ESTUDIO INTRODUCTORIO


2. La lengua guanche y la palabra guanche

A la lengua que hablaron los primeros habitantes de las Islas Canarias antes de la conquista castellana se le ha llamado siempre guanche y así se le sigue llamando generalmente. Solo modernamente, desde determinados ámbitos de la historiografía de Canarias, de la arqueología y hasta de la filología, hay autores que tratan de evitar ese término y prefieren la perifrástica expresión "antigua lengua de Canarias" o "la lengua de los canarios" o la exótica denominación de amazigh insular, considerando que amazigh (o amazighe o amazight o simplemente amazig) sería el término autóctono equivalente a bereber, y que por tanto la lengua de los indígenas canarios sería una modalidad ?la modalidad insular? del amazigh continental que se hablaba en todo en Norte de África antes de la arabización. Y para las palabras supervivientes de esa lengua se usan términos como prehispanismos, indigenismos y, más comúnmente, guanchismos. Cada uno de estos términos tiene sus "inconvenientes" para unos autores y sus ventajas para otros; cada cual tiene sus convicciones y sus manías, y los correspondientes argumentos para preferir uno u otro. Nosotros preferimos y usamos de continuo la palabra guanche, porque es el nombre más usual, el más extendido, el que figura en todos los estudios históricos sobre esa lengua, y creemos que el más neutro y, sin duda, el más identificativo y distintivo, pues se refiere con exclusividad a Canarias, frente a los indeterminados prehispanismos o indigenismos que, en un contexto más general, tanto pueden referirse a las lenguas amerindias como a las lenguas prerromanas que se hablaron en la Península Ibérica.

Por otra parte, es necesario insistir en lo que ya hemos dicho en varias publicaciones: que el nombre guanche, en contra de lo que generalmente mantienen historiadores y arqueólogos, pero también otros autores que se arriman a ellos, el término guanche -repetimos- se refiere a todos los habitantes del archipiélago canario, sin distinción de islas, pues es un nombre (un etnónimo) de procedencia del francés, cuyo significado de origen se aplicó a una de las cualidades más sobresalientes que los aborígenes tenían y que fueron advertidas y ensalzadas por todos los autores de la primera época de la conquista: su extraordinaria habilidad, tanto para lanzar piedras como sobre todo para esquivarlas. Y es la toponimia de todas las islas la prueba más evidente e incontestable de lo que decimos; no la única prueba, pero sí la más contundente: el término Guanche (o alguno de sus derivados, como Guancha, Guanchos, Guanches o Guanchía) está en la toponimia de todas las islas, de todas sin excepción, y en igual proporción a la superficie de cada una de ellas de la que esos mismos términos están en la de Tenerife. Luego, si guanche es un etnónimo tiene que haber sido impuesto por gentes ajenas a los de esa etnia, y creado desde una lengua exterior, puesto que los aborígenes canarios, al no haber comunicación entre las distintas islas, no podían tener conciencia de pertenecer a un mismo pueblo. El primer estudio que hicimos sobre este asunto se publicó en el Anuario de Estudios Atlánticos (1998: n.º 44, 99-196); ahora puede verse, mucho más ampliado y complementado con otros trabajos en nuestro libro Estudios sobre el guanche (Trapero 2007).

Una posición contraria es la que mantiene, por ejemplo, Perera López en su estudio sobre la toponimia de La Gomera: "Hablaremos de voces indígenas -dice-, por lo que evitaremos en lo posible utilizar el concepto guanche y ello porque, mientras no se demuestre lo contrario (el subrayado es nuestro)4, guanche seguirá siendo para nosotros lo relativo al mundo indígena de la isla de Tenerife. Igualmente evitaremos la utilización de la expresión guanchismo como relativa a la procedencia prehispánica de un término, ya que dicho término se suele usar frecuentemente con significados subjetivos y ajenos a lo puramente lingüístico" (2005: 1.3). Eso dice. Y eso a pesar de la enorme incongruencia interna que tiene consigo mismo al catalogar y estudiar nada menos que 35 topónimos con esa palabra repartidos por toda la isla de La Gomera: Guanche en 10 ocasiones, Guanches, en 20, y Guancha, en 5 (2005: 8.179-214), e incluso dedicar un volumen entero de su magna obra, el XXV, a la cultura naturalmente "guanche" de La Gomera. ¿Cómo justificar, entonces, esos 35 nombres de lugar con la palabra Guanche, más incluso que con la palabra Gomero que según él mismo dice era el nombre "interno" para denominar a los aborígenes de la isla?5 ¿Acaso porque fueran "guanches" de Tenerife los que se asentaron en todos esos lugares de La Gomera? Eso nunca pudo ser, pues la conquista de La Gomera terminó muchos años antes de iniciarse la de Tenerife. Así que se equivoca totalmente en esto el por otra parte excelente investigador de la toponimia gomera. Como hemos "demostrado" en otros lugares, y como resumimos en la entrada Guanche en este mismo diccionario, el término guanche fue en su origen -y lo sigue siendo- un etnónimo aplicado a todos los habitantes de las Islas Canarias, y como lo demuestra, precisamente, la toponimia de todas las islas, también de La Gomera. Tan etnónimo es en La Gomera la palabra guanche como la palabra gomero, y tan propiamente "gomeros" son el uno como el otro, puesto que tenían la misma específica referencia, y en este caso los dos son exocéntricos porque fueron todos ellos topónimos impuestos por gentes que llegaron "de afuera", es decir, por gentes que se sentían distintos, porque efectivamente lo eran, de los que habitaban la isla cuando ellos llegaron. La única diferencia es que la palabra gomero es de origen guanche y la palabra guanche procede de una lengua romance, pero eso no lo saben los informantes que tuvo Perera (ni falta que les hace), porque ningún hablante normal se pregunta por el origen y la etimología de las palabras que usa de continuo.

