7. Cómo determinar la pertenencia de una palabra a una lengua perdida
Todo lo que esté relacionado con la identificación de una palabra procedente de una lengua perdida es un problema: nunca se puede estar seguro de pisar tierra firme. Pero no por ello debe cundir el desánimo total, y menos abandonar la tarea por creerla completamente inútil. Existe la comparación de lenguas, y ese método ha propiciado algunas evidencias incontestables, bastantes verosimilitudes y ha resuelto no pocos problemas que parecían enigmas sin solución.
El problema es de método, y no afecta solo a la identificación del guanche, sino que es común a todas las lenguas perdidas. ¿Cómo tener seguridad del carácter celta o ibero o fenicio o tarteso de una voz del español actual? Los etimologistas recurren en primer lugar al comparatismo de lenguas, y después a la gramática histórica, a la geografía lingüística y a otras disciplinas auxiliares, entre las cuales la historia general de las civilizaciones y la historia particular de cada pueblo son fundamentales. Pero así y todo, muchas veces, la conclusión etimológica no puede ir más allá de una hipótesis bien razonada y de una propuesta. Así, grandes maestros de la filología española, Menéndez Pidal, Lapesa, Corominas, Malkiel, Alvar.... han escritos páginas admirables, llenas de erudición, de sabiduría y de perspicacia, tratando de explicar un puñado de topónimos hispanos de procedencia prerromana, llegando a un propuesta de probabilidad en cada caso; pero una probabilidad, no es una certeza.
En el estudio de la toponimia prerromana "hemos errado todos ?dice Corominas en la introducción de su Tópica Hespérica?, unos más que otros: los que menos, los que se han apoyado en topónimos de armazón consonántica sólida y en la documentación medieval" (1972: I, 9). De ahí que resulten de gran interés los criterios formulados por el mayor etimologista del español y que deben de tenerse en cuenta en toda investigación toponímica que se haga sobre lenguas desaparecidas o ajenas a la lengua hablada por el investigador (ibíd. I, 130-159, aquí formuladas sobre la "toponomástica cuyana"). Son los siguientes:
1. Conocer la historia del lugar objeto de estudio. Conocer la historia y conocer la geografía, añadimos nosotros: no hace poco en la recta identificación de un topónimo, sea éste antiguo o moderno, pero más si es antiguo, tener un conocimiento directo de la geografía designada.
2. Conocer los afijos típicos de cada región, como lo es -burgo en Alemania) o -gasta en mapuche; o ?añadimos nosotros? como lo son en el guanche los prefijos a-, te- o gua- y los sufijos -che o -te.
3. Conocer las leyes gramaticales de la lengua a la que pertenece el topónimo. En el caso del guanche, podría restringirse el conocimiento de la gramática a la mera morfología, por cuanto no tenemos sino voces sueltas, aisladas de todo contexto sintáctico.
4. Conocer la fonética histórica y la fonética dialectal. Objetivos que resultan imposibles de cumplir en el caso del guanche, por cuanto lo desconocemos todo respecto a la fonética, a no ser que, por aproximación con el bereber actual, se pretenda reconstruir un sistema fonológico que, en cualquier caso, resultará solo aproximado.
5. Conocer las fuentes documentales. Pero todas las fuentes documentales, añadimos nosotros: tanto las escritas como, sobre todo, si existen, las orales.
6. Hacer comparaciones semánticas con otras zonas. Comparaciones semánticas, y además ?añadimos nosotros? comparaciones en el terreno de la designación, por cuanto la toponimia tiene una principal función referencial, muchas veces descriptiva. Y las zonas en las que debe hacerse la comparación con el guanche son las del dominio bereber del Norte de África, y no necesariamente con las zonas más próximas a las Islas.
