos, lo que parece demostrar que las descripciones fueron hechas desde el conocimiento visual y directo de la realidad (bien fuera por el propio Madoz o por un tercero), pero los nombres o fueron mal oídos o los copiaron de fuentes escritas totalmente deturpadas. En cualquier caso, lo que se demuestra una vez más es la extrañeza de un español no canario ante unos nombres extraños al español. No solo trata de nombres guanches, obviamente, pero estos son la inmensa mayoría, de tal forma que quien crea que en ese Diccionario está toda la toponimia canaria, creerá que el 60 o el 70% de ella es de origen guanche.

Los errores en la escritura de los topónimos los hace a veces casi irreconocibles: Guandica por Guanchía, Foco de Main por Tocodomán, Guiamar por Jinámar, Herene por Erese, Tafo por Taso, Mosanal por Mocanal, Tecsiaden por Tejiade, Tisguimanita por Tiscamanita, Tohona por Taona, Toyo por Hoyo (copiando a Viera y Clavijo), Unil por Conil, Uhique por Ohígue, Utraca por Utiaca, etc. Contiene bastantes topónimos que ya entonces o habían desaparecido o que hoy nos resultan del todo desconocidos, como Ausosa, Aysouragan, Punieje, Tagoanso / Taoganso, Tamaratilla, Tayagua, Temaelaya, Tinjillo, Touche, Touen, Tiunce, Traguillo, Tuidaje, Yabago, Yacen, etc. Y otras veces, por no identificar bien el término toponímico, y posiblemente por disponer de fuentes diversas, repite la información de un mismo topónimo en entradas ortográficas diferentes: así Masdache y Maselache, Betañama y Metanama (los dos errados por Betenama), Chache y Carche, Temuime y Tenmime, Tribijate y Triguivijate, etc.

Pero frente a esos errores en la denominación de los topónimos contiene el Diccionario de Madoz muchas noticias originales y de interés, como que de los Riscos de Famara se extraía la orchilla que hizo famosa la "púrpura de Tiro" de los fenicios. Sobresalen en esto la atención que el geógrafo español prestó a las islas de Lanzarote y Fuerteventura, en mucha mayor proporción relativa que al resto de las islas, y la exacta y minuciosa descripción que hace de sus lugares y hechos históricos locales. Así los comentarios reiterados que hace sobre la falta de lluvias en Lanzarote, que tantas veces amenazó con el despoblamiento de la isla (ver las entradas Tao y Teseguite), y lo que motivó en el último tercio del siglo XVIII la emigración de muchos lanzaroteños a Uruguay y a Luisiana. Y vuelve a repetirlo en la entrada Tinajo: "Pero desgraciadamente escasean tanto las lluvias, que el destino de la mayor parte de este vecindario será la emigración a América, como sucede con la generalidad de los hab. de esta isla" (ibíd.: 219). Expresamente denuncia en la entrada Tiagua las condiciones en las que han de hacer esa migración:

De algunos años a esta parte la calamidad común a casi todos los pueblos de la isla, de faltarles la lluvia, les pone en la dura necesidad de marchar a América donde por lo regular son vendidos por el flete o trasporte, que importa 100 pesos, por cada persona, si sus bienes no son suficientes para pagarlo adelantado; con lo cual se hace un comercio mil veces más criminal y escandaloso que con el tráfico de esclavos (1986: 216-218).

Y respecto de Fuerteventura (en la entrada Tesejeraque) denuncia el sistema de cultivo que tienen sus habitantes y los escasísimos medios de que disponen, por lo que también los majoreros se ven abocados a buscar mejores perspectivas de vida en las islas vecinas:

Las labores del campo son escasas por falta de bueyes, como en toda la isla, y se hacen con asnos y camellos, resultando del uso de esta última especie, un cultivo imperfecto en todas partes... Cultivan la cochinilla, pero si se dedicaran al plantío de las taneras (sic), por ser su terr. muy a propósito para ello, no esperimentarían (sic) las frecuentes miserias que les obliga a dejar sus labores y casas, para ir a buscar trabajo a las islas vecinas. Todos los naturales de esta isla tienen la preocupación de sacrificarlo todo a la cría del ganado cabrío, por cuya causa pierden muchas veces sus cosechas (1986: 216).

Y lo mismo dice en las entradas Tisguimanita (sic) y Toto. Y en la entrada Time parece estar describiendo (o anunciando) el sistema de cultivo de gavias, que se ha impuesto como el más general y representativo de Fuerteventura: "En este pago [de Time] como en casi todos los de la isla, si se recogiesen las aguas de lluvia, nivelando el terreno y haciéndolo inundar se asegurarían las cosechas" (1986: 218).

