ESTUDIO INTRODUCTORIO


4. Mundo referencial de la toponimia guanche

El hombre pone nombres a los lugares donde discurre su actividad vital para familiarizarse con ellos y para poder identificarlos en su vida comunitaria. El mecanismo a través del cual surgen los nombres de lugar no puede ser más simple: resulta muy complejo y muy variado el panorama de la toponimia de un territorio cuando se nos ofrece en su conjunto, y más cuando ha de explicarse, pero el momento inicial de poner un nombre a un lugar es tan simple como poner nombre a una cosa o a una persona cualquiera, a las cosas más elementales que el hombre tiene a su alcance: una casa, una mesa, el huerto, los animales domésticos, el pueblo, la familia, los hijos... Unas veces el nombre será totalmente inmotivado, pero otras será motivado, por varias y hasta caprichosas razones, pero tendrá un motivo. De la misma manera surge el nombre del risco que corona el horizonte, la fuente que mana en el andén, el palmeral que crece en el barranco, el cercado que guarda los cultivos, la degollada que ofrece el paso entre barrancos... Todo aquello que en la naturaleza adquiere una notoriedad y cumple una función identificadora merecerá un nombre. Los nombres a los que se acudirá para "bautizar" esa realidad seleccionada serán los del habla común: los nombres de una persona destacada que haya tenido relación con ese lugar, el acontecimiento histórico allí ocurrido, la advocación a un elemento religioso bajo cuya protección se busca amparo, la forma que adquiere el relieve, el color predominante de las tierras, la vegetación que allí impera, la orientación del accidente... O el procedimiento será más simple aun: aceptando la denominación que el lugar tenía ya cuando esos pobladores llegaron a ese territorio, como es el caso de los guanchismos, existentes antes de que los europeos ocuparan y colonizaran las Islas desde comienzos del siglo xv.

En un porcentaje muy bajo conocemos el significado de las palabras aborígenes que han pervivido en la toponimia canaria, y que son, con toda seguridad, las palabras que han pasado al español como apelativos, como son los topónimos que contienen palabras como goro, letime, juaclo, tabaiba, mocán, etc. En otros pocos casos podemos suponer su significado a través del método comparativo y del conocimiento de la geografía, cuando esas mismas palabras o muy similares se repiten en varios lugares de una misma isla o de islas diferentes, caso de Gando, Agando y Aragando, o Jinama, Jinámar y Jinijinamar; o cuando un apelativo viene en auxilio de topónimos totalmente opacos, como desde la palabra chinijo podrían explicarse topónimos como Tinajo y Tuineje.

Pero el mundo referencial de la toponimia en la época guanche, en su gran mayoría, no podía ser otro que el mismo que hoy podemos advertir en la toponimia canaria de origen hispano y el mismo que podría observarse en la de cualquier otro lugar, con similares características geomorfológicas. Porque la toponomástica, como ciencia que estudia la toponimia, tiene "leyes" (queremos decir tendencias o comportamientos) que son generales, y por lo tanto podemos concluir que en todos los lugares, en todos los tiempos y en todas las lenguas los topónimos se refieren a las mismas o similares realidades. Con toda probabilidad podemos estar seguros de que en la lengua de los aborígenes canarios tenía que haber una palabra para nombrar los infinitos barrancos que hay en las Islas, y los lomos y, por supuesto, las montañas, que son el elemento geográfico más notorio del paisaje canario. Y tenía que haber otra palabra para los roques (otro de los elementos más característicos de las geografías insulares, ¿quizás gara?) y otra palabra para los malpaíses, etc. Y naturalmente tenía que haber términos genéricos para sus tipos de poblamiento, bien fuera en cuevas o en casas hondas. Y otros nombres para la presencia del agua, en sus dos formas más características, cuales son los nacientes y los cursos de agua. Y otros para la abundancia de la flora, en general, en semejanza a nuestros montes o bosques, además de los nombres particulares para las innumerables especies, de las cuales nos han quedado multitud de voces guanches vivas (tabaiba, mocán, orobal, berode, etc.). Y otros para la presencia ocasional o habitual de animales, como en la actualidad quedan los nombres de guirreras y perenquenal... Y naturalmente también para el mundo inmaterial y espiritual de su cultura, y muy especialmente el de sus rituales y cultos, como en nuestro tiempo llamamos Barranco del Infierno a aquellos que son profundos y oscuros.

