5. Procesos evolutivos del guanche
Debemos suponer al menos cuatro momentos evolutivos en el caso del guanche:
1. Desde el bereber (o proto-bereber o líbico-bereber) al guanche, es decir, desde la lengua que hablaban los primitivos habitantes de las Canarias en sus originarios territorios norteafricanos al guanche que se configuró en las Islas.
2. El propiamente guanche, es decir, la(s) lengua(s) que hablaron los habitantes de las Islas entre el momento de su arribada y la(s) conquista(s) europeas (normanda y castellana), con todas las variaciones cronológicas e interinsulares que deben suponerse.
3. El trasvase del guanche al castellano desde el primer momento de la conquista.
4. La plena españolización del léxico superviviente del guanche.
En cada uno de estos momentos se han podido producir cambios de muy diversa naturaleza y alcance que complican extraordinariamente la descripción del proceso etimológico de cada término.
En el primer momento, no sabemos con certeza a qué lengua o dialecto bereber pertenecía el guanche, incluso si era de un estrato "prebereber" (líbico-bereber o púnico, como han señalado muchos autores), ni sabemos tampoco de las posibles diferencias de origen de los distintos componentes poblacionales de cada isla, con lo que queda más que colgado en el aire el recurso del comparatismo de lo que sobrevive del guanche con alguno de los actuales dialectos del bereber, generalmente aplicado al chelja del Sur de Marruecos, por ser el más cercano a las islas. Pero el hecho es que, a ciencia cierta y al día de hoy, no sabemos de qué lugar del inmenso territorio del Norte de África procedían los guanches, ni por tanto qué lengua o lenguas concretas hablaban, ni sabemos tampoco el tiempo de su arribada, ni si esta se produjo de una sola vez o escalonada a lo largo de varios siglos, como es lo más probable. Ante este panorama, no es extraño que el más importante y el más serio investigador que ha tenido la lengua guanche, Dominik Josef Wölfel, y que basó justamente toda su investigación en el comparatismo con las lenguas bereberes llegue a esta desconsoladora conclusión: "Ciertamente, con el [bereber] que hoy se habla en el continente africano, la lengua aborigen [guanche] no guarda ni tan siquiera la correspondencia de un mero dialecto" (1996: 425).
Algunos autores ha habido entre los interesados en el guanche que se han planteado cuestiones relacionadas con esta problemática. Por ejemplo, Abercromby (1990: 41-74), que hace una clasificación de las voces guanches en tres series, de acuerdo a su parentesco con las lenguas bereberes:
a) los términos que pueden explicarse completamente desde el bereber, tanto desde el punto de vista de la forma como del significado: en total 41 términos de los por él considerados;
b) los que se relacionan dudosamente con el bereber, aunque muestran algunos rasgos morfológicos del bereber: en total 34 palabras más 5 frases de Tenerife; y
c) los términos que son inexplicables según el bereber moderno, y que deben proceder de la antigua civilización de los aborígenes canarios, el denominado líbico-bereber o proto-bereber (lo que supone que el Archipiélago fue poblado unos 2.000 años a.C.): en total unas 117 voces más 10 frases.
Sean o no ciertas las asignaciones que Abercromby hace de las 192 palabras y 15 frases guanches consideradas a esta triple clasificación, lo más interesante resulta ser que solo el 21% de esas voces puede explicarse desde el bereber, mientras que el 61% es inexplicable y el 17% es dudoso; y de las 15 frases, el 66% es inexplicable y el 33% dudoso. O sea, que según Abercromby ?uno de los estudiosos del guanche que mayor reputación tiene, porque sabía bereber?, ninguna de las frases en lengua guanche que los cronistas e historiadores lograron reunir puede explicarse desde el bereber. Y esta desoladora conclusión es coincidente con la afirmación antedicha de Wölfel. Y para más desvalimiento, se ponen en el grupo tercero de las inexplicables desde el bereber las palabras más auténticamente guanches, las que han llegado a nosotros y viven dentro del español de Canarias con plenitud funcional, apelativos como gambuesa, gofio, guanil, majo, tamarco, tofio, tabona, ajerjo o bimbache.