En cuanto a la denominación de la etnia, de la cultura y de la lengua de procedencia de los guanches, preferimos usar el término bereber que es el que se usa de continuo y generalmente en toda la bibliografía tradicional sobre la lengua hablada en el Norte de África con anterioridad a su arabización. La expresión líbico-bereber que a veces se usa, y que también nosotros usamos, pretende remontar una cronología indeterminada pero muy antigua, por la creencia de que el líbico sería el antecedente más remoto de las lenguas afroasiáticas habladas en el Norte de África, desde Egipto hasta la costa atlántica, de Este a Oeste, y desde el Mediterráneo hasta el río Níger, de Norte a Sur. Obviamente, en tan inmenso territorio es inimaginable que hubiera una unidad lingüística, una única lengua, de donde, más propiamente, se habla de lenguas camíticas, que fueron las propiamente norteafricanas, para diferenciarlas de las lenguas semíticas, originariamente del Oriente Medio, Mesopotamia, Arabia y Etiopía, y que como se sabe reciben sus respectivas denominaciones de los hijos de Noé: Cam y Sem. No sabemos qué modalidad del bereber (o del líbico-bereber) es el que hablaban en su territorio de origen los primeros pobladores que llegaron a Canarias, pero si es lo más verosímil pensar que procedieran de distintos lugares en sus sucesivas arribadas a las Islas, de esa diversidad lingüística de origen (que nunca sabremos calibrar en qué dimensión) se derivarían las "distintas lenguas" que al decir de muchos de los primeros cronistas de Canarias hablaban los habitantes de cada isla, a más de las diferencias lógicas acumuladas por evolución lingüística de cada una de ellas desde su arribada al archipiélago canario hasta los primeros contactos con los europeos en los siglos XIV y XV y sobre todo en los procesos de aculturación con los nuevos pobladores tras la conquista de cada isla, que en el caso de las tres principales de Gran Canaria, Tenerife y La Palma es un hecho de los últimos años del siglo XV y primeras décadas del XVI.

2.1. Lo que queda del guanche

Lo poco que ha quedado del guanche no son más que palabras sueltas, aisladas de todo contexto. De las frases de que dan cuenta algunos textos históricos no ha pervivido ni una en la tradición oral, ni una sola. Ni aún la más breve de Atis Tirma, que se dice gritaron los héroes grancanarios en el momento de lanzarse al vacío desde la Fortaleza de Ansite para no caer en manos de los conquistadores castellanos, puede decirse que se conozca desde la tradición oral, sino solo por los textos recreados de las Crónicas de la conquista y por las Historias de Abreu Galindo y de Viera y Clavijo.

Lo que queda, pues, de la lengua guanche se reduce al léxico, solo al léxico, y solo a las palabras que en el español tienen la categoría gramatical del nombre sustantivo, lo que no quiere decir que tuvieran esa misma categoría en la lengua de origen, solo que al funcionar en el sistema del español se han asimilado al nombre sustantivo; ningún verbo, ningún adjetivo queda (salvo el de los colores de las cabras, pero que se han sustantivado), y menos han quedado adverbios, pronombres o elementos de relación. Lo cual es lógico, pues lo poco que se salva del naufragio de una lengua es siempre lo más funcional: los elementos que tienen un valor designativo, las palabras que sirven para nombrar cosas y objetos (menos las que sirven para referir conceptos y procesos). Y para seguir con una metodología clasificatoria, tendremos que decir que de los nombres guanches que perviven, los unos son comunes y los otros propios, y dentro de estos últimos unos son antropónimos (nombres y apellidos de personas) y otros topónimos (nombres de lugares).

No es posible decir con una mínima garantía de precisión qué cifras y qué porcentajes corresponden a cada una de estas categorías de nombres, aunque algunos autores se han aventurado a hacerlo. Es el caso, por ejemplo, de Navarro Artiles (1981: 32, nota 4), quien estima que los topónimos representan el 55% del total del léxico guanche, mientras que los antropónimos vienen a significar un 23%, y el resto ?un 22%? el léxico común, dentro del cual un 17% designa objetos materiales (tales como baifo, gofio, tenique...), y solo un 5% se refiere al léxico estructural. Pero esas cuentas salen de su Teberite, que no distingue lo transmitido por la escritura y por la oralidad. Por nuestra parte, basándonos justamente en el léxico de origen guanche que sigue viviendo en la tradición oral de Canarias, los porcentajes los estimamos en los siguientes:

Nombres

Comunes: 10%

Propios

Antropónimos: 5%

Topónimos: 85%

De entre los nombres comunes, que viven todavía con plenitud de apelativos, si no en todo el Archipiélago, sí al menos en alguna isla, citamos aquí solo aquellos que tienen presencia en la toponimia, objeto de este diccionario: achacae o chacae 'charco', ajinajo 'arbusto', balo 'arbusto', basa 'la pinocha del pino', bea 'arbusto', bejeque 'arbusto', belete, beleté o beletén 'calostro, la primera leche de la cabra después de parir', berode 'arbusto', bicácaro 'árbol', bimba 'piedra arrojadiza', borque 'terreno cultivado entre malpaíses', calcosa 'arbusto', caril 'hierba', cárisco 'árbol', chabor o chabore 'cueva', chagüido o chagüigo 'hondonada en los barrancos', chajaco '?', chajajo '?', chibusque 'arbusto', chajil 'arbusto', chajoco 'huerto pequeño', chajora 'hierba', chajuiras o tajurias 'arbusto', chirimina 'hierba', cosco 'especie vegetal', coscofe 'especie vegetal', cres 'el fruto del haya', cuchuela 'hierba', dama 'arbusto', dise 'charco en los barrancos', eres 'charco en los barrancos', fares o faro 'arbusto', galismera 'arbusto', gambuesa 'corral colectivo en las apañadas del ganado guanil', garasera 'hierba', gasia 'arbusto', gasio 'arbusto', gofio 'harina de granos previamente tostados', goire 'corral pequeño de una gambuesa', goran 'círculo de piedras', goro 'círculo de piedras', gorona 'construcción rústica de piedras para refugio y vigilancia del pastor en el campo', guadameña 'dignidad social entre los aborígenes', guadil 'árbol', guaire 'dignidad social entre los aborígenes', guanarteme 'dignidad social entre los aborígenes', guanil 'ganado que anda suelto en el campo y sin marcar', guársamo 'hoquedad que hay en ciertos árboles capaz de retener el agua de lluvia', gueleluda 'arbusto', guelisma o guilisma 'arbusto', guirre 'ave rapaz', gurugú 'mentidero', iguaje 'hierba', irama 'arbusto', jameo 'tubo volcánico con el techo hundido', jicanejo 'hierba', jirdana 'arbusto', jorjal 'planta', juaclo 'cueva natural para animales', julan 'arbusto', letime 'borde superior de un risco o de un acantilado', lunchón 'cueva', mago 'campesino', majo 'calzado rústico', marmojay 'arbusto', meriga 'la parte llana de una altura', mije 'pequeño corral de una gambuesa', mocán 'árbol', mol 'arbusto', nidafe o nisdafe 'llanos', orijama 'arbusto', orobal 'árbol', perenquén 'especie de salamandra', píjara 'helecho', pirguan 'el tallo de la hoja de la palmera', samora 'tierra rojiza e impermeable', sanjora 'arbusto', sise 'pared de piedras para conducir el ganado a las gambuesas', soco 'lugar abrigado', sórame 'arbusto', tabaiba 'arbusto', tabaibo 'arbusto', tabaraste o tarabaste 'hierba', tabona 'cuchillo de piedra', tacoraso 'fruto tardío y raquítico', tagasaste 'arbusto', tagora 'construcción rústica de piedras para refugio y vigilancia del pastor en el campo', tagoro 'círculo de piedras', taberna 'palmera guarapera', tadaigo 'arbusto', tamaide 'charco', taona 'molino de mano', tajinaste 'arbusto', tajora 'arbusto', taparucha 'dique volcánico', tarajal 'árbol', taro 'construcción rústica en el campo', teberite 'marca del ganado', tedera 'planta', tefío 'madriguera en donde anidan las pardelas', tegala 'construcción rústica de piedras para refugio y vigilancia del pastor en el campo', tegue 'tierra arcillosa', teje 'saliente de un risco', time 'borde superior de un risco o de un acantilado', tenique 'cada una de las tres piedras del hogar', tojio 'arbusto' y tolda 'arbusto'. Como se ve, el mundo referencial predominante en esta nómina es el de la flora, seguido de los nombres referidos a la orografía del terreno y muy en último lugar el de los animales y el de las instituciones sociales de los aborígenes.

