8. Formación y significado de los topónimos guanches
La formación de los topónimos en su momento inicial debe ser igual en todas partes y en todas las lenguas. De ahí que pueda y deba hablarse de una disciplina lingüística específica, denominada toponomástica, que tenga por objeto el estudio de los problemas teóricos generales de la toponimia universal, con aplicaciones particulares lógicas en cada lengua y en cada lugar, tal cual ha postulado Eugenio Coseriu en su breve pero fundamental ensayo Nuevos rumbos en la toponomástica (que fue concebido como prólogo a nuestro Diccionario de toponimia canaria: Trapero 1999: 15-24). Se trata de identificar un lugar por lo que hay en él de más característico: un accidente geográfico, la abundancia de una especie vegetal, la presencia constante de un animal, el acontecimiento de un hecho histórico, la creencia asumida colectivamente de un hecho socio-cultural, etc. Y para ello cada lengua utiliza los mecanismos designativos de que su gramática dispone; en primer lugar, del nombre sustantivo, la categoría morfológica esencialmente designativa. A veces bastará un solo nombre (Tafira), otras veces el topónimo requerirá de un adjetivo calificativo que lo identifique o distinga de otros topónimos similares (Tafira Baja), otras veces lo hará mediante un sintagma nominal complejo (La Vega de Río Palmas), y hasta hay topónimos que se formulan con una oración entera (La Tierra que Suena, La Piedra que Reluce, La Punta que se Juye). Se ha demostrado que teóricamente cualquier parte de la oración puede formar parte de un topónimo, pero está también ampliamente demostrado que es la categoría nominal (sustantivo y adjetivo) la base esencial de la toponomástica.
Todos estos fenómenos morfosintácticos podemos observarlos en la toponimia viva de una lengua viva, digamos el español de las Islas Canarias y, por tanto, un estudio toponomástico deberá contemplar todos los aspectos concernientes a su formulación: por supuesto los morfológicos y los sintácticos22, pero también los fonéticos y no menos los semánticos, que suelen ser los más intrincados pero los de mayor interés. Y por encima de todos ellos lo que cualquier topónimo tiene de tradición histórico-cultural del territorio en que vive.
Sin embargo, cuando pretendemos estudiar solo los elementos léxicos que de una lengua perdida quedan en esa toponimia -por ejemplo, el caso del guanche-, la problemática se reduce en primer lugar a la identificación de esos elementos léxicos. Al desconocer la gramática de esa lengua debemos de suponer que todas o la mayor parte de esas palabras conservadas en la toponimia pertenecen a la categoría del nombre sustantivo, por la ley general de la toponomástica y porque así se demuestra también en las palabras de origen guanche conservadas como apelativos en el español de Canarias. Y como tampoco conocemos las leyes particulares de la morfología del guanche debemos de suponer que en esas palabras toponímicas se dan los mismos fenómenos que en cualquier otra lengua, es decir, que los nombres sustantivos pueden aparecer en la toponimia en su estado primario o en los estados resultantes de los dos principales procedimientos que todas las lenguas tienen para la creación de nuevas palabras, para su lexicogénesis; y estos son la derivación y la composición.
Nada sabemos de los procedimientos derivativos del guanche, y para poder determinar con rigor que una palabra es compuesta deberíamos conocer antes los elementos léxicos simples de que se compone. Y en cuanto a los casos de derivación no es mal camino el recurrir al comparatismo con las lenguas bereberes vivas con las que se supone que el guanche se puede relacionar, al menos a un nivel gramatical muy elemental. Pero también puede deducirse del comportamiento generalizado de un gran número de topónimos. Por ejemplo, de la unión de estos dos procedimientos metodológicos resultan muy evidentes que las iniciales a- y t-/ch- con que comienzan muchísimos topónimos canarios de origen guanche manifiestan el artículo masculino y el femenino de sus respectivos nombres, en ambos casos aglutinados al lexema.
8.1. ¿Tienen "significado" los topónimos?