Por otra parte, la relación de las inscripciones líticas de los aborígenes canarios con las lenguas norteafricanas pasan, según Pichler (2003: 155-156), uno de sus principales estudiosos, por una de estas tres interpretaciones posibles:
a) que el guanche sea, como el egipcio respecto del bereber, una lengua líbica (protobeber),
b) que el guanche sea una lengua antigua del ámbito mediterráneo, entremezclada con el bereber, y
c) que el guanche sea uno de los estratos del bereber, pero no el bereber pleno.
Ante este panorama, no es extraño que a alguien se le haya ocurrido decir que los guanches no parecen ser de este mundo o que pertenecieran a una era tan remota que ni siquiera eran de nuestra era (vale aquí el mito de la Atlántica y de sus descendientes los atlantes-guanches). Incluso hay quien, cargado de sentido común, ha escrito que sería un "presuntuoso y solemne desatino" creer que en esos letreros escritos en las piedras y en las coladas de lava "está la fe de bautismo o la clave histórica de la raza guanche" (García Ortega 1931: 114-115); más acertado ?sigue diciendo este autor? sería reducir su importancia a "la de una simple tarjeta de visita", no mucho más que lo que representan los letreros o "grafitos" que hoy y siempre han escrito en las paredes gentes muy diversas sin más pretensión que dejar su personal huella en forma de un nombre y una fecha.16 Otra cosa será que el tiempo y la distancia, y sobre todo lo ignoto que resultan por indescifrables, hayan mitificado esas inscripciones hasta convertirlas en un enigma. Y así estamos nosotros hoy, todavía, tras seis siglos: tratando de resolver enigmas. Por eso cobra sentido la frase tan ocurrente y tan recurrente de Diego Cuscoy: "El guanche no parece haber vivido sino muerto, y son sus propios despojos lo que se busca. Canarias da la impresión de ser una inmensa necrópolis". Y por eso en nuestro campo de la toponimia siguen siendo pertinentes preguntas como las siguientes: ¿Procede el guanche del bereber? ¿De qué bereber? ¿Es el guanche una modalidad proto-bereber? ¿Qué porcentaje de topónimos guanches pueden explicarse desde el bereber actual y cuántos no? ¿Qué características tienen los topónimos guanches que no se explican desde el bereber? Etcétera.
En el segundo momento, en el de la configuración del propiamente "guanche", ya dentro de los territorios insulares, es decir, del bereber insular, hay que suponer procesos de homogeneización de las variedades de procedencia que pudieran traer los distintos conglomerados poblacionales que llegaron a las islas y en tiempos distintos, y hay que considerar, además, los procesos lógicos evolutivos de una lengua hablada, al menos, durante trece o catorce siglos en territorios insulares incomunicados entre sí. La diversidad de lenguas que casi todos los cronistas e historiadores observaron entre las islas, hasta el punto de que no se entendían entre sí (como expresamente se declara en el primer testimonio "moderno" escrito sobre la expedición que Niccoloso da Recco hizo a las islas en 1341: "Dicen que hay entre ellos lenguas hasta tal punto diversas que no se entienden entre sí, y que tampoco ninguno de los marineros las entendía"), debe atribuirse a este aislamiento tan prolongado, así como a la muy probable diversidad de procedencia. Todo esto es lo que debe haber detrás de la variación entre el actual Gando de Gran Canaria, el Agando de La Gomera y Fuerteventura y el Aragando de El Hierro; y entre el Jinama de El Hierro, el Jinámar de Gran Canaria y el Jinijinámar de Fuerteventura; y entre tantos otros topónimos.
Aunque este fenómeno no se ha estudiado con detención, en este segundo momento de la implantación del guanche en las Islas debería contemplarse la posible superposición de topónimos de origen berberisco (bereberes del tiempo de las razias de los siglos XVI y XVII) sobre los de origen guanche antiguo, sobre todo en Lanzarote y Fuerteventura en donde la población berberisca se estimaba en un 20% o más. Un ejemplo podría ser el topónimo Argana de Lanzarote.