A través de la toponimia canaria actual podría intentarse una como reconstrucción del "mundo guanche", de su hábitat, de su organización social, de sus prácticas habituales, de su alimentación, de su religión y creencias, de la flora endémica de las Islas, de ciertos animales originarios, etc., pero para ello tendríamos que acudir tanto a los topónimos que contienen palabras aborígenes como casi en mayor medida a topónimos de composición plenamente hispánica pero con referencia inequívoca al mundo de los primitivos canarios. Damos por descontado que los nombres de lugar no abarcan -no pueden abarcar- la vida entera del hombre, tanto sea en su consideración individual como sobre todo social y del ámbito geográfico en que esas vidas se desarrollan, pero sí pueden ofrecer una especie de acercamiento panorámico o de síntesis de esa realidad. Y si lo ofrece, por ejemplo, el corpus entero de la toponimia actual del archipiélago canario no tendría por qué no ofrecerlo la toponimia guanche, repetimos que complementada con los topónimos hispanos referidos a la cultura de los aborígenes.

4.1. Los gentilicios

El primer grupo de estos topónimos estaría constituido por los gentilicios de los propios insulares. Dos términos son genéricos para todas las islas, y los dos son de ascendencia románica, no guanche: Canario y Guanche; no todos los topónimos que contienen el primero de estos términos tienen una referencia inequívoca a los aborígenes, pero sí los segundos, con plena seguridad. Y de los gentilicios específicos de una isla concreta están los términos Gomero o Gomeros en la propia isla de La Gomera pero también en las de Tenerife, La Palma y Gran Canaria; los términos Majo y Majos aparecen solo en las islas de Lanzarote y Fuerteventura de donde era naturales, mientras que los de Majorero y Majoreros están en otras islas pero no con la referencia a los aborígenes sino a los "nuevos" pobladores de Fuerteventura desplazados a las otras islas del Archipiélago. Un solo topónimo con el gentilicio Bimbapes hemos recogido en El Hierro. Pero no hemos encontrado topónimos con los términos tinerfeño y benaorita, que son los gentilicios aborígenes respectivos de los de Tenerife y de La Palma.

No parece que los aborígenes de las Islas Canarias tuvieran conciencia del significado actual 'nombre de la isla' y menos aún del concepto 'archipiélago' porque los habitantes de cada una de las islas en particular no tenían conciencia de la "unidad insular", por eso dentro de cada una había clanes y tribus y reinos; y cada uno de los nombres referidos a esas realidades particulares se constituyeron en otros tantos microtopónimos. Por lo demás, los nombres guanches de las islas y aún los gentilicios de cada isla debieron imponerse desde fuera de cada una de ellas y por gentes diferentes a sí mismos, según dictan las normas antropológica y lingüística en estos casos. ¿Quién llamó indios a los aborígenes de América sino los españoles de las expediciones colombinas? ¿Y quiénes llamaron y siguen llamando moros a los africanos del Magreb (especialmente a los marroquíes) sino los españoles de entonces y de ahora?

4.2. La organización social

De la organización social de los aborígenes hablan, al menos, los topónimos que contienen los términos guanches Guanarteme y Guaire, como dignidades, Auchón (y sus muchas variantes) y Tagoror, como lugares en que los aborígenes desarrollaban ciertas actividades comunitarias, y también los muchos topónimos que contienen el término español Rey, en todas las islas, y que con cierta seguridad se refieren a lugares vinculados a la memoria de los "reyes" guanches, como las Cuevas del Rey en las inmediaciones del Bentaiga, en Gran Canaria, o Valle Gran Rey, convertido en todo un municipio de La Gomera, o la Piedra del Rey en el camino de Sabinosa, en El Hierro. También en este apartado habría que incluir los topónimos que contienen el antropónimo de personajes aborígenes que se destacaron por acciones concretas y muy diversas en periodos inmediatamente anteriores a la conquista o durante la conquista de cada isla, como Guanarteme, Doramas, Maninidra y Tasarte en Gran Canaria; Anaga, Tacoronte, Tiagua y Daute o Baute en Tenerife; Sonsamas y Teguise en Lanzarote; Ferinto en El Hierro; Tanausú y Mayantigua en La Palma; Amanay en Fuerteventura y Aguamuje "el adivino" en La Gomera.