 

Las "fichas" de Alvar. Entre 1971 y 1975, Manuel Alvar, advirtiendo las deficiencias que en la materia toponímica de Canarias contenían los mapas militares (los únicos existentes entonces con una cierta carga toponímica) y auxiliado por un grupo de destacados alumnos suyos de la Universidad Complutense de Madrid, se propuso la realización de un Corpus Toponymicum Canariense, "tan exhaustivo como sea posible", a imitación de lo que en otros lugares de la Península Ibérica y en otros países de Europa se habían iniciado, tal cual había planificado Corominas (1972: I, 61-65) y al estilo de los Dictionnaires Topographiques franceses. Las campañas de recogida de materiales en Canarias las iniciaron en la isla de Lanzarote y con igual intensidad las continuaron en Fuerteventura, pero el proyecto se fue debilitando a medida que avanzaba, debido a las grandes dificultades que conllevaba, de tal manera que las encuestas fueron ya menos intensivas en La Palma, no hicieron sino simples incursiones en las islas de La Gomera y de El Hierro y quedaron totalmente inéditas las dos mayores de Tenerife y Gran Canaria. Los resultados de aquella magna investigación nunca llegaron a publicarse, más que dos informes sobre el objetivo del proyecto, la metodología empleada y los resultados de las encuestas realizadas en Fuerteventura (Alvar 1993a) y en Lanzarote (Alvar 1993b). Y las fichas de aquellos miles y miles de topónimos recuperados, con la transcripción fonética de cada uno de ellos, así como los mapas anotados de cada isla y las informaciones de todo tipo acumuladas en las encuestas de campo, perfectamente ordenados y celosamente guardados todos los materiales por Manuel Alvar, fueron de un sitio a otro, al ritmo que su autor cambiaba de universidad y de domicilio, hasta que en 1996, y visto que ni él ni ninguno de aquellos destacados alumnos que participaron en las encuestas tenían intención de volver sobre el tema, Manuel Alvar tuvo la extraordinaria generosidad y desprendimiento de legar todos aquellos materiales a Maximiano Trapero para sus investigaciones toponomásticas de Canarias. Y bien que nos hemos servido de ellos. Y de entre las múltiples "recomendaciones" que se desprenden de estos informes de Alvar, una que a nosotros nos parece crucial es el de la selección de los informantes. Nadie conoce mejor la toponimia de un lugar que sus propios habitantes naturales, y por tanto ninguna fuente puede haber más autorizada ni mejor que la de la tradición oral. Y entre todos, los que mejor conocen el terreno y sus denominaciones son los pastores, mucho más que los agricultores; estos se limitan a unos itinerarios fijos, que van del pueblo a sus propias fincas, mientras que los pastores deben recorrer todos los territorios, de acá para allá, hasta llegar a conocer el suelo palmo a palmo y saber el nombre de los accidentes más insignificantes, "pues en cualquiera se encontrarán las briznillas verdes que necesitan sus animales", dice Alvar (1993b: 455). Y en cuanto a la toponimia de la costa, ninguno la conoce mejor que los pescadores de orilla de cada zona, que han de recorrer a diario la costa con sus barcas y han de tomar cualquier accidente costero como punto de referencia para su orientación.

El GAC. De especial importancia en la confección de nuestro corpus toponymicum de Canarias ha sido el Gran Atlas de Canarias editado por Interinsular Canaria en 1997, bajo la dirección de Leoncio Afonso con la participación de varios especialistas. Esa importancia viene dada por ser el atlas sobre la geografía de Canarias que mayor carga toponímica contiene (en 102 mapas particulares a una escala de 1/50.000), por comprender a todo el Archipiélago y por disponer de un índice final en que se relacionan por orden alfabético todos los topónimos cartografiados en los mapas47. Ha sido este GAC un auxiliar de consulta sistemática en la confección de nuestro corpus, especialmente en la ubicación de cada topónimo en él contenido48, y que valoramos muy positivamente por la representación cartográfica que hace de la toponimia canaria dentro de sus límites de escala, de alrededor de 14.000 topónimos. No es tan bueno, sin embargo, en la escritura de muchos de esos topónimos, plagado de errores ortográficos y que se hacen especialmente patentes en la escritura de los nombres de origen guanche, por ejemplo, al tratar de reparar el fenómeno del seseo canario, entre otros muchos fenómenos fonéticos. Sobre estos aspectos hemos revisado íntegramente la relación de topónimos del índice y corregido lo que nosotros hemos considerado erróneo en la escritura.

Los mapas de Grafcan. Muy superiores en todos los aspectos son los Mapas topográficos de Canarias de Grafcan, empresa pública encargada de la información geográfica, geodésica y cartográfica de Canarias, solo que en el aspecto de la toponimia son muy desiguales los mapas de cada isla, y no en todas las islas esta carga toponímica ha sido realizada con criterios de rigor. Pero ponemos como ejemplos de buen hacer la cartografía de Grafcan de las islas de Gran Canaria y de Lanzarote.

En particular, las fuentes toponímicas de cada isla han sido las siguientes:

La Palma. La fuente principal de la toponimia de la isla de La Palma ha sido la recolección que Carmen Díaz Alayón realizó en la mitad de la década de los 80, como objeto de su tesis doctoral, y que cuenta con dos publicaciones: la primera, con el corpus íntegro de la toponimia recogida, ordenado alfabéticamente, con su correspondiente localización geográfica (pago y municipio), publicado en forma de microfichas por la Universidad de La Laguna (1987b), y la segunda con un estudio filológico de una selección de términos toponímicos palmeros, aquellos que le resultaron más curiosos o problemáticos, entre ellos algunos de origen guanche (1987a). La recolección de Díaz Alayón multiplicó con mucho el número de topónimos con el que hasta entonces contaba La Palma en los mapas militares (hasta unos 8.000, según nuestra estimación, una vez corregidas las repeticiones de topónimos por tener dos y hasta tres entradas), además de corregir los innumerables defectos de escritura que contenían.

A ella sumamos las fichas resultado de la recolección de Manuel Alvar y las varias encuestas que personalmente hemos realizado nosotros en la isla, especialmente en el norte de la isla (municipios de San Andrés y Sauces, Barlovento y Garafía), entre los años 2002 y 2003, y en el interior de la Caldera de Taburiente, en el año 2006.