El problema de la unidad o diversidad de lenguas que hablaran los canarios aborígenes es una cuestión sobre la que hay opiniones muy contrarias, puestas incluso de manifiesto desde los primeros tiempos, en los siglos xiv y xv, antes de la conquista castellana. La pervivencia en la tradición oral de unos pocos términos guanches de uso común pero de muchos topónimos nos autoriza a decir que si bien las hablas de las distintas islas debían pertenecer a una misma lengua (o a una misma familia de lenguas, propiamente a un mismo "tipo lingüístico", en la caracterización hecha por el gran Eugenio Coseriu 1990: 27-28) las diferencias interinsulares debieron ser también muy notables. Y además, que esas diferencias podrían explicarse tanto por el aislamiento en que los aborígenes vivieron durante no menos de trece o catorce siglos en las islas, como por las diferencias lingüísticas que ya trajeran consigo cuando poblaron las distintas islas del Archipiélago, como diferencias de origen, tanto fuera porque procedieran de distintos lugares como porque llegaran a las Islas en distintas épocas. Que las variedades insulares pertenecían a una misma lengua (o a un mismo tipo lingüístico) es indudable, pues no de otra forma podrían explicarse las innumerables coincidencias y similitudes que existen entre los topónimos de las Islas, pero que entre ellas existieron profundas diferencias, también debe ser una verdad incontestable, como demuestra la toponimia. Al margen de los testimonios escritos de cronistas e historiadores, nos queda la tradición oral para corroborarlo, y como muestra más evidente la toponimia de cada isla, que es testimonio elocuentísimo. Los muchísimos casos de topónimos que se repiten en una y otra isla con variantes fonéticas no son sino variantes lingüísticas que representan otras tantas modalidades de hablas: así Gando en Gran Canaria, Agando en La Gomera y Aragando en El Hierro; Jinámar en Gran Canaria y Jinama en El Hierro; Mafur en Gran Canaria, Afur en Tenerife, y Tanafú en El Hierro; Tacoronte en Tenerife y Tacorón, Tocorón o Tecorone en El Hierro; Tamaduste en El Hierro, Tamadiste en La Gomera y Tamadite en Tenerife; Güímar en Tenerife, Agüimes en Gran Canaria y Güime y Tenegüime en Lanzarote; etc.

Como problema de método esencial han de considerarse las fuentes a través de las cuales conocemos lo que nos ha llegado del léxico guanche. Y estas son de dos tipos: las fuentes antiguas, que no pueden ser sino escritas (que son testimonios "muertos", en su funcionalidad lingüística), y las modernas, que pueden ser a su vez o escritas u orales (estas, testimonios "vivos"). Y aunque sea una obviedad, hay que recordar un principio teórico de la lingüística general: las lenguas se transmiten por la oralidad, no por la escritura. Por tanto, los nombres guanches pasaron ?los que pasaron? de los hablantes aborígenes a los hablantes españoles por transmisión oral, nunca por escrito. Los guanches no conocían la escritura, al menos tal cual nosotros la entendemos. Los grabados rupestres que dejaron dispersos por distintas islas más parece que sean representaciones gráficas que verdadera lengua escrita, indescifrables, en cualquier caso, hasta ahora, a pesar de los muchos intentos por interpretarlos. Fueron los castellanos quienes empezaron a escribir las palabras guanches desde los primeros momentos de la conquista en documentos, crónicas e historias; y al hacerlo trataron de imitar fonéticamente lo que oían, o, mejor dicho, lo que creían oír, porque ya se sabe que a una lengua extraña se la oye con unos oídos acomodados a la lengua que se habla.

Y sin embargo, qué poca atención se ha prestado a la tradición oral en los estudios sobre el guanche, siendo la lengua, tal cual dijo Humboldt, "el único monumento vivo para esparcir un poco de luz sobre el origen de los guanches" (Humboldt 1995: 170). La inmensa mayoría de los estudios que se pueden citar sobre la lengua de los aborígenes canarios se basa en las palabras que los cronistas de la conquista y los primeros historiadores de Canarias dejaron en sus obras y que creyeron de origen guanche, además de los nombres de este origen que aparecen en las datas de repartimientos de tierras y en las primeras ordenanzas de los gobernantes de cada isla. Un solo autor podemos citar que cambió el rumbo en estos estudios: Juan Bethencourt Alfonso, que se dedicó a recoger todos los vestigios de aquellas culturas y lengua que todavía estaban vivos en las últimas décadas del siglo XIX entre las gentes del Sur de Tenerife, de donde él era natural. Y es curioso que otro autor de renombre, Sabino Berthelot, a quienes nosotros criticamos con frecuencia en este Diccionario por la tergiversación que hace de muchos de los topónimos guanches que cita, es curioso -decimos- que también él, 50 años antes que Bethencourt6, alerte sobre la pervivencia de muchas de las costumbres de los aborígenes, y con ellas muchas palabras de su lengua, en los mismos pagos del Sur de Tenerife en los que Bethencourt realizó sus investigaciones de campo. Aunque largo, vale la pena conocer su texto:

En Candelaria, Fasnia, Arico y otras partes de la banda del Sur de Tenerife, subiendo de Güímar a Chasna y de allí hasta el valle de Santiago, al bajar hacia las aldeas de la costa, es donde se encuentran aún hoy la mayor parte de los usos y costumbres descritos por fray Alonso de Espinosa, Viana, Viera y demás historiadores de Canarias. Algunas expresiones del antiguo lenguaje que no han podido perderse y que se emplean en todas las islas; los nombres guanches con que se vanaglorian algunas familias, los bailes populares, los gritos de regocijo, el modo de proporcionarse fuego, de ordeñar las cabras, de preparar la manteca, de moler el grano, todo eso subsiste aún, después de cuatro siglos de dominación extranjera... El habitante del campo, el pastor, el labriego, todo aquel pueblo agreste ha permanecido adicto a ellos, siguiendo viviendo como en otro tiempo: tuesta su cebada, moliéndola él mismo entre dos piedras hereditarias colocadas en su humilde morada, prefiriendo al pan del rico el gofio de sus antepasados (Berthelot 1879/1991: 131).