Propiamente los topónimos no tienen "significado" lingüístico; en todo caso su significado es equivalente a la "designación". Un topónimo designa un lugar, por lo tanto si hablamos de "significado" este se reduce a lo geográfico. Lo que sí puede decirse es que un topónimo puede estar formado tanto por palabras que tienen significado (reconocible en el lenguaje común) como por palabras que han perdido ese significado. O dicho de otra forma: todo topónimo fue constituido en el momento de su creación por palabras de la lengua común con plenitud significativa. La designación de un lugar a través de la lengua no puede hacerse sino con palabras que representan la geografía (sea esta real o imaginada) que se quiere nominar, y ese proceso no puede sino hacerse con palabras plenamente funcionales, vivas en su plenitud significativa, tan reconocible el significante como el significado por la comunidad de hablantes del territorio denominado. Otra cosa es que a lo largo de la historia de ese territorio algunas de aquellas palabras "fundacionales" hayan perdido su significación primitiva y hayan quedado como simples formas de expresión, como significantes sin significado. Eso ocurre especialmente en los topónimos procedentes de una lengua que en el proceso histórico de un territorio ha sido sustituida por otra u otras allegadas por hechos de conquista. En la toponimia hispánica tenemos los casos de los nombres de origen celta, o ibero, o romano, o árabe. En la América hispana están los casos de muchos de los topónimos procedentes de las lenguas amerindias. Y en las Islas Canarias tenemos los miles de topónimos procedentes de la(s) lengua(s) que hablaron sus primeros pobladores y que llamamos guanche.
Desde Aristóteles se sabe y se repite que el significado es "inmotivado" respecto de la palabra que lo expresa, y desde Saussure decimos que la relación entre los dos componentes del signo lingüístico es "arbitraria", es decir, que salvo en muy determinados casos, como en las onomatopeyas, no existe una relación directa entre el significante y el significado. Nada hay en una lengua, por ejemplo en el español, para que a una oquedad de ciertas dimensiones se le llame cueva; de hecho a ese mismo accidente se le llama de maneras distintas en lenguas distintas; incluso en una misma lengua histórica recibe nombres distintos dependiendo de ciertas características de la oquedad: caverna si es profunda y oscura, gruta si es angosta, solapón si está formado por un cejo en un risco, etc.; y hasta dialectalmente se pueden hacer diferencias léxicas funcionales, como ocurre en El Hierro: cueva se llama cuando es para personas y juaclo cuando es para animales; en Lanzarote se llama jameo a la cueva que tiene el techo hundido, etc. Esta es la regla general para el léxico común. Pero no lo es para el léxico de la toponimia en donde, por el contrario, la regla general es la motivación: el léxico toponímico es esencialmente motivado; más aún: los topónimos son los nombres más motivados del vocabulario total de una lengua. "Los topónimos -dice Borrego Nieto en el prólogo al libro de Llorente Maldonado (2003: 12)- tienen una particular 'forma de significar' que los emparenta con el nombre propio pero que también los separa de él. Esta separación permite aplicarles, paradójicamente, perspectivas semánticas, a la vez que los convierte en los más motivados de los signos lingüísticos". Todo ello es verdad, y eso porque la función de un topónimo es el de la designación. Un lugar se llama La Cueva justamente porque lo más característico de ese lugar (o aquello que ha llamado especialmente la atención desde el punto de vista referencial) es justamente la existencia de una cueva. Y ese lugar podrá seguir llamándose La Cueva por los siglos aunque la cueva haya desaparecido. Este es el principio de la motivación objetiva que con tanta agudeza formuló Eugenio Coseriu en su teoría de la toponomástica (1999: 17-18). Y a ello añadimos nosotros que la motivación en la parcela del léxico de la toponimia responde más, mucho más, al plano del contenido que al plano de la expresión.
Un ejemplo extraído de la toponimia guanche bastará para ilustrar las diferencias o las coincidencias entre designación y significado: el topónimo Gando de la isla de Gran Canaria.