Gran Canaria. Por lo que respecta a la isla de Gran Canaria, contamos con una nueva toponimia recogida de la tradición oral entre 1988 y 1990 por un equipo interdisciplinar en el que nosotros hemos colaborado y cuyos resultados han sido publicados en su integridad (Suárez, Trapero et alii 1997). Consta de un volumen I, prologado por Manuel Alvar, en que se expone la metodología utilizada, el proceso de recolección de la toponimia, el sistema de ordenación y clasificación de los topónimos, y sendos estudios de la toponimia de Gran Canaria desde los puntos de vista lingüístico, geográfico, histórico y biológico. El volumen II contiene el corpus toponymicum de Gran Canaria, que consta de 12.800 topónimos, ordenados alfabéticamente, con indicación de su ubicación cartográfica, municipio y tipo de accidente que representa. Esos dos volúmenes impresos en papel, van acompañados de un CDRom que contiene una aplicación informática de la base de datos constituidos sobre el corpus toponymicum y sus estudios respectivos. Las posibilidades de "lectura" que ofrecen dichos datos son innumerables y suponen una verdadera novedad en la consideración de la toponomástica. Aparte ello, se hizo también una nueva edición cartográfica de la isla, conteniendo la nueva toponimia, a disposición de los posibles usuarios en el Cabildo de Gran Canaria.

El Hierro. La isla de El Hierro, la más pequeña del archipiélago canario, cuenta también con un nuevo corpus toponímico recogido de la tradición oral en los años 1994 y 1995 por un equipo de profesores de las facultades de Filología de las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y de La Laguna, compuesto por Carmen Díaz Alayón, Manuel Domínguez Llera, Eladio Santana Martel y Maximiano Trapero, como investigador principal. El número de 3.400 topónimos recogidos permite decir que se han multiplicado por 5 los 659 inscritos en los mapas militares, constatándose -y aun acentuándose en el caso de esta isla- los mismos fenómenos denunciados por Alvar para las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Lo que hasta ahora se ha publicado (Trapero et alii 1997) es solo el corpus toponymicum, es decir, el "inventario" de su toponimia, acompañado de una exposición teórica que da cuenta del método utilizado en la recogida de los materiales, de los informantes y de la crónica de la recolecta; de los criterios lingüísticos seguidos para la fijación en la escritura de los topónimos; de su clasificación y de la aplicación informática a que ha sido sometido el corpus; y de una valoración de conjunto (aunque provisional) de la toponimia de El Hierro con respecto a las otras toponimias insulares y a la española en general.

El Hierro cuenta también con dos obras históricas que contienen mucha toponimia antigua, como son las Antigüedades y Ordenanzas de la Isla de El Hierro de Bartolomé García del Castillo (2003), un escribano que vivió en la isla entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, y las memorias de los dos viajes de inspección militar que hizo a la isla en los años finales del siglo XVIII Juan Antonio de Urtusuástegui (1983). Además, otros autores del siglo XX, como Álvarez Delgado (especialmente, 1945-1946) y Armas Ayala (1944a) prestaron alguna atención a la toponimia de esta isla.

Lanzarote. De las encuestas toponímicas realizadas por el equipo de Manuel Alvar en Canarias los resultados más completos fueron los de Lanzarote y los islotes de su demarcación. Y desde ellos hemos hecho nosotros la nueva Toponimia de Lanzarote, con encuestas directas en toda la isla, revisando, corrigiendo y aumentando los resultados de Alvar hasta un total de 3.033 topónimos. En nuestras encuestas en esta isla, realizadas en los veranos de los años 2000, 2002 y 2003, contamos con la colaboración de Agustín Pallarés, Helena Hernández Casañas y Desirée Molina Rodríguez.

Nuestra Toponimia de Lanzarote y de los islotes de su demarcación (Trapero y Santana 2011) consta de un libro impreso, editado por la Fundación César Manrique, y de un Portal web "en abierto" en Internet (ulpgc.es/toplanzarote), cuya aplicación informática, original y novedosa, ofrece unas posibilidades de información impensables en el formato libro, las de la simple consulta de un topónimo, o del lugar que este ocupa en el mapa, o la imagen del accidente nombrado, o la referencia geográfica, histórica o lingüística que las palabras que forman cada topónimo tienen en la isla de Lanzarote, etc., pero también la información que busque el investigador o curioso a través de las innumerables combinaciones que el programa permite realizar sobre los distintos campos de la base; y además unas 700 fotografías de lugares concretos (la más completa colección de fotos de Lanzarote publicada hasta la fecha), reproducción de cartografías antiguas de la isla, comentarios históricos y lingüísticos a algunos de los topónimos principales, etc.

La isla de Lanzarote cuenta también con un Diccionario de topónimos de Lanzarote del investigador local Agustín Pallarés, plenamente fiable en todo lo que se refiere a la identificación de cada topónimo y a su localización en el territorio insular. El libro ha sido publicado muy recientemente (2014) pero nosotros dispusimos, por cortesía de su autor, del original desde el año 2006 y a él hemos acudido con regularidad. Este Diccionario pretende ser "la obra final y total" del autor sobre sus múltiples investigaciones de campo sobre la toponimia de Lanzarote, iniciadas en la década de los 80 del siglo XX y publicadas en forma de pequeños artículos monográficos sobre cada uno de los topónimos en el semanario Lancelot de Arrecife de Lanzarote.