Un siglo más tarde, en la última década del siglo XX, hemos vuelto nosotros a explorar la tradición oral, en este caso de todas las islas, en busca de lo que aún quedara de la lengua y de los usos y costumbres heredados de los primitivos habitantes de Canarias y lo hallado ha sido mucho menos de lo que anunciaba Berthelot y de lo que efectivamente encontró Bethencourt. Eso en cuanto al léxico común, pero no tan poco ha sido lo recogido en lo referente al léxico toponímico.

2.2. Los topónimos guanches

Los topónimos son los nombres que más resisten el paso del tiempo así como la sucesión de lenguas dentro de un territorio, como mojones que marcan hitos históricos ocurridos verdaderamente. Y lo hacen generalmente en su condición de meros nombres significantes, despojados ya del significado lingüístico que tuvieron en la lengua en la que nacieron, devenidos a ser meras referencias geográficas. Y como tales nombres pueden eternizarse hasta tanto la realidad geográfica a la que nombran permanezca, o incluso desaparezca pero se transforme en otra realidad. De la fijeza y de la durabilidad de los topónimos desgajados de la lengua a la que en su origen pertenecieron, nos hablan los textos de numerosos autores, pero ninguno encontramos mejor que resuma todas las características de la toponimia antigua que el de Menéndez Pidal en el prólogo de su Toponimia prerromana hispánica:

Los nombres de lugar son viva voz de aquellos pueblos desaparecidos, transmitida de generación en generación, de labio en labio, y por tradición ininterrumpida llega a nuestros oídos en la pronunciación de los que continúan habitando el mismo lugar, adheridos al mismo terruño de remotos antepasados, la necesidad diaria de nombrar a ese terruño une a través de los milenios la pronunciación de los primitivos.

Y estos topónimos arrastran consigo en nuestro idioma actual elementos fonéticos, morfológicos, sintácticos y semánticos, propios de la lengua antigua, elementos por lo común fósiles e inactivos, como pertenecientes a una lengua muerta, pero alguna vez vivientes aún, conservando su valor expresivo incorporado a nuestra habla (1968: 5).

En efecto, los topónimos son a la filología lo que pueden ser a la arqueología unos restos fósiles humanos del cuaternario, por ejemplo. ¡Cuántas veces se ha recurrido a esta imagen de "fósiles lingüísticos" para hablar de los topónimos antiguos! ¡Y cuántos investigadores de lenguas antiguas desaparecidas han tenido que recurrir a los topónimos como únicos testimonios disponibles para ejemplificar los más remotos fenómenos de un substrato lingüístico! Una especial importancia tienen los topónimos ?afirmó Cortés y Vázquez?, "ya que fijados por la tradición constituyen preciosos fósiles lingüísticos, reveladores de los más remotos substratos y testimonios de antiguas áreas para determinar fenómenos" (1954: 22).

Fósiles, sí y no, según se mire. Porque los topónimos de una lengua perdida siguen teniendo vida, aunque esta esté en estado latente, pero dispuesta a aflorar en cuanto se escudriñen sus raíces. Y dispuestos están también a proporcionar determinadas claves para la interpretación de su pequeña y entrañable historia, como dijo Francisco Marsá de los nombres propios (1990: 60). O dicho con palabras de un investigador canario digno siempre de ser leído, José Pérez Vidal:

Los nombres de lugar constituyen uno de los rastros más claros, elocuentes y firmes de los distintos grupos étnicos que se han asentado en un país. Fijados por la tradición, llegan, como los fósiles, hasta revelar los estados más antiguos de la formación cultural de un pueblo (1991: 307).

El interés y la importancia del estudio etimológico de los topónimos vienen determinados no solo por descubrir el origen de cada palabra, sino, sobre todo, por lo que esa palabra en su sentido originario referenciaba, con lo que se busca también la "motivación" lingüística del topónimo. El interés es, pues, no solo lingüístico sino también histórico y cultural. El estudio de la toponimia tiene un adicional atractivo al meramente lingüístico, sin duda, y esos atractivos adicionales (para la antropología, para la economía, para la etnología y la etnografía, para la geografía, para la arqueología, etc.) se han convertido muchas veces en el objetivo primero, si no único, pero nunca podrá olvidarse que la toponomástica, como ciencia de la toponimia, es antes de todo una disciplina lingüística.

Frente al complejo y abigarrado mosaico del substrato toponímico de la España peninsular: hay topónimos iberos (Lérida, Elche, Játiva), púnicos (Cádiz, Málaga, Adra), celtas (Segovia, Ledesma, Osma, Buitrago), griegos (Rosas, Ampurias, Alicante), vascos fuera del País Vasco (Arán, Valderaduey, Ezcaray), romanos (Tarragona, Zaragoza, Mérida, León), germánicos (Toro, Guisando, Godos, Gusendos), árabes (Almadén, Alfaraz, Mogarraz, Alcudia, Medina), bereberes (Azuaga, Mequinenza, Genete, Gomera), mozárabes (Castel, Perchel, Lanteira, Ubrique, Alconchel, Fornela), etc., en las Islas Canarias el panorama toponímico se reduce a dos momentos nomencladores claramente estratificados: el primitivo guanche (de origen bereber o protobereber) y el posterior europeo, fundamentalmente ibérico (español y portugués, y remarcamos el portugués por su singular importancia).

Por eso no tendría ningún sentido hablar en Canarias de topónimos prerromanos (de origen celta, o ibero, o ligur, etc.), como no lo tiene tampoco hablar de topónimos de origen latino, impuestos en el periodo de la romanización de la Península, ni germánicos, ni árabes, por el hecho histórico incontrovertible de que cuando el español se implanta en Canarias ya todos los términos toponímicos estaban "españolizados". Lo tendría únicamente cuando se trate de hablar de la etimología de cada una de esas palabras en particular. No sería, por tanto, de aplicación en la toponimia en Canarias la metodología usada, por ejemplo, por Llorente Maldonado al estudiar los topónimos de Salamanca (2003), agrupados justamente según su procedencia histórica.