4.3. El mundo mítico-religioso

Del mundo mítico y religioso de los aborígenes canarios sabemos poco a pesar de que sobre ello escribieron todos los historiadores primeros tras la conquista. Y mucho menos podemos saber a partir de la toponimia guanche que ha pervivido, ya desvinculada del todo de aquel mundo primitivo. De ciertos lugares "sagrados" que tenían hablan los topónimos Almogarenes y Mogarenes, Tirma, Amagro, Umiaga, Idafe y otros; de las personas que tenían una función religiosa son testimonio los topónimos con los términos Chobisenas o Chibisenas o Tibisenas y Samarines; al dios le llamaban Acorán y ese término es un neotopónimo de Tenerife; y a los templos de Fuerteventura dicen que los llamaban efequenes, término que no aparece en la toponimia porque simplemente es una forma errada de esequén, como demostramos en la entrada correspondiente de este diccionario. Pero de ese complejo mundo de los aborígenes, tan distinto del que le suplantó, podrían dar alguna pista los casos particulares que a continuación mencionamos.

En la toponimia de Gran Canaria, El Hierro y Fuerteventura quedan bastantes topónimos caracterizados por los términos Huesa y Huesas que hacen referencia a lugares de enterramientos.

En todos los almogarenes citados antes hay una especie de "cazoletas" excavadas en la roca en donde las harimaguadas o maguadas hacían sus rituales derramando leche. También tiene todas las trazas de corresponderse con estos lugares y rituales el topónimo Las Pilas de los Canarios que estaba cerca del histórico lugar de Umiaya, con referencia explícita a las "cazoletas" excavadas en la roca "con singular maestría" donde los aborígenes hacían sus ritos y ofrendas de leche (Naranjo y Miranda 2009: 87).

Dice Abreu Galindo que los canarios aborígenes para demostrar su arrojo y valentía "tenían por gentileza hacer apuestas de hincar y poner palos y vigas en partes y riscos, que da admiración y temor ver el lugar, así por la altura como por la fragosidad; los cuales palos hasta hoy están puestos, y estarán, por ser muy dificultosos el quitarlos" (1997: 149). De aquella costumbre quedan varios testimonios toponímicos: en Tenerife, en la vertiente oeste de la Sierra de Anaga, por debajo del poblado de Taborno, hay uno con el específico nombre de Palos Hincados; y en Gran Canaria quedan varios Paso del Palo en lugares cumbreros de los municipios de Tejeda, Artenara, San Nicolás de Tolentino y Santa María de Guía.

También dice Abreu Galindo que "entre las mujeres canarias había muchas como religiosas, que vivían con recogimiento y se mantenían y sustentaban de lo que los nobles les daban" (1997: 156). Ese "como religiosas" es muy posible que sirviera para que en los primeros tiempos tras la conquista se las identificara con "monjas", de manera paralela a como al impresionante conjunto de cuevas que hay bajo el solapón de la ladera oeste del Barranco de Silva, en Gran Canaria, se le bautizara como Cenobio de Valerón. Pues la toponimia de varias islas, sobre todo la de Gran Canaria y de Tenerife, pero también Fuerteventura y La Palma, están llenas de topónimos con la palabra Monjas que en modo alguno pueden hacer referencia a monasterios de religiosas católicas, en principio porque nunca ha habido tantos en Canarias y sobre todo porque están en los lugares más riscosos y apartados y ajenos a todo poblamiento y edificación.

Igualmente a cargo de mujeres estaban reservadas determinadas ceremonias rituales, como la de ir al mar con ramas golpeando el agua "dando todos juntos una gran grita" (Abreu 1997: 157). Y para las mujeres estaban reservadas en exclusiva ciertas partes de la costa donde hacían sus baños. A estos lugares es a lo que deben referirse topónimos actuales como los siguientes:

Topónimo

Isla

Mun.