Fuerteventura. También la toponimia de la isla de Fuerteventura contó con la recolección sistemática y entera del equipo encuestador dirigido por Manuel Alvar en 1973. Pero, a diferencia de la isla de Lanzarote, cuyas fichas se conservaron íntegramente, del archivo que contenía las fichas de campo de Fuerteventura se perdió una caja entera, la de los topónimos iniciados por las letras C, D y E, aproximadamente unas 1.000 fichas de las cerca de 4.500 que contenía la isla entera. Afortunadamente esa pérdida ha podido ser subsanada con otra recolección íntegra de la toponimia de Fuerteventura realizada entre los años 1987 y 1991, impulsada por el Cabildo Insular de la isla y realizada por un equipo multidisciplinar dirigido por Francisco Navarro Artiles. La publicación de ese magno corpus con el título genérico de Toponimia de Fuerteventura se ha hecho por municipios, en 6 volúmenes, siendo el primero el de Betancuria (1999) y el último el de Pájara (2007). En el estudio morfosintáctico que Genoveva Torres Cabrera hizo de la toponimia de Fuerteventura se incluye como Apéndice la relación de las unidades léxicas que aparecen en ese corpus toponímico (2003: 215-226).

Otra relación de topónimos de Fuerteventura, no muy grande, pero sí muy interesante, por el tiempo en que se recogió, a principios del siglo XX, es la que inserta Ramón Castañeyra49 en su Memoria sobre las costumbres de Fuerteventura (1992: 82-99). Y esta es la relación de términos "de uso antiguo" y de topónimos de Fuerteventura que Castañeyra remitió por carta certificada a Bethencourt Alfonso el 18 de junio de 1887 cumpliendo el encargo que este le había hecho50.

La Gomera. Para la toponimia de la isla de La Gomera no contamos hasta el año 2005 más que con el muy defectuoso mapa militar y con el raquítico corpus de 922 topónimos que contiene el GAC. Fue en ese año cuando apareció la obra de José Perera López La toponimia de La Gomera (Un estudio sobre nombres de lugar, las voces indígenas y los nombres de plantas, animales y hongos de La Gomera). Una obra absolutamente monumental que hubo de ser editada digitalmente en el soporte de un CDRom por contener 25 volúmenes. La calificación general que nos merece es la de ser una obra exhaustiva, extraordinaria, modélica y también abrumadora. La pretensión del autor de hacer una "obra total" sobre el tema (aspectos históricos, antropológicos, lingüísticos, literarios, toponomásticos, botánicos, zoológicos, etc.), le lleva a tratarlo todo con una minuciosidad y exhaustividad extremas que a veces pueden resultar excesivas e innecesarias (por ejemplo en la cita de las fuentes tanto orales como escritas no ya de cada topónimo, sino de cada una de las variantes de ese topónimo, por minúscula que sea). Ha sido la suya una tarea titánica, resultado de muchos años de investigación, iniciada en el campo de la tradición oral, indagando sobre el terreno sobre los nombres que los propios habitantes de la isla daban a cualquier elemento de la geografía que lo tuviera, hasta el más pequeño. Así pues esta faceta de la investigación, la confección del corpus toponímico de La Gomera, ha resultado ser ejemplar, conforme a la metodología que nosotros mismos propugnamos y practicamos. Y desde la base de los nombres reales de la toponimia viva ha realizado el autor una búsqueda sistemática sobre las fuentes escritas de la isla que contuvieran cualquier noticia toponímica, para ponerlas en relación. De ese contraste resultan aleccionadoras las múltiples formas con que por lo general han sido escritos los topónimos, fruto muchas veces de una mala audición o de una errónea interpretación del copista, pero resaltando a la vez la verdadera naturaleza en que vive la toponimia, que es el de las variantes.

Especial atención dedica Perera López a los topónimos de origen guanche, confesada por el mismo autor:

El objetivo último de nuestro trabajo es acercarnos al estudio del mundo indígena de La Gomera así como a las pervivencias culturales del mismo. Y ello especialmente a través de las manifestaciones lingüísticas -sobre todo toponímicas- (2005: 1.4).

A cada uno de los topónimos de origen guanche pretende dar una explicación filológica, teniendo en cuenta las investigaciones de los autores precedentes y buscando paralelos en los diccionarios bereberes al uso. Se muestra el autor siempre muy cauto en sus opiniones en esta faceta de la investigación, por lo insegura que resulta, pero le falta en este punto, a nuestro entender, una necesaria crítica de fuentes, pues no admite el mismo crédito la opinión de un Wölfel, por ejemplo, que el diletantismo de tantos otros autores que se han acercado al tema de la lengua guanche, ni una opinión aislada que una argumentación larga y razonada; como no admite igual atención una forma léxica cierta y real, comprobada en la tradición oral, que otra hipotética ?y muchas veces corrupta? atestiguada en las escrituras.

Con tal exhaustividad en la búsqueda, los resultados sobre la pervivencia de términos guanches en La Gomera son también sorprendentemente abrumadores: de 2.762 términos (entiéndase voces o palabras guanches o que se tienen por guanches)51, 1.549 son topónimos genéricos (por ejemplo, El Guro, La Tabaiba o La Taparucha), 746 son topónimos específicos (por ejemplo, Arure, Guarimiar y Taguluche), 272 son palabras comunes (por ejemplo, guro, tabaiba y taparucha), 130 son antropónimos (por ejemplo, Aguaberque, Bencomo y Chinea) y un resto de 65 son voces y temas de origen diverso (por ejemplo, la frase ajeliles, juxaques aventamares) (Perera 2005: 1.8).