Es general la ausencia de referencia a los guanchismos en todas las monografías e historias de la lengua española, como si no existieran o como si no pertenecieran a ella. Se habla, sin embargo, de otras varias lenguas perdidas que han dejado muchas menos palabras que el guanche, y aunque este se asentara en una región insular, ésta forma parte de España y algunas de sus palabras se han convertido en palabras españolas generales, que están incluso en el Diccionario académico a disposición de todos los hispanohablantes. Si no hemos contado mal, trece son las palabras guanches que aparecen entre los "canarismos" del diccionario académico (extraídas de la relación y estudio de Corrales y Corbella 2008: 473-508): baifo, gofio, gomero, guirre, mago, majorero, perenquén, pírgano, tabaiba, tabaibal, tagaste, tajaraste y tenique. Y los topónimos de las Islas de origen guanche son ya también patrimonio lingüístico de España y de la Humanidad. El único autor, que sepamos, que ha considerado a los guanchismos es Jairo García Sánchez en su valioso Atlas toponímico de España (2007: 75-77).

Pero frente al estado peninsular en que esos topónimos están ya plenamente asimilados al sistema del español, de tal manera que cualquier hablante los siente como pertenecientes a un mismo y único patrimonio lingüístico, en Canarias sigue viva la conciencia de un cierto bilingüismo (aunque sea encubierto): cualquier hablante de las islas puede decir que Guayadeque o Agüimes son palabras guanches, frente a Las Palmas o Ingenio que las siente como castellanas; bien entendido que ese "bilingüismo" se da solo en el terreno de la toponimia, pues las otras palabras guanches conservadas en la lengua común (gofio, baifo, goro, balo, mocán, etc.) están totalmente integradas en el sistema fonológico del español que se habla en Canarias.

Debe saberse que de todos los componentes de las lenguas aborígenes canarias lo único que ha llegado a nosotros es un pequeño vocabulario de voces aisladas, unas pocas palabras referidas al mundo primario de los objetos, de los animales o de las plantas. Proporcionalmente, son pocas en relación al léxico insular canario, pero, intrínsecamente, constituyen el grupo más interesante y plantean? como ha dicho Rohlfs? "el problema más cautivador que se presenta en el campo de los estudios canarios" (1954: 83). Un vocabulario limitado y que, además, se restringe cada día por el desuso de las actividades tradicionales a las que estaba vinculado, como es el pastoreo. No tan limitado es, sin embargo, el conjunto de topónimos aborígenes que sigue vivo en todas las islas para designar tanto a los accidentes mayores de las geografías insulares (las propias islas, algunos grandes espacios, territorios característicos, localidades, montañas eminentes, etc.), cuanto más a los pequeños accidentes de cada lugar (barrancos, roques, fuentes, cuevas, etc.).

Dentro de este corpus toponímico guanche sobreviviente podría establecerse una doble clasificación: la de los términos que se constituyen por sí solos en topónimos plenos, sin artículo ni complemento alguno, tales como Agaete, Agüimes, Ajey, Ayamosna, Chipude, Garafía, Güímar, Jandía, Tacoronte, Taguluche, Taibique, Tamadaba, Teguise, Teide, Tenerife, Tigaday, Tijarafe, Tinajo, Tindaya, Tirajana o Tuineje, y aquellos otros términos constituidos en topónimos por medio de un sintagma, ya sea este simple, tipo La Orotaba, Tafira Baja o Montaña Tifirabena, o complejo, como Icod de los Vinos,Los Llanos de Aridane, La Gorona del Viento,Montaña Atalaya de Guriame o Barranco de Güigüí Grande. No existe una característica ni lingüística ni geográfica ni toponomástica que los distinga o que permita clasificar cada término en uno de estos dos grupos, pero sí puede observarse que los primeros son aquellos a los que podría llamarse macrotopónimos, o sea, términos que, por regla general, se han convertido en los topónimos más conocidos, por referirse a los accidentes más señalados (regiones, amplias zonas, grandes accidentes, etc.) y especialmente a los nombres de las poblaciones; es decir, aquellos que han merecido figurar en la cartografía; mientras que los segundos serían los microtopónimos, los nombres de los accidentes menores, los que necesitan de un término genérico y apelativo (sea español o guanche) que los identifique como tal accidente o los ubique en el lugar al que pertenecen. Mas esa condición de ser macrotopónimos o microtopónimos será una mera consideración geográfica, pero que en nada afecta a su naturaleza lingüística: tan topónimo es Tenerife como el Barranco de Abama, y tanto interés tiene para la filología el término Tenerife como el término Abama.

Finalmente hemos de decir que aun hoy, en la toponimia viva del archipiélago canario, el número de topónimos plenamente guanches o en los que interviene una palabra de origen guanche es muy alto, mucho más alto del que cualquiera pudiera imaginar. Los canarios en general conocemos y logramos identificar como guanches unos pocos nombres: los de los pueblos de la isla en que vivimos, los de los accidentes archipielágicos más nombrados y pocos más. Incluso los buenos conocedores de la toponimia menor conocen muy bien los de su propio ámbito vivencial, pero desconocen absolutamente los de otras regiones de su misma isla e ignoran por completo los topónimos menores del resto del Archipiélago. ¿Quién que no sea de Tenerife conoce y logra identificar como guanches topónimos como Afur, Arguaso, Ayosa o Chabeña? ¿Y quién que no sea de La Gomera conoce los nombres de Tamargada, Arguamul, Artamache o Benchijigua? Es posible que a muchos les "suene" este último nombre pero porque es el que le pusieron a un barco que empezó a hacer la travesía desde el sur de Tenerife a la isla colombina al comienzo de la década de 1980 (y quien realmente llevó la modernidad a La Gomera), pero es lo más probable que desconozcan que ese nombre lo tomaron de su toponimia, seguro que por su hermosa sonoridad y por lo exótico de su nombre. Así que estamos seguros de que la gran mayoría de los nombres que figuran en este nuestro corpus serán de una absoluta novedad para la inmensa mayoría de los canarios, como lo fueron para nosotros mismos al comienzo de nuestra investigación. Y más aún lo serán para los españoles peninsulares, pero forman igual parte del patrimonio lingüístico y toponomástico de España que los topónimos de Castilla, de Andalucía o de Galicia. Patrimonio lingüístico e inmaterial, pero igual "patrimonio" que los yacimientos arqueológicos, los paisajes naturales o los monumentos artísticos. Y en el caso específico de la toponimia guanche por ser patrimonio exclusivo de Canarias.