No sabemos lo que la palabra gando (o agando si hemos de suponer que este fuera el nombre originario) pudo significar entre los aborígenes de Gran Canaria, aunque podamos acercarnos a ese posible "significado" por medio de las diversas "designaciones" a que el topónimo hace referencia. En la actualidad Gando tiene como "designación" diversos accidentes geográficos: un roque marino muy notorio cercano a la costa del sureste de la isla, una pequeña montaña que cierra una lengua de tierra que se adentra en el mar, la bahía que se forma al resguardo de la montaña, el gran llano de tierras que se extiende hacia el oeste de los accidentes antes nombrados y el aeropuerto de la isla que se ha construido en estos terrenos. Dejando aparte el aeropuerto, que es "accidente" moderno y topónimo claramente sobrevenido, y teniendo en cuenta el resto de las designaciones, la pregunta es: ¿qué pudo significar la palabra gando? Es muy posible que su significado coincidiera con una de esas actuales cuatro designaciones: o 'roque' o 'montaña' o 'bahía' o 'llanura'; de ninguna manera podemos suponer en ella una polisemia que abarcara los cuatro significados a la vez, por incompatibilidad semántica y por ir en contra de uno de los principios esenciales de la toponomástica general: el principio de la motivación objetiva. Si solo contáramos con este topónimo Gando de Gran Canaria imposible nos resultaría determinar su significado originario, aunque sí podríamos inclinarnos por uno más que por los otros sobre la base de los principios de la toponomástica general y por el cierto conocimiento que tenemos de la cultura de los aborígenes canarios, más predispuestos a nombrar los accidentes de tierra que a los del mar y más a las alturas que a los llanos; así que podríamos suponer que el primitivo nombre de Gando lo llevara o la montaña o el roque adentrado en el mar. Y viene ahora en auxilio el corpus toponymicum del Archipiélago en donde han pervivido otros varios topónimos con nombres indudablemente relacionados con el de Gran Canaria: Agando en La Gomera y Fuerteventura y Aragando y Aregando en El Hierro. El tipo de accidentes que cada uno de estos topónimos nombra en cada isla casi nos garantiza afirmar que esas palabras tenían como significado básico el de 'roque'.
8.2. Traducción de los topónimos guanches
Algunos autores han intentado traducir los topónimos guanches dándoles un sustituto español, aplicando la fórmula "antes se llamaba así y ahora lo llaman o le dicen así". Adviértase que en esta fórmula se confunde el significado, que es un valor lingüístico, con la referencia, que es un hecho de la realidad. Totalmente caprichoso nos parece este procedimiento, pues eso hace suponer que todas las lenguas -en este caso el guanche y el español- proceden siempre y en todos los casos poniendo nombres según la referencia, lo que equivale a negar el principio de la arbitrariedad del signo lingüístico. Eso es lo que hacen los que, sin oficio, ofician de improvisados lingüistas, como Antonio Cubillo, por ejemplo, al decir que el topónimo grancanario Titana significa 'fuente de la oveja' porque en las cercanías de las cuevas que hoy sirven para guardar los ganados había antes una fuente, aunque ahora esté seca (1980: 73-74). Pero el procedimiento no es nuevo: se ha usado desde siempre y por casi todos. Por ejemplo, López de Ulloa explica el topónimo de la capital de la isla de Gran Canaia, Las Palmas, a partir del guanchismo Guiniguada, pues -dice- "la çiudad que ahora se llama de las Palmas, quen la lengua Canaria se llamava Guaniguada" (cit. Morales Padrón 1993: 312).
El procedimiento pasa, en todo caso, por traducir desde el guanche al español, conforme a los hechos ocurridos, aunque casos hay, como el del poeta Viana, en que se hace al revés, anticipando desde el español lo que se nombrará en lengua guanche, como cuando los conquistadores pusieron nombre a los lugares de la costa del Norte de Tenerife:
Allí donde un gran roque está cercado
del mar, que lo combate, certifico
que ha de haber un gran pueblo celebrado,
y ha de tener por nombre Garachico.