La isla de La Gomera tampoco ha sido ajena a nuestras propias recolectas. En los múltiples trabajos de campo que hemos realizado en ella, si bien centrados más específicamente en el campo del romancero y del cancionero, siempre hemos tenido en cuenta la toponimia y el léxico tradicional de la isla.

Tenerife. Finalmente, Tenerife es la única isla del Archipiélago que no cuenta con un corpus toponímico fruto de una recolección sistemática y global, y de una misma iniciativa, al igual que el resto de las islas; de ahí que las comparaciones que puedan hacerse de cifras y porcentajes de topónimos con el resto de las islas resulten desproporcionadas, a pesar de ser Tenerife la isla más grande del Archipiélago. Mas, a pesar de eso, no puede decirse que no conozcamos bien su toponimia. De los 3.563 nombres que contenía el mapa militar de esta isla, el GAC elevó la cifra a 5.039 topónimos52. Además, la isla de Tenerife ha contado con una investigación de campo ejemplar por parte de Miguel Pérez Carballo que ha recogido la toponimia tradicional de zonas especialmente difíciles y señaladas de la geografía tinerfeña, como son la sierra de Anaga (1992/1997), el macizo de Teno (1998) y el Valle de La Orotaba (2001). Y a esas tres iniciativas publicadas en sendos libros ha venido a sumarse la última gran recolección toponímica que se ha hecho en Tenerife y en Canarias, a iniciativa del Consejo Insular de Aguas de Tenerife y dirigida también por Pérez Carballo: el Rescate de la toponimia cartográfica de los barrancos de Tenerife (2011), publicada en formato digital y colocada "en abierto" en Internet: Ver.

Aunque en el título de esta obra se dice que está dedicada a los barrancos, el rescate se hizo a todos los cursos o nacientes de agua, que en la toponimia vienen nominados por las palabras barranco, cañada, hoya, quebrada, salto, fuente, charco (y sus derivados correspondientes) y otros términos afines. El resultado de este trabajo de campo ha sido impresionante: se dice que consta de unos 9.000 topónimos, y por lo que se refiere a los nombres de origen guanche calculamos que no son menos de un 15 o 20%. Hemos consultado con detenimiento y minuciosidad los 71 mapas de que consta y hemos extraído unos 800 términos de origen guanche (unidades léxicas decimos, no en este caso topónimos, pues un mismo término puede estar en varios topónimos), muchos de ellos totalmente inéditos en las otras fuentes de la toponimia de Tenerife. A ello hay que añadir la exactitud con la que generalmente están escritos esos nombres, aun siendo tan raros y difíciles de transliterar. Dicen los autores de esta investigación que han procurado anotar esos nombres con la "máxima fiabilidad" a como los oyeron de sus informantes orales, pero escribiéndolos "de acuerdo con las Normas del español aún cuando se oigan en nuestra habla". Bien está esa práctica en las palabras que son españolas o tienen un origen románico, pero no en las que no tienen ese origen, como son en la toponimia de Canarias las de origen prehispánico, es decir, los topónimos procedentes de la(s) lengua(s) de los aborígenes guanches. La aplicación sistemática de las "normas ortográficas del español" a estos términos ha producido un mal que parece ya irreparable, pónganse como ejemplo los casos de Zonzamas, Yaiza, Guatiza, Izaña, Guarazoca, Hermigua, Orotava, Veneguera, etc., con unas zetas, unas uves, unas haches, etc. que nada significan y que desvirtúan la naturaleza oral de muchos de esos topónimos. El acierto de los autores de esta obra es muy notable, infinitamente superior en este aspecto a lo que muestra, por ejemplo, el GAC, pues se sujetan a lo oído por encima de la interpretación (esa amenaza que tiene siempre sobre sí el investigador de la oralidad), y así escriben bien Amanse en vez de Amance, Arasa y no Araza, Asebe y no Acebe, etc. Lástima que no hayan llevado ese acertado criterio hasta el final, pues sucumben al "fetichismo" de la letra en casos como Izaña, Guaza, Marzagán, Acentejo, Tauce, Herques y otros así. En otros casos muestran incertidumbre y unas veces escriben Sógete y otras Sójete, que aunque deben sonar igual la primera escritura llama a la indecisión; unas veces Canaliso y otras Canalizo, cuando aquí deberían escribir siempre con z pues es derivación del español canal; en fin, escriben Mal Jurada, cuando el término es maljurada, el nombre de una planta.

Lo que muestra también muy a las claras este corpus toponímico de los barrancos de Tenerife es que la carga mayor de términos guanches se concentra en las zonas de mayor presencia aborigen: en Anaga, en la región de Adeje-Isora, y en las laderas de Güímar-Cancelaria-Arafo. Por ejemplo, el mapa 25, correspondiente al municipio de Candelaria, contiene no menos de 80 guanchismos, 18 de los cuales empiezan por A y 20 por Ch, las dos marcas morfológicas del masculino y del femenino, respectivamente. Y en el mapa 33, correspondiente a las partes altas de los municipios de Arafo y de Güímar, hay más de 30 nombres guanches, tales como Abarso, Ajafoña, Ajelja, Amanse, Añeja, Arafara, Arafo, Asebe, Ayesa, Ayosa, Bijache, Chabique, Chajoras, Chengue, Cheque, Chimiche, Chiñico, Eres, Gambuesas, Gayagaya, Gitado, Gorgo, Guadameña, Guanchijo, Guañá, Igeque, Jigué, Jilargo, Tamay y Uchón.