¿Tienen los topónimos canarios de origen guanche alguna característica que los haga homogéneos, o sea, que los identifique como tales nombres guanches? Algunos sí, pero no todos. En este mismo estudio introductorio dedicamos unos apartados a estudiar ciertas determinadas "marcas", unas de carácter morfológico y otras de carácter léxico, que se repiten con regularidad en la nómina de estos topónimos y que los vinculan con las lenguas bereberes. Los topónimos que contienen alguna de estas "marcas" sí manifiestan esa "identidad" guanche, como pueden ser los muchísimos topónimos que empiezan por a?, por t? o por gua?, pero quedan en el corpus de la toponimia guanche otros muchísimos nombres que no tienen marca alguna de las que caracterizan a las lenguas bereberes. ¿Y son uniformes en el conjunto del archipiélago canario o existen diferencias interinsulares? Podría decirse que, salvo aquellos términos que son comunes a todo el Archipiélago, como guirre, tabaiba o goro, y aquellos otros que se repiten en varias islas, como berodal, mocán, tarajal, taro, tedera o gambuesa, los que son particulares y exclusivos de cada isla tienen ciertas características fonéticas y morfológicas distintivas. Así, por ejemplo, las muchas voces con acentuación esdrújula de El Hierro (Arétique, Asánaque, Bérote, Ícona, Ícota, Itámote, Mancáfete, etc.) y las también abundantes voces con la añadidura de la paragoge (Tecorone, Aitemese, Bentejise, Crese, etc.); los nombres larguísimos y casi impronunciables de La Gomera (Tamarganche, Tagaragunche, Tamanajanche, Tamisquerche, etc.), además de los otros muchos topónimos con acentuación aguda (Aradá, Chejeré, Chigadá, Chijelá, Chijeré, Chubiqué, Guadá, etc.); los de nombre muy breve de Lanzarote (Chís, Soo, Tao, Ten, Tos, Ye, etc.) y los muchísimos que empiezan por tiN? (Tinache, Tinajo, Tinasoria, Tinga, Timanfaya, Timbaiba, etc.); los muchos topónimos de Fuerteventura con final diptongado (Ajuy, Esquey, Facay, Guisguey, Muley, Tenemijay, etc.); los también muchos de Tenerife que empiezan por la palatal africada /?/ (Chabeña, Chagaña, Chajaña, Chañejo, Charañoche, Chiñaco, etc.). No sabríamos precisar las características predominantes de los topónimos guanches de Gran Canaria y de La Palma, pero también las tienen. Muchos de La Palma son realmente raros, distintos a los de las otras islas, y no tienen una morfología prototípica de los genuinamente guanches, como, por ejemplo: Amargabinos, Bejenado, Benigasia, Birigoyo, Jenebuque, Mayantigua, Tabercorada, Taburiente, Trajocade o Trugumay, hasta el punto de que en varias ocasiones también Wölfel los considera españoles. Los de Gran Canaria son más heterogéneos: llaman mucho la atención los que reiteran el segmento fónico /gin/ o /gwí/ (Arguineguín, Guiniguada, Tenteniguada, Güiguí, Agüimes, Guindalaá), también los que contienen el segmento fónico /ara/ (Artenara, Arteara, Atara, Farailaga, Itara, Melenara, Tamaraseite, Tara o Tifaracás).

Todas esas diferencias mayores en la onomástica guanche entre las islas pensamos que no pueden sino deberse a diferencias de origen. Pero esa es una cuestión que solo los muy expertos en las lenguas bereberes podrán dilucidar. Y es cuestión que se relaciona con la distinta procedencia que debieron tener quienes en su inicio poblaron el Archipiélago, cosa en la que parece haber un relativo consenso entre los especialistas en las antigüedades de Canarias.

No es igual, ni siquiera similar, el número de topónimos de procedencia guanche que quedan en cada una de las islas del Archipiélago, entre otras razones por la muy distinta dimensión territorial de cada una de ellas, pero en su conjunto significa alrededor de casi un 10%. O sea, que de los cerca de 40.000 topónimos de que consta nuestro corpus toponymicum de las Islas Canarias cerca de 4.000 (contando las variantes) son guanches o tienen una voz de origen guanche en su formulación.

Las cifras resultantes del recuento de nuestro corpus son las siguientes:

Topónimos guanches por islas y porcentajes

Ocurrencias por islas y densidad por km2

Isla

Top.

%

Km2

Densidad / km2

Orden

Gran Canaria

358

10,91

1.560

0,23

6

Fuerteventura

352

10,73

1.660

0,21

7

La Gomera

640

19,51

370

1,73

1

El Hierro

343

10,46

270

1,27

2

Lanzarote

232

7,07

845

0,27

5

La Palma

367

11,19

708

0,52

3

Tenerife

988

30,12

2.034

0,49

4

Total

3.280

100

 7.447

 

 

NOTA

Como advertencia previa debemos decir que en esta y sucesivas tablas gráficas, así como en las valoraciones numéricas y porcentuales que hacemos de la toponimia canaria de origen guanche, se contemplan cuatro conceptos diferenciados que aquí precisamos:

Entradas: Son los lemas o entradas lexicográficas de que se nutre el diccionario. Son 2.883 entradas.

Topónimos: Número de lugares de las Islas con nombre guanche. Son 3.280 topónimos (sin incluir aquí las variantes ni la productividad que un mismo topónimo principal puede general en topónimos secundarios). La no coincidencia de esta cifra con la anterior debe entenderse por el hecho de que una misma entrada (un mismo nombre) puede aparecer en más de una isla y ser, sin embargo, topónimo independiente.

Variantes: Son los distintos nombres con que puede conocerse a un mismo y único topónimo. Han resultado ser en total 732 variantes.

Unidades léxicas: Nombres totales de origen guanche registrados en la toponimia canaria (entradas + variantes). Total: 3.615.

Reiteramos que estas cantidades son de topónimos y de nombres vivos, recogidos de la tradición oral de cada una de las islas del Archipiélago en las últimas décadas del siglo XX y primera del siglo XXI. De otros muchos topónimos guanches desaparecidos u olvidados en la tradición oral pero que constan en registros históricos de Canarias damos cuenta en el Apéndice de este diccionario. Son 873 entradas.

De las cifras de la tabla anterior estimamos como más relevantes no el número de topónimos guanches de cada isla, ni siquiera el porcentaje de cada una de ellas manifestado en la tercera columna, pues ellos han podido depender de la correspondiente intensidad recolectora, sino el porcentaje que resulta de cada una de esas cantidades en relación con la superficie territorial de cada isla. o sea, la densidad de topónimos guanches, y el orden que cada una de ellas ocupa en el conjunto del Archipiélago, manifestados respectivamente en las columnas quinta y sexta. Destacan muy por encima de todas en cuanto a la mayor presencia de topónimos guanches La Gomera, en primer lugar, y El Hierro, en segundo lugar, seguidas de La Palma en el tercero y de Tenerife en el cuarto, justamente las cuatro islas consideradas occidentales. No podríamos decir a ciencia cierta las razones que expliquen esos porcentajes individuales y el orden de cada una dentro del conjunto, pero sí se advierte que ellas son las de geografía más complicada y las de relieve más quebrado; además, las de La Gomera y El Hierro las que mayor aislamiento han tenido a lo largo de la historia tras la conquista castellana; y La Palma y Tenerife las últimas conquistadas. Por su parte, Lanzarote y Fuerteventura son, incomparablemente, las islas de relieve más llano, además de ser las primeras que fueron conquistadas, y Gran Canaria la más intensamente hispanizada tras la conquista. Así que es muy posible que sea la conjunción de todas estas circunstancias lo que explique esas cifras.