En el tercer momento, posiblemente el de mayor alteración lingüística, hay que considerar lo que supone el traspaso de una lengua a otra, del guanche al castellano, con las consiguientes y profundas acomodaciones fonéticas, morfológicas y léxicas. Entre ellas, por ejemplo, la inserción en muchas voces guanches supervivientes de fonemas que, al parecer, no existían en el guanche, como es el caso de la /p/ y de la /ñ/. Pero quedan no menos de 40 términos toponímicos que empiezan por P (Pájara, Perenquén, Pinque, Pirguan, Pracan, etc.), aparte otros muchos que lo tienen intercalado, y no menos de 60 voces que contienen el sonido palatal nasal sonoro del español (Añaza, Fañabé, Mecaña, Jerduñe, Tiñor, Tafeña, Ñifa, etc., curiosamente la mayoría de Tenerife). ¿Qué sonidos debieron oír en este caso los castellanos de los guanches supervivientes para asimilarlos de esta forma a su sistema fonológico?
Y, finalmente, en el cuarto momento hay que considerar la lógica uniformidad que la españolización produjo sobre las diferencias interinsulares con la formación de un léxico guanche "coiné". Esta se produjo, indudablemente, al extender unas mismas palabras guanches a todo el Archipiélago, como en el caso de gofio, guanil, gánigo, guirre, tabaiba, baifo, tamarco, goro o tabona. A juzgar por los testimonios de los primeros que escribieron sobre la lengua de los aborígenes, ni una sola palabra referida a una misma cosa era general en todas las islas, ni siquiera gofio, a pesar de nombrar el tipo de alimentación más común y consuetudinario entre los aborígenes. Según Abreu Galindo (1977) a la harina tostada la llamaban gofio los de Lanzarote y Fuerteventura (1977: 58), aguamames los de El Hierro (pág. 88) y ahoren los de Tenerife (pág. 297), forma que los cronistas López Ulloa y Gómez Escudero (cit. Morales Padrón 1978: 314 y 431, respectivamente), a la vez que Marín y Cubas (1993: 222), escriben como ajoren. Igualmente, a las ovejas y cabras llamaban en La Palma teguevite, sin distinción (Abreu 1977: 269), y en El Hierro, jubaque (pág. 89), sin embargo en Gran Canaria distinguían a las cabras con el nombre aridaman de las ovejas a las que llamaban tahatan (pág. 159), lo mismo que en Tenerife, pero allí llamaban a la cabra axa y a la oveja, haña (pág. 297). Y a la denominación del vestido que usaban, hecho de cuero de cabras, en Lanzarote y Fuerteventura llamaban tamarco (págs. 57 y 60), lo mismo que en Gran Canaria (pág. 157), pero en La Gomera era tahuyan (pág. 75) y en Tenerife, ahico (pág. 293). Por eso hay que poner en entredicho lo que afirma Álvarez Rixo de que guanil era palabra que perteneció a todas las islas, de que gánigo se encontró en casi todas y gofio en las mayores que tenían granos para hacerlo (1991: 29-30).
En la actualidad se puede decir que es indudable la cierta homogeneidad que tiene el léxico guanche en el conjunto del Archipiélago, aunque puedan señalarse numerosas excepciones, como ocurre, por ejemplo, en El Hierro, que siguen llamando calcosa a la especie vegetal que en el resto de las islas ha tomado el nombre de vinagrera, o cárisco al árbol que en las otras islas se llama viñátigo, o ajinajo al generalmente nombrado tajinaste, o sanjora a la especie que según las islas se llama bejeque, bea, góngaro o pastel de risco. Además, hay diversidad de nombres para el común rústico refugio de los pastores en el campo: gorona en El Hierro, tegala en Lanzarote, tagora en Tenerife, esquén en Fuerteventura, etcétera. Estas diferencias actuales en el léxico común de origen guanche no son sino ejemplos de mínimas pervivencias de las mucho más numerosas diferencias que debieron existir entre la(s) lengua(s) de los aborígenes canarios antes de que se impusiera la lógica uniformidad desde la lengua común instalada en el Archipiélago, el español.