Este corpus de barrancos ha venido, a su vez, a confirmar la exactitud y la minuciosidad que tiene la relación de topónimos guanches de Tenerife de Bethencourt Alfonso (1991), especialmente los ubicados en las caras este y sur de la isla, la mejor conocida por el antropólogo y médico tinerfeño. Sin el reciente corpus de Pérez Carballo tendríamos que dar por desaparecidos o desconocidos muchos de los nombres atestiguados por Bethencourt, pero vuelven ahora a mostrarse vivos después de más de un siglo de anotados por aquél. Y a pesar de tener objetivos distintos (el corpus de Pérez Carballo dedicado solo a los barrancos, pero a todos los nombres sin distinción de origen, mientras que el de Bethencourt Alfonso a todos los tipos de accidentes, pero solo a los de nombre guanche), ambos se complementan y nos han servido para atestiguar nombres y asegurar localizaciones muy precisas de la toponimia de Tenerife, que era la de repertorio más parco en nuestro corpus de la toponimia general de las Islas Canarias

16.3. Fuentes específicas sobre la toponimia guanche

Hasta aquí hemos considerado las fuentes generales de la toponimia canaria, sin distinción explícita del origen de las voces que la comprenden. Pero también pueden citarse desde la bibliografía canaria amplios repertorios lexicográficos dedicados específicamente a la toponimia de origen guanche. En un epígrafe anterior dedicado a los estudios sobre el guanche en general resumíamos el panorama histórico habido en este tema. Pero las "listas" o repertorios específicos de una cierta importancia sobre la toponimia son mucho más restringidos.

No todos los autores citados merecen, sin embargo, igual consideración por el rigor con que abordaron su aportación al conocimiento de la toponimia canaria de origen guanche. La tónica general que se advierte en la transmisión escrita de la toponimia guanche es la de la copia de la copia y de la copia. Cualquiera que lea con detención los Monumenta de Wölfel verá que sistemáticamente se reproduce lo que acabamos de decir: cada autor copia a su precedente, a veces enmendando el nombre con grafías que distorsionan la realidad del topónimo. Lo dice claramente Chil y Naranjo: "Se han copiado los unos a los otros, sin que ninguno haya hecho por sí observaciones, ni buscado, ni estudiado, ni coleccionando antigüedades, como yo lo he verificado, haciendo penosos viajes, exponiéndome a no pocos peligros y gastando bastante dinero" (2006: 47). A lo que se estaba refiriendo Chil era a las antigüedades canarias, pero muy especialmente a la procedencia de la raza guanche y a la cuestión de su lenguaje, como expresamente dice, pues -añade en otro lugar- "el lenguaje es uno de los elementos principales para llegar por su estudio al descubrimiento del origen de las razas" (ibíd.: 63). Y en esto la toponimia representa la parte más importante de legado lingüístico de los aborígenes canarios.

La serie progresiva de "la copia de la copia" en sus líneas esenciales puede ser la siguiente. Glas fue el primero que puso en lista (por cada una de las islas, uniendo los de Lanzarote y Fuerteventura en una sola relación) los topónimos guanches de Canarias, pero "copiando" a Abreu, y lo hizo bien, pues es la Historia de Abreu Galindo, sin duda, la fuente primera y principal de las antigüedades canarias, y muy especialmente de la toponimia aborigen. Eso fue en la primera mitad del siglo XVIII. Después y hasta la mitad del siglo siguiente, solo Viera y Clavijo aumentaría de manera considerable esas relaciones. Las listas se hicieron más largas, pero incrementadas a la vez con muchos más errores. Berthelot (1978: 132-129) y Álvarez Rixo (1991: 54-87) fueron los primeros, hacia la mitad del siglo XIX, en el caso del francés simplemente copiando y errando las más de las veces, y en el caso de Álvarez Rixo aumentando un poco las relaciones por el conocimiento directo que tenía de las islas (467 nombres guanches contiene la lista de Berthelot, 571 la de Álvarez Rixo). Una aportación importante vino desde fuera de las islas: el Diccionario de Pedro de Olive (1885) en el que se da cuenta de todas las poblaciones de las Islas Canarias, por pequeñas que fueran, hasta lo más mínimos caseríos. Pero las listas de topónimos guanches empezaron a hacerse verdaderamente importantes en el último tercio de ese siglo por obra de Chil y Naranjo (2006), de Millares Torres (1980) y de Bethencourt Alfonso (1991: 355-446), por este orden cronológico. Ellos tres tuvieron como fuente común una lista muy nutrida de topónimos guanches elaborada por un tal Maximiano o Maximiliano Aguilar, natural del Puerto de la Cruz, amigo personal de Chil, a quien regaló su manuscrito "para que hiciese de él el uso que tuviera por conveniente", como confiesa el propio Chil (2006: 63). De ellos tres, el que más fama ha tenido en cuanto a sus respectivas listas de guanchismos es Millares Torres, por haber sido quien más fortuna tuvo en la divulgación de su Historia de Canarias, dentro de la cual se insertaron esas listas, pero hay que decir que es justamente el menos creíble de los tres, porque se limitó a copiar, sin hacer ninguna aportación personal y sin reparar en el sinnúmero de errores que sus relaciones de topónimos albergaban. Chil y Naranjo, por su parte, copia a Aguilar y a todos los precedentes, pero señala con un asterisco los topónimos particulares que fueron investigados directamente por él, y son muchos; sin embargo la divulgación de la obra de Chil no tuvo la fortuna de la de Millares, quizás por el título que le puso, Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias, mucho menos llamativo, sin duda, que el de Historia General de las Islas Canarias de Millares. Finalmente, las listas de topónimos guanches de Bethencourt Alfonso son, sin duda alguna, las mejores con que cuenta la bibliografía canaria, mucho más incluso que las del propio Wölfel, porque las de este, con ser exhaustivas en cuanto a la documentación de las fuentes escritas, no tienen en cuenta las fuentes orales y al desconocimiento de ellas hay que atribuir el desconcierto con que permanentemente se mueve el investigador austriaco respecto del verdadero nombre de los lugares de las islas.