2.3. Pérdida de la toponimia guanche

Nunca podremos saber los topónimos guanches desaparecidos en el periodo que va desde la conquista de las Islas en el siglo XV hasta la actualidad. Sin duda, muchos, y hasta es verosímil pensar que fueran más los desaparecidos que los conservados. Pero al menos podemos dar noticia de unos cuantos al comparar el corpus actual con los citados en las fuentes primarias de la historiografía canaria y de aquellos otros nombrados en fuentes tardías por investigadores sobre las "antigüedades" canarias, o citados por autores locales o viajeros de paso en épocas muy distintas.

De entre las fuentes primarias tienen especial importancia las historias de Espinosa, de Torriani y de Abreu Galindo, además de las crónicas de las conquistas de las respectivas islas. Pero por el mayor número de topónimos citados más importancia tienen los documentos de repartos de tierras y de aguas entre los conquistadores y primeros colonos, así como las Ordenanzas y Acuerdos de los respectivos Cabildos de cada isla, y entre ellos muy especialmente las Datas de Tenerife y los Protocolos de escribanos que asentaron esos repartos de tierras y de aguas. Un grave inconveniente tienen sin embargo estas fuentes documentales: la falta de ubicación de los topónimos citados, sin que pueda referirse ni siquiera su condición orográfica, aparte de las infinitas variantes con que fueron registrados por los escribanos poco cuidadosos de la primera época. Y de entre las fuentes "tardías" destacamos las listas de topónimos guanches que Bethencourt Alfonso dedicó a cada una de las islas del Archipiélago en el cap. XI del primer volumen de su Historia del pueblo guanche (1991: 355-446), por ser, sin duda, el autor más fiable de entre los de la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX que puso su atención en la pervivencia del vocabulario de la lengua guanche fijada sobre todo en la toponimia.

La más afortunada de las islas en este sentido ha sido, sin duda, Tenerife, por tres motivos: primero, porque en ella se generó el mayor número de documentos que contienen topónimos aborígenes, muy especialmente en las Datas; segundo, porque Tenerife ha sido también la isla en que mejor se han conservado esos documentos, salvados de los incendios que destruyeron los de otras islas, como los de Gran Canaria, Lanzarote y El Hierro, por ejemplo; y tercero, porque en los tiempos modernos contó con la labor de un hombre providencial que se dedicó a recuperar de la tradición oral los topónimos guanches, y ese hombre fue Juan Bethencourt Alfonso. Cierto es que sus propósitos se extendieron a todas las islas, pero en ninguna otra sus pesquisas fueron tan intensas y tuvieron tanto éxito como en la suya natural de Tenerife: de un total aproximado de 3.300 topónimos guanches catalogados en sus listas de todo el Archipiélago, aproximadamente la mitad es de la isla de Tenerife. Claro que no todos ellos fueron recogidos por él ni fueron confirmados en la tradición oral, pues su propósito fue el de reunir todos los topónimos guanches conocidos, fuera cual fuera la fuente, escrita u oral. En esto procedió al igual que sus contemporáneos Chil y Naranjo y Millares Torres; pero sus listas se diferencian de las de estos dos autores citados (y mucho más de las de otros autores anteriores, como Berthelot o Álvarez Rixo) en que contienen muchos topónimos confirmados por él personalmente o por informaciones directas recabadas de terceras personas; y también porque vertió en su lista de topónimos de Tenerife el contenido toponímico de un buen número de las Datas conocidas por él, así como de "documentos" modernos7. Todas estas circunstancias de la procedencia de sus informaciones se reflejan por lo general en sus listas con una precisión admirable. Una única crítica ponemos a las listas de Bethencourt: la repetición de muchos topónimos dándoles entrada independiente por sus nombres variantes, como si de verdaderos topónimos diferentes se tratara, sin ponerlos después en relación, lo que da una imagen engañosa de la realidad que trata de reflejar. Este es el caso, por ejemplo, de Agaña y Gaña, Ajafaña y Jafaña, Ameña e Imeña, Amogoje y Mogoje, Boibo, Iboibo y Tiboibo, Chacarco y Chucarco, Chermoy y Fermoy, Chuineje y Tuineje, Filabrós y Fierabroy, Binguafo, Inguafo y Yáguafo, Ijéquere y Jéquere, Iyóquina,Jóquina y Yóquina y un muy largo etcétera, todos ellos de Tenerife, pero que igualmente podría decirse del resto de las islas.

Sin duda son unos topónimos desaparecidos o perdidos para la tradición oral, pero no para la historia; aunque mejor sería decir que fueron "sustituidos" por otros nombres impuestos en la lengua de los hombres que se instalaron en las Islas tras la respectiva conquista de cada una de ellas. No hay por qué pensar que los accidentes geográficos que merecieron un nombre por parte de los primeros habitantes dejaran de merecerlo por parte de los nuevos pobladores. Lo que hay que suponer es que todos aquellos accidentes siguieron teniendo importancia referencial para los nuevos pobladores. Y aún que el número de topónimos aumentó, en cuanto que la geografía de las islas empezó a "antropizarse" más, es decir, a estar más humanizada y ocupada, por cuanto la población aumentó exponencialmente y se instauró la propiedad de la tierra. Así que cualquier accidente menor (una casa, una cueva, unas tierras de cultivo, una majada, etc.) que antes pudo pasar inadvertido en cuanto a su denominación toponímica, de pronto empezó a figurar en el repertorio de los nombres geográficos de cada isla.

El caso de Canarias resulta ejemplar en este complejísimo problema del cambio de denominaciones toponímicas que se produce cuando hay una sustitución de lenguas y de culturas en un territorio por hechos de conquista. Y resulta ejemplar porque desde el punto de vista sociológico el cambio fue radical y porque desde el punto de vista histórico el cambio ha sido relativamente reciente, "apenas" de cinco siglos o poco más, pero además porque la lengua sustituida, el guanche, nada tiene que ver con la lengua que la sustituyó, el español, y por tanto esos cambios son relativamente fáciles de advertir. Así que en cuanto al proceso de sustitución de los nombres antiguos guanches por los nuevos nombres españoles o europeos, podrían contemplarse muchos tipos, que simplificamos en solo tres:

  1. los que sin dejar de existir se acomodaron fonéticamente a la nueva lengua, algunos de ellos irreconocibles ya en su naturaleza primera,

  2. los que fueron "traducidos" a la nueva lengua, y

  3. los que fueron plenamente sustituidos.