7.1. Cuál ha sido el proceder en el caso del guanche
Desgraciadamente, hemos de decir que recomendaciones tan prudentes y sabias como las formuladas por Corominas no se han practicado hasta ahora en el estudio de la toponimia guanche. Aquí el proceder seguido por los estudiosos ha sido, generalmente, mucho más simple. Primero se daba por buena, sin comprobación alguna, la identidad del término, tal cual figuraba en la lista anterior que servía de fuente. Y a la vez se daba también por segura su condición guanche: si una palabra registrada en las hablas canarias no tenía una etimología conocida y explicable, si no estaba en el diccionario de la Academia, era, sin remisión, un guanchismo. De ahí que Manuel Alvar (1993: 130) haya calificado el capítulo de los guanchismos como un "saco sin fondo" al que va a parar toda palabra canaria de etimología dudosa. Y de ahí la abultada lista de "falsos guanchismos" que se ha ido confeccionando a lo largo de la historia de los estudios del español en Canarias y que, finalmente, ha reunido Wölfel en sus Monumenta, algunas veces deshaciendo el error, pero otras muchas veces confirmándolo (ver Trapero 1997b).
Cuando se comparan las interpretaciones que de una misma palabra guanche se han dado se comprueba que lo normal es que cada autor ofrezca una etimología diferente. Y aún que a un mismo étimo se le dé distinta explicación. Al final, las etimologías guanches resultan ser ese "divertido entretenimiento" que irónicamente ha criticado María Rosa Alonso. Este panorama tan variopinto de etimologías discordantes no puede resultar sino de uno o de dos supuestos erróneos: o de que los textos que se toman como base de estudio no son los mismos o de que el proceder filológico es diferente en cada autor. En cualquier caso demuestra que no todas esas "interpretaciones" pueden ser ciertas, pues no otra cosa es la etimología que una interpretación histórica fonética y semántica.
Todo ello ¿qué muestra? Que la filología que generalmente se ha practicado para la interpretación de la toponimia prehispánica de Canarias, y en general para todo el léxico de origen guanche, anda a ciegas, o como se dice coloquialmente "dando palos de ciego", es decir, tentando aquí y allí, con aproximaciones comparativas que no van más allá de la pura proximidad fonética (sobre la base además de la escritura, no de la oralidad) entre dos clases de lenguas que ni son contemporáneas (el guanche es lengua desaparecida hace 500 años y que se asentó en las Islas hace más de 2.000 años y el bereber con el que se compara es el de ahora después de trece siglos de influencia y de dominio del árabe) ni se sabe si coincidentes en el inmenso territorio del Norte de África en que se hablaba ese "tipo lingüístico" (conjunto de lenguas procedentes de un tronco común, pero no propiamente "lengua") al que se le ha dado el nombre genérico de bereber.
Hay además una sustancial diferencia entre el análisis que pueda hacerse de una voz de manera aislada a si se hace dentro del sistema lingüístico al que esa voz pertenecía. De ahí la advertencia seria que Corominas lanzó al comienzo de su Tópica Hespérica: si los estudios de toponimia no se hacen sistemáticamente "incurriremos todos en la responsabilidad de que en España la toponomástica se convierta definitivamente en la ciencia del acertijo" (1972: I, 10, el subrayado es nuestro). Y de ahí la necesidad que había de constituir un nuevo corpus toponymicum general del archipiélago canario, a partir de investigaciones de campo en cada isla que garantizaran la verdadera identidad de cada voz. Y de ahí la ventaja fundamental de poder analizar cada voz dentro del conjunto léxico al que pertenece desde una perspectiva general.
Pero en la mayoría de los casos, actuamos más con un proceder "negativo" que positivo, es decir, nos es más fácil decir que un término es un guanchismo, por no existir en el español ni tener etimología románica, que por poder demostrar su verdadero étimo guanche. Un estudio lingüístico total de la lengua guanche (decimos de la lengua, no de una parte de su léxico) es una tarea condenada al fracaso, un imposible filológico, pues se trata de una lengua que desapareció y de la que no quedaron los suficientes elementos mínimos (de tipo fonético y gramatical, sobre todo) para poder saber cómo era. Pero esa imposibilidad de reconstrucción de una lengua total no impide hacer "acercamientos" (en muchos aspectos ya efectuados), y menos quiere decir que no deban hacerse, más en un dominio, el de la toponimia, del que de tantos materiales disponemos, siendo este, seguramente, el único dominio del guanche en que pueda hacerse.
