18. Consideraciones finales
Hemos trabajado con todo entusiasmo pero también con todo rigor, poniendo en cada una de las fases en que consistió la elaboración de este diccionario las armas todas que de nuestras capacidades se podría esperar. No estará libre de faltas, como obra humana que es, y por estar nosotros carentes de todo el bagaje intelectual que una empresa así necesitaría, pero manifestamos con toda humildad, pero también con toda verdad, que hemos llegado hasta donde nuestros conocimientos nos lo han permitido, sin rehusar ni trabajo ni dedicación.
Pero ha sido justamente el estudio de la toponimia de origen guanche el que nos ha revelado la falsedad de muchos tópicos que se han asentado en el imaginario canario sobre "lo guanche" como verdades que parecían incuestionables. En primer lugar la propia palabra guanche, atribuida con exclusividad a los aborígenes de la isla de Tenerife y creída de origen precisamente guanche. La toponimia y la toponomástica dicen con rotundidad que ni lo uno ni lo otro: que guanche es un etnónimo implantado en las Islas desde fuera, desde el francés, y que por eso las islas todas, sin excepción, están llenas de topónimos con ese nombre, para referir aquellos lugares que los conquistadores encontraron ocupados o practicados por los aborígenes insulares. Ha servido también para desenmascarar la falsía de un autor, Manuel de Osuna Saviñón, que caprichosamente, a mitad del siglo XIX, atribuyó el nombre aborigen de Tamarán a la isla de Gran Canaria, apoyándose en una cita que no existe, inventada por él, pero que por haberse repetido mil veces se ha convertido también en un lugar común. E igualmente para demostrar que los nombres de Guañac o Guañoc que algún grupo político (amén de otras asociaciones de todo tipo) han adoptado como grito y como lema de una pretendida independencia de Canarias, con el significado de 'nuestra república', es también un invento -poético en este caso, pero invento- de Antonio de Viana. Y, en fin, para comprobar que el nombre de efequén con que, según los historiadores y arqueólogos, los majoreros aborígenes llamaban a sus templos, no es sino una falsa lectura (y posterior falsa escritura) de la palabra esquén que ha dejado en Fuerteventura innumerables topónimos repartidos por toda la isla con la referencia específica de ser la construcción rústica que servía para refugio y vigilancia del pastor.
Y nos ha servido también para descubrir determinadas novedades. Por ejemplo, que el topónimo Ansite, donde según las crónicas de la conquista se realizó el último acto de resistencia de los aborígenes de Gran Canaria, ha desaparecido de la tradición oral, pero que es el substrato lingüístico que subyace debajo del nombre actual de El Sitio o Los Sitios, un pequeño poblado en las cercanías de La Fortaleza de Santa Lucía de Tirajana. Por ejemplo, para descubrir que el nombre Nublo del roque más famoso de Gran Canaria es "adaptación" española de unas voces aborígenes como Nuro, Ñubro o Nugro que todavía pronuncian algunos pastores viejos de la zona. Y casi de manera paralela, que el nombre genérico de Roques de García de los roques que están en Las Cañadas, al mismo pie del Teide (uno de los cuales, el Roque Cinchado, fue imagen durante muchos años de los billetes de mil pesetas), es lo más probable que proceda de un término guanche tal cual podría ser Garafía. También que el nombre de Tinamar que se atribuye como denominación aborigen del pueblo y de la vega de San Mateo, en Gran Canaria, carece absolutamente de unas fuentes antiguas que lo acrediten como verdadero. Que el topónimo El Julan de El Hierro, famoso porque en sus laderas se encuentran los más importantes grabados rupestres de Canarias, se debe a una planta endémica de la isla, pero desparecida ya de aquel territorio. En fin, que el nombre de Archipiélago Chinijo que se ha dado a los islotes del Norte de Lanzarote es también un "invento moderno", de la década de 1980, de un ecologista de Lanzarote de nombre conocido, y que ha tenido tanto éxito que ya hasta figura en las cartografías oficiales sustituyendo la denominación tradicional que antes tenían de Los Islotes. Y que el nombre de Titerroy que se le ha dado a un barrio de Arrecife de Lanzarote es una acomodación moderna del nombre Tyterogaka o Tytheroygatra que según los cronistas franceses de Le Canarien era como llamaban a la isla de Lanzarote sus aborígenes.
La posibilidad de contar con un amplísimo corpus de todas las islas es lo que nos ha permitido comprobar a la vez que topónimos que se suponían tan singulares y tan particulares de una sola isla como Tenerife, Abona, Adeje, Orotaba, Tacoronte, Garachico, Tejina, Taganana, Tegueste, Teno, Maso, Garafía, Guajara, Isora, Mogán, Oliba, Pájara, Tamaraseite, Tías, Uga o Ye, han resultado estar también en otras islas, y no por haber sido trasladados de una a otra, sino muy posiblemente con el mismo derecho de origen en cada una de ellas. Y ni siquiera podría decirse que los primeros, por haber llegado a ser macrotopónimos, es decir, por haber alcanzado nombradía, fueran en origen más importantes que los segundos o que tuvieran una motivación toponímica más evidente. Cuando un mismo nombre aparece en dos o más lugares distintos ha de suponerse que esos lugares poseían características geográficas similares u otro tipo de características que les igualaran en la denominación.