Creemos que el mayor número de topónimos guanches pertenecen al grupo primero. En realidad podría decirse que todos ellos (todos, sin excepción) han sufrido un proceso de acomodación fonética al español, que al final es la única lengua que se habla en las Islas Canarias. Pero es obvio pensar que no en todos los casos ese proceso ha sido igual, como podría ejemplificarse entre el mismo nombre de la isla de Tenerife, cuya denominación antigua, según las primeras historias, fue la de Chineche, Achinech, Achineche, Chinet o Chinichi, y el de la isla de La Gomera que ha sido siempre el mismo, tal cual afirma Abreu Galindo: "Nunca lo pude alcanzar, ni entender jamás haber tenido otro nombre, si no es Gomera, desde que a ella vinieron los africanos, que debió de ser quien se lo dio" (1977: 73).

Los menos serían los del grupo segundo, aquellos que fueron "traducidos" del guanche al español. Y los del tercer grupo habrán sido, sin duda, muchísimos, pero solo de unos pocos se podrá dar noticia cierta tanto del nombre antiguo como del moderno sustituto cuando por casualidad haya quedado un testimonio contemporáneo al cambio o haya una documentación que lo acredite. Por ejemplo, Alonso de Espinosa dice que la cueva donde los guanches refugiaron la imagen de la Virgen de Candelaria se llamaba en su lengua Achbinico pero que los cristianos "la llamaron después Cueva de San Blas" (1980: 63). Por su parte, Viera y Clavijo (1982: II, 91) dice que la montaña que está al lado del pueblo de Alajeró, en La Gomera, se llamaba Tagaragunche o del Calvario; el primero de esos dos nombres se ha perdido del todo pero sigue vigente el segundo, muy posiblemente por haber puesto una cruz en la cima de la montaña, como solía hacerse en las prácticas religiosas españolas. Otros casos: El roque que cierra por la parte del nordeste la playa de las Nieves en Agaete se dice que se llamaba antes Antigafo pero aquel nombre guanche ha sido sustituido por un anodino Roque de las Nieves. Y lo que hoy es simplemente El Risco, nombre del pequeño poblado que existe entre Agaete y La Aldea de San Nicolás de Tolentino, se llamó en tiempos guanches Ayatirma, según consta en la obra del escribano de Las Palmas Alonso Hernández, de mitad del siglo XVI. El actual pueblo o región de Punta del Hidalgo, en Tenerife, se llamaba Aguahuco, según Bethencourt Alfonso (1991: 398). El antiguo nombre Argumastel de Gran Canaria se cambió por el de Azuaje, al instalar en el barranco del lugar un ingenio de azúcar un tal Damián de Azuaje, que fue regidor de la isla en el siglo XVI. La actual Punta del Burrero, en el municipio de Ingenio de Gran Canaria, se llamó en un principio Utigrande, según Sánchez Valerón (2007: 417). En El Hierro quedan dos topónimos con su doble denominación, la una guanche y la otra hispana, vivas las dos: la Montaña Joapira o del Campanario, en Frontera, por haberse construido el campanario de la iglesia de la Concepción encima de la montaña, constituyendo la imagen más típica de todo El Golfo, y Montaña la Lajura o de los Huesos, en la vertiente intermedia entre El Pinar y La Restinga, por existir allí una cueva en la que aparecían huesos humanos8. Etcétera.

Otros muchísimos accidentes relevantes de las islas tuvieron que tener su particular denominación en la(s) lengua(s) de los aborígenes, pero de ellos nada sabemos. ¿Cómo no iban a tener nombre propio guanche los impresionantes roques que están en las Cañadas del Teide, justo frente al Teide, y que hoy se les conoce con el anodino nombre de Roques de García?, a no ser que ese anodino García sea el resultado de la evolución de una voz de origen guanche. ¿Y cómo no iba a tenerlo la Muralla (así llamada hoy) que cierra y protege el acceso al almogarén del Roque Bentaiga, en Gran Canaria?9 ¿O la Pared (también así llamada hoy) que según todos los testimonios dividía la zona de Jandía del resto de la isla de Fuerteventura?

Un fenómeno contrario al de la natural pérdida de la toponimia antigua guanche podría citarse aquí, que consiste en la artificial 10 "retoponimización" de ciertos lugares de las islas acudiendo a la documentación antigua. Este fenómeno supone una neotoponimia guanche dando nombre a nuevas poblaciones o urbanizaciones ciudadanas, como son Titerroy en Lanzarote y Añaza y Acorán en Tenerife; a modernas presas y balsas de agua, como son las de Amalahuiguey y de Mulagua en La Gomera; y no digamos los nombres de calles de las nuevas poblaciones y sobre todo de las urbanizaciones turísticas. Pero quizás el neotopónimo guanche más famoso de todo el Archipiélago sea precisamente el de Achipiélago Chinijo con el que modernamente se pretende denominar a los Islotes (así llamados en la toponimia tradicional) que están al norte de la isla de Lanzarote y que son Alegranza, Montaña Clara, Roque del Oeste y La Graciosa.

Un caso singular de "retoponimización" merece comentario. Se cree que el antiguo nombre de la población de San Bartolomé de Lanzarote fue Ajey, que si ha seguido sonando en la tradición es porque un grupo folclórico de la localidad lo adoptó para sí allá en los años 60 del siglo XX. El antiguo poblado de Ajey debió desaparecer entre finales del siglo XVI y principios del XVII por causa de las continuas tormentas de arena que se formaban en esa lengua de jable que atraviesa la isla de mar a mar, desde Famara hasta Guasimeta. El hecho es que en los últimos años se ha querido reconstruir el pasado haciendo un referéndum municipal proponiendo para el pueblo el nuevo nombre de San Bartolomé de Ajey, juntando la denominación moderna con la supuesta antigua del mismo lugar, propuesta que no prosperó pero que no ha desaparecido de la ilusión de muchos habitantes del lugar e incluso de muchos lanzaroteños que sienten inclinación por los nombres primitivos que tuvo la isla.

De todos estos procesos de hispanización de la toponimia guanche daremos cuenta más detallada en epígrafes siguientes. Y destinamos un apéndice final con cerca de 900 topónimos perdidos de la tradición oral pero de los que consta documentación de su existencia.