7.2. El proceder de Wölfel
Parece lógico pensar que el comparatismo de lenguas exige a quien lo practica el conocimiento de las dos o más lenguas objeto de la comparación. Que sepamos, esta condición no se ha cumplido nunca en los estudios sobre el guanche y su relación con el bereber. Ni siquiera Wölfel ?autor de la considerada como "la biblia" del guanche, sus Monumenta Linguae Canariae (1996)? sabía bereber: queremos decir que hablara una lengua bereber. Al parecer, recibió clases de bereber en Rabat durante un poco tiempo, pero nunca llegó a hablarlo. Sus principales fuentes sobre el bereber fueron Marcy y los diccionarios. Y su proceder en el tratamiento filológico de las voces canarias en su relación con el bereber lo delata. Reúne primero todas las referencias que le son posibles, que son prácticamente todas las que hasta ese momento estaban publicadas y todas las que le eran conocidas, siendo en este aspecto un recopilador absolutamente riguroso y digno de todo crédito, porque además lo hace con una minuciosidad y con una fidelidad dignas de todo encomio. En segundo lugar agrupa en un mismo epígrafe (vamos a llamar "semántico-designativo") todas las formas léxicas que cree responden a un mismo étimo a partir de una de las "descripciones" halladas en sus fuentes. Hace después algún tipo de comentario crítico de tipo historiográfico o filológico sobre alguna de las formas anotadas, y trata, por último, de identificar semánticamente el término o términos guanches a partir de los paralelos que ha hallado en los repertorios lexicográficos bereberes manejados por él (Basser, Baulifa, Gourliau, etc. y especialmente Foucould), escritos todos ellos por franceses y en francés, téngase en cuenta21.
Estas son las fuentes de Wölfel: todas historiográficas y librescas, ni una sola fuente oral, ni por parte de los materiales canarios ni por parte de los materiales bereberes. Y el comparatismo se hace a partir de la descripción que del término guanche se da en alguna de las fuentes usadas por Wölfel. Su norma es recoger de los diccionarios bereberes que tiene disponibles las formas que se parecen en algo fonéticamente o que tienen un significado próximo o que designan una realidad cercana a lo que las fuentes históricas han dicho de las palabras guanches. Por ejemplo, si de la palabra acof (sic) dice la historiografía canaria que es una fuente, busca el autor austriaco los términos que en bereber significan 'fuente'; y en el caso del topónimo Adar, como Berthelot anotó que eran unas "riberas escarpadas", busca Wölfel otros paralelos semánticos en los diccionarios bereberes. Pero téngase en cuenta que lo que Torriani y Abreu hicieron respecto del acof herreño y lo que Berthelot hizo del Adar tinerfeño (como se hace de ordinario) fue "describir" los lugares así denominados, pero no decir el significado de acof y de adar. Y lo que hace Wölfel es tomar la descripción de esos lugares como el significado respectivo de ambos términos. Y eso, en semántica, es confundir la "designación" con el "significado"; eso es retrotraerse a las épocas pre-semánticas en que se creía que "realidad" y "significado" eran la misma cosa, en que se confundía la realidad con la lengua. Y a partir de ese criterio todos los razonamientos de Wölfel quedan viciados por ese método errado. Porque las búsquedas que hace en las fuentes lexicográficas del bereber están inducidas o bien por la proximidad de los significantes o bien por ese que hemos llamado criterio "semántico-designativo" que solo es pseudo-semántico.