También ha servido nuestra investigación sobre la toponimia de origen guanche para constatar que topónimos históricos de Canarias tan nombrados como Agana, Acairo, Achbinico, Aguadinace, Amoco, Antígafo, Añabiño, Añaza, Aquetara, Atiacar. Benhigua. Bentaica, Chejelas, Chibilchibito, Chinchero, Chinguarime, Erbania, Hipalán, Jarnoco, Macintafe, Majorata, Mogador, Tacuitunta, Tagaragre, Tagragito, Tedote, Tegoay, Tenasaite, Tigulahe, Titana o Umiaga han desaparecido del todo de la tradición oral y que incluso de algunos de ellos es imposible la determinación de la ubicación precisa que tuvieron. Pero, a la vez, para demostrar que, aun después de cinco siglos de haberse hispanizado el Archipiélago y de que la lengua de los aborígenes desapareciera del todo, todavía siguen vivos cerca de 4.000 verdaderos nombres guanches59 que pronunciaron los antiguos habitantes de las Islas y que seguimos pronunciando los canarios actuales.
Hemos revisado la escritura de los topónimos guanches y la hemos acomodado a la norma académica del español en todos sus extremos, tal cual explicamos en el apartado correspondiente de esta introducción, a partir de la verdadera realización oral de cada uno de ellos. Puede que la cuestión ortográfica sea una de las más llamativas (y hasta que pueda producir rechazo) de este Diccionario. Pero no lo es, en absoluto. Para nosotros no es más que una cuestión formal, de trascendencia, sí, pero no de tanta importancia filológica. Y nos vimos obligados a esa revisión total y sistemática ante las erráticas y caprichosas formas en que la toponimia de origen guanche ha venido transmitiéndose sin una mínima reflexión crítica. Al fin, aquí damos a conocer por escrito multitud de palabras que nunca antes habían sido escritas por haber vivido en el puro y amplio mundo de la oralidad, y la escritura no puede ser otra cosa que el reflejo más fiel de esa su naturaleza oral. De ellas nada extrañará. Sí pueden extrañar las correcciones que hacemos a topónimos famosos ya consagrados en la escritura, tales como Orotava por Orotaba, Acentejo por Asentejo, Oliva por Oliba, Yaiza por Yaisa, Guatiza por Guatisa, Guarazoca por Guarasoca, Izaña por Isaña, Veneguera por Beneguera, Velhoco por Beloco, Marzagán por Marsagán, Zonzamas por Sonsamas, Hermigua por Ermigua, Tecén por Tesén, Cendro por Sendro, Geneto por Jeneto, Mazo por Maso, Tricias por Trisias, Tazo por Taso, Vallebrón por Bayebrón, Vutihondo por Butiondo, Guaza por Guasa o Geria por Jeria, pero en ellos hemos operado con el mismo criterio anterior: acomodar su ortografía a la forma en que se pronuncian, como si se escribieran por vez primera. Naturalmente aspiramos a que esta propuesta ortográfica salga de las páginas de este Diccionario y se plasme en cuantos soportes escritos puedan reproducir estos nombres, desde las cartografías oficiales hasta los letreros de carretera. El "fetichismo" que ha podido producir la ortografía de nombres como Orotava, Yaiza, Cendro o Hermigua a cuantos así los han visto escritos puede fácilmente cambiarse en la dirección de otra ortografía que represente más fielmente y sin equívocos la verdadera naturaleza de esos nombres: Orotaba, Yaisa, Sendro y Ermigua. Al fin, somos infinitamente menos los que hemos visto escritos esos nombres que los potenciales futuros conocedores de ellos. Y esta es una de manifestaciones patrimoniales de Canarias que se ofrece al mundo entero como exclusiva cultural de las Islas.