Bañadero de las Mujeres

F13

OLI

Playa de las Mujeres

F

OLI

Laguna de las Mujeres

F

TUI

Playa de las Mujeres

C

SBT

Playa Mujeres

L

YAI

Charco de las Mujeres

P

SAS

Charco de las Mujeres

T

ARO

Baja las Mujeres

H

FRO

4.4. Las inscripciones líticas

Otra de las huellas culturales más interesantes de los canarios aborígenes, a la vez que más enigmáticas, son las inscripciones rupestres que han aparecido en distintos lugares de todas las islas, efectivamente de todas las islas. No creemos que esas inscripciones motivaran por sí mismas un topónimo en la época guanche, porque nada significaban para ellos desde el punto de vista referencial geográfico, como nada significan en la actualidad desde este punto de vista las inscripciones y grafitis que pueden aparecer en un árbol, en un muro abandonado o en una fuente; el nombre, en cualquier caso, lo merecerá el árbol si es eminente, el muro si es referencial o la fuente si es famosa. Por tanto no ha quedado ni un solo topónimo guanche referido a estas inscripciones ni tampoco hubo una palabra específica para ellas. De hecho los muchos yacimientos con inscripciones líticas que se han ido descubriendo en la segunda mitad del siglo XX han recibido para su localización los nombres preexistentes de esos lugares: Barranco de Balos en Gran Canaria, El Julan, La Candia y Barranco de Tejeleita en El Hierro, Cueva de Tajodeque en La Palma, El Cabuquero en Tenerife, Montaña del Sombrero en Fuerteventura, Peña de Luis Cabrera en Lanzarote, etc. Solo dos palabras definen por sí mismas algunos de estos yacimientos: Letreros y Números, naturalmente dos palabras españolas impuestas por los canarios hispanos que advirtieron la curiosidad de esas inscripciones mucho antes de que la arqueología las conociera y las comparó con letras o con números, sin darles más importancia14. Estas dos palabras aparecen en solo cuatro topónimos e identifican otros tantos yacimientos: uno en Gran Canaria,Los Letreros, que identifica las inscripciones del Barranco de Balos, y tres de El Hierro: Letreros de la Candia, el yacimiento de la parte nordeste de El Hierro, el Cerro de los Números en la parte alta del yacimiento del Julan, y Los Números o Los Letreros del Julan que identifica los paneles más extensos e importantes de todos los yacimientos epigráficos canarios.

4.5. Leyendas de gigantes

Ha quedado en el imaginario popular de las Islas que los guanches eran gentes de gran corpulencia y consecuentemente con ello han quedado muchas leyendas populares de "gigantes", de los que también la toponimia conservada por tradición oral da cuenta. Pero no solo es la tradición oral. Esa creencia está igualmente constatada en los textos de los primeros historiadores y cronistas de Canarias. Dice fray Alonso de Espinosa que hubo entre los guanches de Tenerife "gigantes de increíble grandeza, que, porque no parezca cosa fabulosa lo que se refiere a ellos no lo digo". Pero no se resiste y sí dice que uno que estaba "mirlado" en una cueva de Güímar tenía "catorce pies de largo y ochenta muelas y dientes en la boca" (1980: 36). Y Abreu Galindo dice que otro de Fuerteventura tenía "de largo veinte y dos pies, de once puntos cada pie, que era uno que decían Mahán" (1977: 55-56). En Gran Canaria hay tres topónimos con el nombre de Degollada del Gigante en las partes cumbreras de los mun. TEJ y SBT y otro con el nombre de Sepultura del Gigante en la parte más alta del mun. AGU; de igual forma en Fuerteventura, en el mun. OLI, hay otro topónimo con el solo nombre de El Gigante, que no dudamos están vinculados con las leyendas de referencia. No consideramos, sin embargo, como tal el topónimo Los Gigantes de la costa del suroeste de Tenerife porque ese hace referencia a los impresionantes acantilados gigantes que caen en vertical sobre el mar desde el Macizo de Teno.

4.6. El mundo material

En un grupo muy heterogéneo como este podríamos citar los pocos términos guanches referidos al mundo material y a la vida común y ordinaria de los aborígenes que han quedado en la toponimia.