Otra de las permanentes tareas de Wölfel es la de dilucidar cuál de las múltiples grafías con que por lo general se escribieron los topónimos guanches es la verdadera, la forma "matriz"? como él la llama?, sin disponer él de una base de referencia esencial, precisamente por su desconocimiento de la oralidad, con lo cual se debate permanentemente en una discusión bizantina sobre la naturaleza de los sonidos que hay detrás de esas escrituras. Por ejemplo, en el estudio de Ajache, copia primero todas las variantes escrituradas: Avache, Avaches, Abache, Abaches, Afache y Afaches, además de las correctas Ajache y Ajaches, y se debate Wölfel después tratando de averiguar cuál de las consonantes primeras es la verdadera, si la aspirada, si la bilabial o si la interdental, suponiendo él "que se trata de una f articulada sin consistencia, con aspiración precipitante" (1996: 969). Otro ejemplo magnífico: en el caso de Güímar, reúne todas las grafías con que se ha escrito ese topónimo (1996: 900-901): exactamente 22 variantes formales, pero falta justamente la forma conservada en la oralidad, la que obviamente debe considerarse como la más cercana a la matriz. Y lo mismo en el topónimo gomero Jerduñe (1996: 796): ocho variantes escritas y ninguna verdadera. Otro ejemplo: cita Wölfel el topónimo Magua y lo pone en relación con los topónimos de Gran Canaria: Imagua o Inagua, Chinimagua o Chinimagra y Fartamaga; con Almagua de Tenerife y con Imaguar de La Gomera (1996: 1024-1025). Dice que Magua es una aldea de Lanzarote, pero el verdadero nombre de esa localidad es Magues; Imagua es un error clarísimo del verdadero Inagua o Linagua de la cumbre de Gran Canaria; el nombre verdadero del topónimo más cercano a la pareja citada como Chinimagua o Chinimagra es Chimiraga; Almagua es topónimo del todo desconocido hoy en Tenerife; el verdadero nombre del citado Fartamaga de Gran Canaria es Fortamaga, y el nombre de Imaguar de La Gomera está sacado de un documento del siglo XVI, hoy desaparecido en la tradición oral. O sea, que ni uno solo de los topónimos reunidos por Wölfel en este caso es exacto y verdadero; aunque claro está que el defecto aplicable a Wölfel no puede ser imputable al mero registro, que en esto el autor austriaco es minucioso y exacto hasta el extremo, sino en el método de mezclar y de no discernir entre registros antiguos y modernos, entre fuentes escritas y orales, en la ausencia casi total de las segundas y en el desconocimiento que Wölfel tenía de la toponimia viva de las Islas. Ejemplos de topónimos de "mil maneras escritos" sobre los que Wölfel se debate en imaginar cuál fuera la forma "matriz", obviamente sin encontrarla, pueden ser Arguineguín, Guiniguada, Guayonje, Iboibo, Jeneto, etc. Y ejemplos en los que se pone de manifiesto la carencia que Wölfel tenía en el conocimiento de la tradición oral y que resulta determinante para la correcta interpretación de los topónimos son Lasadoy (cita las formas Arasarode,Alasadode, Arazadode, Arazarode y Asaode, pero desconoce la verdadera); Mala (porque "no puedo preguntar a los lanzaroteños" -dice- se plantea qué sonido debió observar Berthelot para transcribir Malha); Erjos (por desconocer la tradición oral concluye que el nombre originario debió ser Hergos), etc. En estos y en otra multitud de casos se pone de manifiesto la carencia de los Monumenta linguae canariae respecto a la documentación procedente de la tradición oral ?de la pronunciación viva, como la califica Corominas (1972: I, 27)?, una carencia que resulta en todo determinante.
Mas no todo es baldío en la obra de Wölfel sobre el guanche, ni mucho menos. Aunque no hablara el bereber, conocía la gramática de esa lengua o al menos tenía nociones avanzadas de su morfología, cosa que demuestra de continuo en la disección de las formas guanches en su comparación con el bereber. No de otra forma se explica que en la sexta parte de sus Monumenta se incluya un índice de 167 epígrafes sobre cuestiones de gramática histórica del bereber, de su vocalismo y consonantismo, del sistema de formación de palabras, sobre las categorías gramaticales, etc. Un índice que demuestra hasta qué punto llegaban los planes del investigador austriaco en el estudio del guanche y la relación que pudo tener con otras lenguas atlántico-líbicas del Norte de África y de su cuenca mediterránea, fundamentalmente con el bereber. Pero ese índice quedó sin desarrollar: sus planes, en ese sentido, desgraciadamente, no quedaron más que en un esquema minuciosamente diseñado.