Como hemos dicho en otro lugar (Trapero 2007: 66-71), el nombre del médico y antropólogo tinerfeño Juan Bethencourt Alfonso [1847-1913] merece un lugar aparte en la historia de los estudios sobre la lengua de los aborígenes canarios, como lo merece en cualquiera de los otros aspectos que se considere. Porque su Historia del pueblo guanche es la aportación más seria, más completa y mejor documentada del tema objeto de estudio, desde luego hasta el momento de ser escrita, pero posiblemente también hasta el día de hoy53. Pero la obra de Bethencourt, terminada en los primeros años del siglo XX, continuó inédita hasta 1991, por lo que privó a todos los estudiosos del tema guanche, y especialmente a Wölfel, de las mejores fuentes disponibles para el estudio de la toponimia guanche hasta esa fecha54.

En lo que se refiere a la toponimia, estos pocos datos darán cuenta de la superioridad absoluta de la obra de Bethencourt Alfonso sobre la de sus antecesores (y continuadores): de los 467 topónimos guanches que consigna Berthelot, de los 571 que relaciona Álvarez Rixo y de los 1.750 que reúne Chil y Naranjo, pasamos a los 3.200 que aporta Bethencourt Alfonso, si bien de ellos unos 1.500 se deben a Tenerife, isla que por ser la suya natural y en la que vivió siempre, conoció e investigó con mayor intensidad que las demás. El resto se distribuye así: de Fuerteventura unos 380 topónimos, de La Gomera 340, de El Hierro 300, de Lanzarote 250, de Gran Canaria 284 y de La Palma 120. Cierto que estas cifras no son proporcionales a la potencial realidad, según la extensión de cada isla, lo que refleja la desigual investigación que pudo realizar en cada una. Porque de investigación directa hay que hablar, y además consignando al lado de cada topónimo su referencia geográfica y la fuente documental en que aparece. Solo la cifra de topónimos de Bethencourt Alfonso sobrepasa la cifra total de guanchismos en general que recopilaron todos los demás autores que se dedicaron a esta cuestión. Y en el caso de la toponimia de la isla de El Hierro, por seguir utilizando términos comparables, de los 300 topónimos prehispánicos que relaciona, 120 se deben a su recogida personal (o a instancia suya), y lo que es cualitativamente más importante, esos son los más verdaderos en su escritura por ser los recogidos directamente de la tradición oral, que es el ámbito "natural" en el que vive la toponimia.

La consulta sistemática que hemos hecho a estos repertorios de topónimos guanches nos ha servido para "descubrir" de manera indirecta determinados comportamientos de sus respectivos autores, unos virtuosos y los otros condenables. Por ejemplo, para descubrir las "bondades" de las citas de Bethencourt Alfonso, tanto porque conociera de primera mano y personalmente los nombres de los lugares, sobre todo los de su propia isla de Tenerife, o porque se sirviera de corresponsales locales de las otras islas bien informados. Por ejemplo, para descubrir que Chil y Naranjo debe sus largas listas de topónimos guanches a Maximiliano Aguilar, a quien siempre cita, pero a la vez para descubrir que Millares Torres copia, sin más y sin citar, a Chil. También Bethencourt copia a Aguilar y a Chil, pero lo dice en cada caso, cuando no tiene otras informaciones personales, y a veces combina ambas informaciones. Para descubrir, por ejemplo, el continuo y casi sistemático proceso de deformación de los nombres guanches por parte de Berthelot, que conocía por las fuentes históricas y sobre todo por la obra de Viera y Clavijo55. Para descubrir también el verdadero "saqueo" que supone el libro de Pérez Pérez sobre la toponimia guanche de Tenerife de las listas de Bethencourt Alfonso, a quien copia literalmente, incluso en los errores y erratas, pero sin citarlo nunca, ni siquiera en la declaración inicial de fuentes. Y, en fin, para descubrir que incluso en los más modernos "diccionarios" sobre el guanche, como son el Teberite de Navarro Artiles (1981) y el Gran Diccionario de Osorio Acevedo (2003), siguen en los mismos postulados y en la misma metodología usada por los autores novecentistas (Berthelot, Álvarez Rixo, Chil y Millares), que copian los nombres desde las fuentes escritas, sin la más mínima comprobación sobre la verdadera naturaleza de esos nombres, si perviven en la actualidad o han desparecido; que siguen mezclando antropónimos con topónimos y con nombres comunes, sin distinción alguna, etc., lo que significa, al fin, que no suponen ningún adelanto sustancial a lo anterior. Y en el caso concreto del Teberite de Navarro Artiles para descubrir que no aporta novedad significativa a los Monumenta de Wölfel, más allá de estar en español, cuando la obra del austriaco estaba en alemán, porque básicamente se limita a traducirlo.