(Viana 1991: canto X, 279-282)
Es decir, porque había allí un gran roque pusieron al pueblo que allí se fundó el nombre de Garachico, de donde podemos deducir que Viana conocía que el componente gara significaba en guanche 'gran roque', lo que así parece convenir en la multitud de topónimos insulares en que se repite ese elemento.
Pero quien más utilizó este procedimiento fue Abreu Galindo, y tanto para los topónimos como para los antropónimos guanches. Por ejemplo, Adargoma -dice Abreu- significaba 'espaldas de risco' porque el aborigen grancanario así llamado tenía las espaldas "muy anchas" (1977: 173), y Doramas quería decir 'narices' porque el valiente de Arucas "las tenía muy anchas" (pág. 175). Y en cuanto a los topónimos, Abreu hace equivaler en Gran Canaria el guanchismo Tirajana con el español Riscos Blancos (pág. 156); en La Gomera: Chegelas con Fuente del Conde (pág. 74); en El Hierro: Amoco con Valverde, Bentaica con Los Santillos de los Antiguos e Iramase con Puerto de Naos (págs. 85, 90 y 92, respectivamente); en La Palma son muchas más las equivalencias: Tagratito (que significaba 'agua caliente') con Fuencaliente (pág. 264), Tedote (que significaba 'monte') con Breña (pág. 267), Tenibucar con Santa Cruz (pág. 267), Adeyahamen ('debajo del agua') con Los Sauces (pág. 268), Tagaragre con Barlovento (pág. 268), Acero ('lugar fuerte') con La Caldera (pág. 284), Adirane con Los Llanos (pág. 279) y Ajerjo ('chorro de agua') con Paso del Capitán (pág. 285); en Tenerife: Añazo con Puerto de Santa Cruz, Aguere con La Laguna y Arguijón ('mira navíos') con La Cuesta que hay entre La Laguna y Santa Cruz (págs. 314, 318 y 292-293, respectivamente). En algunos de ellos, de ser cierto el significado que Abreu atribuye a la voz aborigen, se trataría de una traducción al castellano, caso de Tirajana, Tagratito o Aridane, pero en otros se trataría de meras sustituciones léxicas, sin correspondencia semántica alguna entre las dos lenguas, caso de Valverde (por Amoco), Santa Cruz (por Tenibucar en La Palma y por Añazo en Tenerife) o La Caldera (por Acero).
Hasta qué punto las significaciones españolas que Abreu otorga a los topónimos guanches sean correctas es asunto que resulta indescifrable. Nos consta por su testimonio el afán que tuvo por averiguar la lengua de los aborígenes, pero ¿llegó él a conocerla hasta el punto de atribuirle un significado a tantas palabras que, además, por su condición de topónimos, podrían no tenerlo? ¿No nos dice él mismo que los naturales más viejos de quienes se informaba "ya habían perdido su lenguaje"? Además, ¿qué lengua insular llegó a conocer Abreu?, porque según él mismo dice "ni menos se entendían los de una isla con los de las otras, que es argumento de que jamás se comunicaron, pues no se entendían" (1977: 26). Porque una cosa es determinar el significado de una palabra y otra muy distinta señalar su referencia designativa. Este segundo procedimiento nada tiene de lingüístico, y sin embargo es el que se practica generalmente cuando se desconoce una lengua de origen pero se quieren traducir sus palabras a otra lengua. ¿Cómo podemos creer que Arguijón significara, según Abreu, 'mira navíos', siendo como es una palabra guanche y los guanches desconocían totalmente el arte de la navegación? No se puede nombrar lo que no existe. ¿No será más verosímil pensar que Abreu "asignó" el significado español 'mira navíos' a la palabra guanche Arguijón porque desde el lugar así nombrado pudo comprobar él mismo que se divisaban los barcos que se acercaban a la rada de Añazo?