En relación con las viviendas de los aborígenes son testimonios los topónimos con los nombres de Caserones y de Casas Hondas, y naturalmente también lo son muchas cuevas, como son, sin duda, las Cuevas del Rey que están en las cercanías del Bentaiga, en Gran Canaria, y las también Cuevas del Rey que están en la parte baja de Icod de los Vinos, en Tenerife. Lo es también la Cueva Pintada de Gáldar, en que las modernas actuaciones arqueológicas allí practicadas han descubierto un poblado entero construido alrededor de una cueva con las paredes pintadas de geométricas figuras polícromas, considerada por la literatura divulgativa como "la Altamira" o "la Capilla Sixtina" de la arqueología de Canarias. Y en la parte central de la Dehesa de El Hierro hay una Montaña de las Cuevas que en su cara este está totalmente horadada de pequeñas cuevas a distintos niveles y que han sido utilizadas sin interrupción por los pastores herreños desde la época aborigen hasta la actualidad. Y de las construcciones mínimas en el campo son testimonios los topónimos con los términos Esquén, Gambuesa, Goro, Gorona, Tagora, Taro,Tegala y Sise.

Del relieve del terreno hablan los topónimos Nidafe o Nisdafe, Time y Letime, Pracan y derivados, Taparucha, Teje, Jameo y Juaclo. Y de la presencia del agua, al menos los topónimos con Eres y afines, Dise,Guársamo o Guasamo y Tamaide.

De sus alimentos son ejemplos los topónimos que contienen las palabras Gofio 'harina de granos tostados', Beletén o Beleté 'primera leche de la cabra' y Cres 'la frutilla del haya'. De su vestimenta: Tamarco 'capa' y Majos 'calzado rústico'. De los objetos domésticos y otros utensilios: Tabona 'cuchillo de piedra', Gánigo 'vasija de barro', Tenique o Tínique 'piedra del hogar' y Bimba 'piedra arrojadiza'. Como término familiar queda en Lanzarote la palabra chinijo que es nombre cariñoso para el niño lactante, y ese nombre ha servido para bautizar modernamente a los islotes del norte de esa isla como Archipiélago Chinijo. Y como términos referidos a pequeños terrenos de cultivo con reflejo en la toponimia han quedado Chajoco y Borque.

4.7. La flora y la fauna

El repertorio toponímico más amplio de origen guanche conservado, de entre el léxico identificado semánticamente, es, sin duda, el referido al mundo vegetal, y como en su gran mayoría todos esos términos continúan teniendo en las hablas canarias populares su condición de apelativos podemos incluso establecer los tres subgrupos siguientes:

a) Nombres de árboles o elementos de árboles: Basa 'la pinocha', Bicácaro, Cárisco 'el viñátigo', Cres 'la frutita del haya', Garoé, Guadil, Mocán, Orobal, Pirguan 'el nervio central de la hoja de la palmera', Taberna 'palmera guarapera' y Tarajal.

b) Nombres de arbustos: Ajinajo, Balo, Bea, Berode, Bejeque, Calcosa 'la vinagrera', Chajil, Chibusque, Dama, Fares o Faro, Gasia, Gasio, Gueleluda, Irama, Jirdana, Julan, Marmojay, Mol 'incienso morisco', Píjara, Sanjora,Sórames,Tabaiba, Tagasaste, Tajinaste,Tadaigo, Toldas y Tojio.

c) Nombres de hierbas: Caril, Chajora, Chirimina, Cosco, Coscofe, Cuchuela, Garasera, Iguaje, Jicanejo, Jorjal, Tabaraste o Tarabaste y Tedera.

En el caso de la flora canaria podemos concluir que siempre que a una especie se le nombra con un guanchismo es una especie endémica, pero no puede concluirse al revés: que todas las especies endémicas de Canarias tengan nombres guanches, pues hay muchas especies que sí son endémicas pero tienen nombres españoles, bien porque en algo se parecen a las especies peninsulares, como pueden ser el haya, la sabina o el madroño, y por ello las "rebautizaron" con nombres castellanos, o porque tienen características diferenciales como la palmera y el pino. Y otras son endémicas pero tienen nombres portugueses o adaptados desde el español, como el drago y todas las especies de la laurisilva canaria: barbusano, loro, til, viñátigo, acebiño, paloblanco, faya, breso, etc.