Y para descubrir que los Monumenta de Wölfel (considerado como "la biblia" del guanche, lo repetimos) tiene dos partes que hay que diferenciar en cuanto a la valoración filológica que de la obra se haga: la primera parte, que es documental, es impecable, rigurosa y totalmente fiable; pero la segunda, que es interpretativa, tiene muchas deficiencias. La primera y más importante es que da por válidas las fuentes escritas de que dispone, sin comprobación alguna sobre la oralidad, y a veces dando incluso más veracidad a las fuentes escritas que a las orales (caso de Vinco sobre Binto); y la segunda sobre la interpretación filológica que hace de los topónimos canarios desde el bereber, basada por lo general en el parentesco fonético de los términos, desde los diccionarios, pero sin conocer la realidad geográfica designada ni por los nombres del bereber ni por los nombres guanches, con lo cual su comparación resulta por lo general insuficiente y vana, además de "desesperante", pues los paralelos son tantos y tantos los significados diversos que tienen en las distintas lenguas bereberes de que proceden (a veces opuestos) que todo ello resulta un "mar de confusión". Lástima grande ha sido que la Historia del pueblo guanche de Bethencourt Alfonso continuara inédita hasta 1991 en que se publicó el primer volumen de los tres de que consta, mucho después de que Wölfel hiciera sus investigaciones y publicara sus Monumenta linguae canariae (la primera edición en alemán en 1965), pues de haber conocido el investigador austriaco la obra del antropólogo tinerfeño mucho mejor habría sido y con mucho mejor pie podría haber andado en cuanto a la identificación de los verdaderos nombres de la toponimia canaria de origen guanche.

16.4. Estructura interna: el modelo de cada artículo lexicográfico

Estudiamos el vocabulario de la toponimia guanche en este diccionario por entradas lexicográficas en estricto orden alfabético. Y cada artículo lexicográfico se estructura en un modelo básico y uniforme que contiene los siguientes aspectos, también organizados por el siguiente orden:

1. La unidad léxica, escrita en negrita, con su ortografía correcta, tal cual resulta de su realización oral y conforme a los criterios ortográficos expuestos en epígrafes anteriores, a veces con transcripción fonética entre corchetes en los casos que consideramos oportuno para evitar dudas. Las unidades léxicas del lema son varias cuando ellas alternan como variantes de expresión en la tradición oral, caso por ejemplo de Abaiso / Abaise. En cualquier caso ponemos siempre en primer lugar la forma que hemos estimado más repetida y asentada en la tradición oral. También tienen su propia entrada las variantes de expresión, remitiendo en su estudio a la entrada principal.

2. Topónimos que contienen esa unidad léxica, con su formulación expresa en cada caso y sus variantes, en caso de que existan, con las referencias geográficas pertinentes cuando conocemos el lugar concreto de cada topónimo56 y con indicación siempre de la isla y del municipio (en siglas, según la tabla del comienzo de este diccionario).

3. Registros o referencias anteriores conocidas de ese o de esos topónimos, y tanto antiguas como modernas, con las formas ortográficas con que se han escrito. Si nos extendemos en este punto es para poner de manifiesto lo erradas o deformadas con que andan generalmente las escrituras de los topónimos guanches. Y para advertencia de futuros investigadores que sepan el verdadero nombre que ha llegado a la actualidad.

4. Análisis filológico, que contiene tanto los aspectos referidos al plano de la expresión como, sobre todo, al plano del contenido. Cuando la unidad léxica guanche sigue viviendo en el español de Canarias en su condición apelativa las citas de su documentación remiten a los diccionarios que hemos creído más importantes: en el caso del español general, el DLE, y en el caso del español de Canarias, el DDECan, más otros diccionarios o repertorios léxicos que se mencionan en cada lugar. En todos los casos y para cada unidad léxica hemos consultado todas las fuentes bibliográficas referidas a la lingüística guanche disponibles. Hacemos constar aquí la diversidad de interpretaciones que los distintos autores han dado a las voces guanches estudiadas, cada uno buscando una etimología distinta, y la mayoría sin conocer ni la realidad geográfica de lo nombrado por el topónimo canario ni la realidad de la voz bereber con que se compara. De ahí las interpretaciones tan diferentes y a veces tan atrabiliarias que se dan de un mismo término toponímico. Ponemos aquí todo lo que hemos hallado que creemos pertinente, y aunque en muchos casos no haya conclusiones, dejamos constancia de ello por si esas citas reunidas pueden servir a algún investigador posterior.

5. En muchos de los artículos, cuando esos nombres han sido o son de relevancia histórica o geográfica, insertamos comentarios de tipo cultural, histórico, lingüístico, arqueológico, etnográfico, etc. que pretenden ofrecer una noticia de la toponimia canaria de origen guanche que supere lo meramente geográfico o lingüístico.

Se advertirá que existe una muy diferente atención y extensión discursiva en el conjunto de las entradas lexicográficas, y que van desde un solo párrafo hasta varias páginas. Y ello se debe a tres razones: a) a la diferente información que tenemos sobre cada una de las voces toponímicas; b) a la importancia del accidente nombrado y a nuestro propio conocimiento de la geografía en que está; y c) a la relevancia histórica del lugar. Y todo ello hace diferente a este diccionario de topónimos de cualquier otro diccionario que trate sobre el vocabulario común. Más se parece, pues, a un diccionario histórico o etimológico (o histórico-etimológico) que a un diccionario normativo.