En cuanto a autores, el estudio minucioso de las fuentes históricas e historiográficas de Canarias, especialmente aquellas que prestaron mayor atención a la cultura y a la lengua de los aborígenes, nos ha servido para corroborar el prestigio y la fama de algunos de ellos, pero también para rebajar los de otros y elevar sin embargo los de otros terceros. Queda en el mismo pedestal en que la historiografía le ha puesto fray Juan de Abreu Galindo como autor de la más minuciosa y autorizada crónica historiada de las antigüedades canarias, en especial de los usos, costumbres y cultura de los aborígenes, también de la relación de palabras más amplia y ajustada de sus lenguas: Abreu Galindo, al que "siempre citaremos con aplauso" como dijo de él Viera y Clavijo. Y queda también con la misma fama que la literatura le ha dado Antonio de Viana, tanto por sus méritos poéticos como por ser el verdadero "creador" del "imaginario guanche" que se ha configurado en la cultura canaria y que sigue vigente en la actualidad. Sin embargo, deben rebajarse la autoridad y la fama que se les ha dado a Sabino Berthelot y a Agustín Millares Torres, al menos en cuanto a lo referido a sus aportaciones a la lingüística guanche, llenas de errores en el caso del primero y limitada a la simple copia en el caso del segundo. Pero deben mantenerse las que se le otorgan a Chil y Naranjo y deben elevarse hasta el nivel más alto las de Bethencourt Alfonso como el autor que más información, y más verdadera, ha ofrecido sobre la pervivencia de la lengua de los aborígenes de todas las islas, aunque muy especialmente de Tenerife. Y de Wölfel debe quedar incólume la fama del rigor con que siempre trabajó, sobre todo en el registro y en el tratamiento de las fuentes históricas e historiográficas, pero debe ponerse en cuestión la interpretación que ha hecho de esas fuentes por no haberlas puesto en contraste con lo que la tradición oral había conservado de la lengua de los aborígenes, y que en el caso de la toponimia constituye no menos del 85% de lo superviviente.
O sea, que la tradición oral, como no podía ser de otra manera, se ha revelado no solo como la fuente más fidedigna de lo que queda de la lingüística guanche sino, además, como la fuente más nutrida y abundante, y tanto en lo referido al léxico común como muy especialmente en el de la toponimia. Y no podía ser de otra manera porque en cuestiones lingüísticas la oralidad (cuando, como en el caso del guanche, ha quedado) es siempre la fuente primera de conocimiento. No queremos decir con esto que haya que despreciar o desatender las fuentes escritas, ni mucho menos, y buena prueba de ello es la atención sistemática que nosotros hemos puesto en ellas en cada uno de las voces analizadas en este diccionario, pero cuando se disponen de ambas fuentes la prioridad ha de recaer en la oralidad.
En resumen, que han de tomarse con sumas reservas las fuentes todas que han tratado de la lingüística guanche, por el simple hecho de que la práctica común en sus autores ha sido la de copiar (cuando no de enmendar) las listas de sus predecesores, sin la más simple revisión ni cuestionamiento, y todas ellas (salvo la obra de Bethencourt Alfonso) basadas en las fuentes escritas, con un desconocimiento absoluto de lo que realmente vivía en la tradición oral.
Por la misma razón, con las mismas reservas y precauciones han de tomarse los diccionarios y las obras que sobre el léxico guanche se han publicado después de los Monumenta de Wölfel pero que han tenido ese obra como fuente a imitar y que han puesto sus ojos únicamente en la documentación escrita, sin haber bajado al terreno del trabajo de campo y al conocimiento de la oralidad. La crítica más severa nos merece un libro como el de Buenaventura Pérez Pérez (1995) sobre la toponimia guanche de Tenerife, que no hace sino copiar y copiar, incluso en los clamorosos errores, pero con el agravante de ocultar en muchos casos sus fuentes, como hace sistemáticamente con los repertorios de Bethencourt Alfonso. Sin embargo los mayores elogios nos merecen las modernas recopilaciones de la toponimia de Tenerife por parte de Miguel Pérez Carballo, muy especialmente el rescate de la toponimia de sus barrancos (2011), y el magno y magnífico estudio que sobre la toponimia de La Gomera ha realizado José Perera López (2005).
Ni por asomo creemos que nuestro estudio viene a resolver los problemas de la lingüística guanche en general y ni siquiera los más específicos de la toponimia de origen guanche. Lo que sí creemos es que hemos dado un paso adelante: que mucho de lo que aquí se dice, se dice por vez primera, y sobre todo: que el corpus de términos reunido es "verdadero", o sea, existente, usado y pronunciado verdaderamente así por las gentes de cada lugar. Y que ponemos nuestro estudio a disposición de la investigación futura canaria, española y universal para que con más saberes que los nuestros puedan ir resolviéndose los muchos misterios y los continuos enigmas que plantean las voces que han quedado de una lengua totalmente extinguida que tanto llamó la atención de los primeros europeos que se asomaron a las islas en los inicios del Renacimiento, que no dudaron en calificarla de "farfullenta" y como "el más extraño lenguaje del mundo", y que sigue desafiando a la moderna filología.
Se publica, pues, este Diccionario como una declarada "obra abierta", dispuesta a recibir cuantas revisiones, correcciones y añadidos proporcionen las nuevas investigaciones que se hagan sobre este tema, incluso también, si ha lugar, por nuestra parte, pues como tarea inacabada y pendiente queda.