Mucho más limitado que del mundo vegetal es el repertorio de topónimos guanches referido al mundo animal, siendo tan solo seguros los nombres de Guirre (y derivados), Tajós, Tajosa,Tajose y Tajosín, Perenquén y variantes y derivados, además de Guanil y derivados, referidos estos al ganado de pastoreo de suelta.

En el mundo de la flora se da, además, un fenómeno curioso que tiene que ver con las distintas denominaciones que dentro de las islas tienen las distintas especies de una misma familia vegetal. Y esa diversidad onomástica tanto puede deberse a las diferentes subespecies que dentro de una misma especie puedan apreciarse, como fruto de la enorme biodiversidad de la naturaleza insular, como sobre todo a las diferencias lingüísticas que sin duda existieron en el conjunto del Archipiélago antes de la conquista castellana. Las distintas subespecies solo pueden establecerse desde la comparación y esas sutiles diferencias solo están reservadas para los especialistas, no para el común, pero cuando existen varios nombres para una misma especie vegetal eso es cosa de la propia lengua no de la especie vegetal. Es este un capítulo interesantísimo que falta por estudiar en la dialectología canaria y que requiere de la conjunción de unos muy expertos botánicos con otros muy especializados lingüistas. Y así, en la onomástica guanche con presencia en la toponimia de las Islas podemos encontrarnos con los siguientes casos:

a) Un solo nombre en todo el Archipiélago, Tabaiba, para especies sin duda múltiples, para las que se han buscado diferencias adjetivales, como dulce, amarga, mansa, morisca, salvaje, majorera, etc. Esta uniformidad en el nombre hay que atribuirla, sin duda, al proceso de hispanización tras la conquista de las distintas islas, y justamente desde la primera isla conquistada, Lanzarote, como en el caso concreto de la tabaiba explican en sus respectivas historias Torriani (1978: 46) y Abreu Galindo (1977: 58).

b) Un solo nombre para una misma especie vegetal, aunque con variantes léxicas interinsulares, como berode / berol y muy posiblemente también irama en El Hierro, dama y orijama en La Gomera y birama en Fuerteventura.

c) Una misma especie vegetal con un nombre guanche en unas islas y otro español o románico en otras islas, como son los casos, por ejemplo, de la calcosa / vinagrera y de cárisco / acebiño, los primeros propios de El Hierro y los segundos del resto de las islas. Y advertimos aquí la singularidad onomástica tan llamativa que tiene la isla de El Hierro en los nombres guanches de su flora.

d) Dos nombres guanches para unas mismas especies vegetales, tal como tajinaste en la mayoría del Archipiélago pero ajinajo en El Hierro, o los muy distintos nombres que se le da, según las Islas, a la familia de Sempervivum o Aeonium: es general el nombre de bejeque, pero también el de bea en La Gomera, góngano o góngaro en Gran Canaria y sanjora en El Hierro, además de otros nombres hispanos, como pastel de risco o berol de los tejados. Y así como en el primer caso la uniformidad nominativa de tabaiba la atribuimos al proceso de hispanización de la onomástica guanche, estos casos tan llamativos de diversidad onomástica han de atribuirse a las diferencias lingüísticas de origen bereber que trajeron consigo los primeros pobladores de las distintas islas.