No tenemos una prueba que nos confirme cómo teniendo cada isla un vocabulario particular, según nos atestiguan las crónicas primeras de las conquistas de las Islas y las primeras historias de Espinosa, de Torriani y de Abreu, se ha generalizado un léxico de origen guanche común en todo el Archipiélago. Esta expansión y generalización del vocabulario guanche tuvo que hacerse, obviamente, en época hispana y por los nuevos "canarios" posteriores a la conquista de las Islas, en una especie de "préstamos internos". Es muy posible que, como pensaba Wölfel (1996: 633) y que ahora reitera Jens Lüdtke (2014: especialmente págs. 205 y 207-8), el primer centro de expansión fuera Lanzarote, la primera isla en que se establecieron los europeos que formaron la expedición de la conquista normanda (1402-1404) y desde la que se inició la conquista del resto del Archipiélago. Y eso tanto por lo que se refiere a palabras de la lengua de los aborígenes, como pueden ser gofio y tamarco, como de palabras que fueron creadas in situ, bien como "adaptación" de otras voces pertenecientes a las lenguas de los expedicionarios europeos, como pueden ser jable y malpaís. Y, en efecto, consultando las historias de Torriani y de Abreu Galindo (sobre todo la de este, mucho más circunstanciada que la de Torriani), advertimos que es en el capítulo dedicado a las islas de Lanzarote y Fuerteventura en cuanto a las costumbres de sus naturales (Abreu 1977: libro I, caps. X y XI), en donde se documentan por vez primera, entre otras, las palabras siguientes: tamarco,majos, guapil, gánigo, gofio, guirre, tabaiba, tarajal, gambuesa y guanil, todas ellas convertidas en palabras "pancanarias". Eso por lo que se refiere al vocabulario guanche. Pero también se documenta en ese mismo capítulo la palabra mareta, que siendo de creación o de "adaptación" hispana, se ha generalizado igualmente en todo el Archipiélago. Y a ellas deberían añadirse otras, como jable y malpaís que tienen en las dos islas más orientales del Archipiélago las condiciones geográficas más propicias para su nacimiento, y así se comprueba en las primeras documentaciones de ambas voces. Y además, con toda seguridad, la palabra guanche, que aunque no viene en los textos de Torriani y Abreu, tuvo que ser en Lanzarote en donde por vez primera se introdujo en Canarias, dado que es de origen francés y tuvieron que ser los franceses los que bautizaran a los aborígenes "majos" con ese nombre de guanches al advertir en ellos las extraordinarias cualidades físicas que tenían para lanzar y sobre todo para esquivar piedras lanzadas, que eso era lo que significaba la palabra guanche (con las variantes guenche, ganche y gaianche) en el francés medieval de la época (Godefroy 1892: s.v.).
Pero otros centros difusores tuvo que haber para hacer generales en todo el Archipiélago voces como baifo, perenquén, balo, berol o berode, goro, tagora y tagoro, mocán, tajinaste, tajaraste, tagasaste, bejeque, beleté o beletén, tenique, tabona y tantas otras, a no ser que también lo fueran desde Lanzarote y Fuerteventura, a pesar de que no figuren en los capítulos dedicados a esas islas por Torriani y Abreu Galindo.
Esta difusión de voces aborígenes hasta generalizarse en todas las Islas debe restringirse al vocabulario común, pues tanto los antropónimos como los topónimos, al vincularse a realidades concretas y singulares, no pueden ser exportables de manera generalizada. Sí pueden serlo, naturalmente, en el caso de los antropónimos, cuando los descendientes de alguien que lo llevó se instalara en otra isla o, como en la actualidad, la moda de poner nombres guanches a los canarios de las nuevas generaciones no se atiene (ni tiene por qué atenerse) a ningún criterio ni historicista ni etimológico. Y lo mismo en el caso de los topónimos, cuando un nombre común se convierte en topónimo, caso de los múltiples lugares llamados Mocán, Mocanera o Mocanal por la presencia en ellos de esa especie vegetal, o los tantos otros que llevan el nombre de Guirre, Guirra o Guirrera por la presencia en ellos (o que la hubo) de ese ave tan característica de la avifauna canaria.