4.8. El pastoreo

Justamente sobre el pastoreo de los aborígenes es donde la onomástica guanche en general y la toponimia en particular más información nos ofrece, y eso por ser la actividad predominante que tuvieron. De las construcciones rústicas que usaban los pastores para vigilar sus ganados son ejemplo los topónimos con los términos Gorona en El Hierro, Tagora en Tenerife y La Gomera, Tegala en Lanzarote y Esque, Esquén y sus muchos derivados en Fuerteventura. Goro y Tagoro, con sus respectivas muchas variantes, designaban los pequeños recintos de piedras en forma redondeada que servían como redil. En El Hierro distinguen todavía hoy los Juaclos que son cuevas naturales destinadas al ganado de las cuevas que eran y son para personas. Las Gambuesas eran (y siguen siendo en Fuerteventura) los recintos donde reunían ocasionalmente al ganado de suelta en las "apañadas" para su control y aprovechamiento, y en Fuerteventura y en Lanzarote todavía recuerdan con las palabras goire y mije los corrales pequeños que había alrededor de la gambuesa y ambas quedan también en la toponimia. Ya hemos dicho que el término Guanil se refería al ganado de suelta, sin marcar. De entre las "marcas" que hacían a sus ganados en las orejas como señal de propiedad ha quedado Teberibe o Teberibi en la toponimia de El Hierro. A la cabra domesticada la llamaban jaira y a la cría de la cabra baifo, pero estas palabras no han quedado en la toponimia, lo mismo que las muchas palabras guanches que usaban para el color de sus animales (ver Trapero 1999b: 69-118).

Dos curiosas costumbres de los pastores aborígenes han dejado su huella en la toponimia canaria pero con nombres ya españoles. Una era, en épocas de sequía prolongada, la de llevar y encerrar a sus ganados en ciertos lugares altos y dejarlos allí sin comer ni beber varios días para que sus balidos aplacaran a los dioses y mandaran las lluvias. De esta costumbre dan cuenta todos los historiadores de Canarias, pero el primero en referirla fue el dominico Fr. Alonso de Espinosa a finales del siglo XVI:

Mas cuando los temporales no acudían, y por falta de agua no había yerba para los ganados, juntaban las ovejas en ciertos lugares que para eso estaban dedicados, que llamaban el bailadero de las ovejas, e hincando una vara o lanza en el suelo, apartaban las crías de las ovejas y hacían estar las madres alrededor de la lanza dando balidos, y con esta ceremonia entendían los naturales que Dios se aplacaba y oía el balido de las ovejas y les proveía de temporales (1980: 34).

De estos Bailaderos dan cuenta todavía muchos topónimos actuales en todas las islas. Y dice Bethencourt Alfonso (1991: 297, n.29, y 1994: 72) que en la época guanche se llamaban guaras o guarachos, pero estas palabras no han quedado en la toponimia.

La otra costumbre singular era la de llevar el ganado (cabras y ovejas) a "bañarlos" en el mar. Esta costumbre continúa viva en el Puerto de la Cruz el día de San Juan, comienzo del solsticio de verano. Y es muy posible que los varios topónimos que quedan en las islas de Tenerife, La Palma, El Hierro y Lanzarote en donde se juntan las palabras ganado, ovejas o cabras con las de charco, playa, caletón o baja sean testimonio de aquella vieja costumbre de los pastores aborígenes mantenida durante siglos por los nuevos pastores canarios. De ello pueden ser ejemplo los topónimos siguientes:

Topónimo

Isla

Mun.

Caletón de las Cabras

P

MAZ

Charco de las Ovejas

P

BAR

Punta del Ganado

P

MAZ

Punta de las Cabras

P

FUE

Playa de las Cabras

P

FUE

Playa del Ganado

T

ARI

Charco las Cabras

H

VAL

Playa Majada de las Cabras

F

ANT

Baja del Ganado

L

GRA

De todo ello podría desprenderse la siguiente conclusión que afecta a la cronología de la toponimia canaria: que los topónimos de origen guanche que han llegado a nosotros sin interpretación semántica alguna proceden (con la única excepción de los "neotopónimos" guanches) de la época prehispánica, mientras que aquellos otros del mismo origen pero con segura interpretación semántica proceden de épocas posteriores a la conquista castellana. Así, por ejemplo, damos por seguro que Teide es el mismo nombre con que los aborígenes de Tenerife llamaban a la gran montaña de su isla, como los de Gran Canaria también llamaban Bentaiga al roque central de la gran cuenca de Tejeda. Pero, a la vez, estamos seguros de que la denominación de Montaña de las Tabaibas a la montaña más sobresaliente de la costa sur de esta isla, en el municipio SBT, es de época hispánica, como lo es también el nombre de El Baladero que tiene un pequeño núcleo poblacional de la parte más septentrional de Tenerife, en los altos de la Sierra de Anaga, o el topónimo Gorona del Viento de la isla de El Hierro, mun. PIN15.